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– No. Otra persona vino y lo hizo por mí.

– Pero ¿a qué hora? He estado aquí todos los días y no vi a nadie.

– No es ningún misterio -replicó Clara-. La persona que trabajó en este huerto vino mientras tú estabas en la cueva.

Su explicación no me convenció. El jardín estaba tan bien organizado que aparentemente debió hacer falta más que una sola persona para arreglarlo. Antes de que pudiera indagar más, Clara anunció:

– A partir de ahora cuidarás de este jardín. Considéralo tu nueva tarea.

Traté de ocultar mi decepción al verme a cargo de una tarea más que requeriría atención diaria. Pensé que al decir ejercicios físicos Clara se refería a la práctica de una nueva forma de artes marciales, de preferencia alguna que usara un arma china clásica como la espada ancha o el bastón largo. Al observar mi expresión cabizbaja, Clara me aseguró que cultivar un huerto me haría bien. Me daría la actividad física y la exposición al sol que necesitaba para mi salud y bienestar. También señaló que desde hacía más de seis meses no hacía más que concentrarme en los incidentes de mi vida. Cuidar de algo fuera de mí me impediría volverme aún más centrada en mí misma. Me impresionó darme cuenta de que había transcurrido medio año. Me parecía que había pasado apenas un día desde mi llegada a la casa de Clara; el evento que cambió mi vida tan drásticamente que ya nada era igual.

– La mayoría de la gente sólo sabe preocuparse por sí misma -dijo Clara, sacándome de mis pensamientos-. Y ni siquiera eso lo saben hacer bien. Debido al énfasis arrollador en sí mismos, el yo se distorsiona y se llena de exigencias excesivas.

Nos dirigimos a una reja de madera, la entrada al huerto.

– Trabajar en este jardín te dará un tipo especial de energía que no puedes obtener con la recapitulación, la respiración o la práctica del kung fu -indicó Clara.

– ¿Qué clase de energía es ésa?

– La energía de la tierra -replicó, con ojos tan verdes como las plantas en retoño-. Complementa la energía del sol. Tal vez la sientas cuando entra en ti, por tus manos al trabajar la tierra. O quizá comience a fluir por tus piernas mientras estés en cuclillas en el suelo.

Nunca había trabajado en un jardín antes y no estaba segura de qué hacer. Le pedí que esbozara mis tareas. Me miró por un instante, como dudando de haber escogido a la persona indicada para la tarea.

– La tierra todavía está húmeda de la lluvia de ayer -indicó, agachándose para tocarla-. Pero cuando esté seca tendrás que traer cubetas de agua del arroyo. O, si eres muy lista, puedes diseñar un sistema de riego.

– Tal vez haga precisamente eso -repliqué con confianza-. Construiré una bomba eléctrica para el agua, como una que vi en una casa de campo, y la conectaré con el dínamo. Entonces no tendré que subir el cerro cargando las cubetas de agua.

– No importa cómo lo hagas con tal que riegues las plantas. También tendrás que alimentarlas cada dos semanas con ese montón de abono al fondo del huerto. Y asegúrate de arrancar todas las malas hierbas. Por aquí crecen como un reguero de pólvora. Y mantén cerrada la reja para que no se metan los conejos.

– No hay problema -aseveré, aunque no muy convencida.

– Bien. Puedes empezar ahora.

Señaló una cubeta y me pidió llenarla de abono y mezclarlo con la tierra alrededor de cada planta. Cuando regresé con la cubeta llena de algo que yo esperaba no fuese excremento, me dio una herramienta para cavar y con la que debía aflojar la tierra. Por un rato me vio trabajar, advirtiéndome que no cavara demasiado cerca de las tiernas plantas.

Al concentrarme en mi tarea, sentí que me envolvía una sensación de bienestar y una extraña paz. La tierra se sentía fresca y blanda entre mis dedos. Por primera vez desde que llegué a la casa de Clara, me sentí realmente tranquila, segura y protegida.

– La energía de la tierra alimenta -comentó, como si hubiese reparado en el cambio en mi estado de ánimo-. Tu recapitulación te ha dejado lo bastante vacía para que un poco de esa energía ya se introduzca en tu cuerpo. Te sientes tranquila porque sabes que la tierra es la madre de todas las cosas -barrió las hileras de plantas con un movimiento de las manos-. Todo proviene de la tierra. La tierra nos sostiene y alimenta; y al morir nuestros cuerpos vuelven a ella. -Se detuvo por un momento antes de agregar-: a menos, por supuesto, que logremos la gran travesía.

– ¿Quieres decir que hay una oportunidad de no morir? -pregunté-. En serio, Clara, ¿no estás exagerando?

– Todos tenemos una oportunidad de lograr la libertad -replicó con voz suave-, pero depende de cada uno de nosotros agarrarla y convertirla en realidad.

Explicó que al ahorrar energía podemos disolver nuestras ideas preconcebidas acerca del mundo y el cuerpo, para así abrir espacio en nuestro almacén para otras posibilidades. La oportunidad de no morir era una de estas posibilidades. Afirmó que la mejor explicación de esta extravagante alternativa fue proporcionada por los sabios de la antigua China. Según aseveraban, es viable que la conciencia personal de uno, o Te, se enlace intencionalmente con la conciencia global o Tao. Entonces, al llegar la muerte, la conciencia individual no se dispersa, como en la muerte ordinaria, sino que se expande y se une con el todo más grande.

Agregó que la recapitulación en el marco de una cueva parecida a un capullo me había permitido reunir y ahorrar energía. Ahora debía utilizar esa energía para fortalecer mi lazo con la fuerza abstracta llamada el espíritu.

– Por eso tienes que cultivar el jardín y absorber su energía y también la energía del sol -indicó-. El sol otorga su energía a la tierra y hace crecer las cosas. Si permites que la luz del sol entre en tu cuerpo, tu energía también florecerá.

Clara me pidió lavarme las manos en una cubeta de agua y sentarme en un tronco a la orilla de un claro ubicado fuera del huerto, porque iba a mostrarme cómo empezar a dirigir mi atención hacia el sol. Dijo que siempre llevara un sombrero de ala ancha, a fin de protegerme la cabeza y la cara. También me advirtió no efectuar nunca ninguno de los pases de respiración que estaba a punto de mostrarme por más de unos cuantos minutos a la vez.

– ¿Por qué se llaman pases de respiración? -pregunté.

– Porque el preestablecido intento de estos pases es pasar la energía de la respiración al área donde fijemos nuestra atención. Puede ser un órgano en nuestro cuerpo, un canal de energía o incluso un pensamiento o un recuerdo, como en el caso de la recapitulación. Lo importante es que la energía se trasmita cumpliendo de este modo el intento establecido de antemano; el resultado es pura magia, porque parece haber brotado de la nada. Por eso llamamos pases brujos a estos movimientos y respiraciones.

Clara me instruyó volver la cara hacia el sol, con los ojos cerrados, y luego inhalar profundamente por la boca y jalar el calor y la luz del sol al estómago. Debía sostenerlos ahí el más tiempo posible, luego tragar y finalmente exhalar el aire que quedara.

– Finge que eres un girasol -dijo en son de broma-. Siempre conserva la cara hacia el sol al respirar. La luz del sol carga la respiración de poder. Así que asegúrate de tomar grandes tragos de aire y de llenar completamente los pulmones. Hazlo tres veces.

Explicó que en este ejercicio la energía del sol automáticamente se extiende por todo el cuerpo. Pero era posible enviar en forma deliberada los rayos curativos del sol a cualquier área, tocando el punto al que queremos que vaya la energía, o simplemente usando la mente para dirigir la energía hacia él.

– En realidad, después de haber practicado esta respiración lo suficiente, ya no se necesitan usar las manos -prosiguió-. Es posible representarse mentalmente cómo los rayos del sol fluyen de manera directa a una parte específica del cuerpo.

Sugirió que efectuara las mismas tres respiraciones, pero respirando esta vez por la nariz e imaginándome el fluir descendente de la luz a la espalda, impartiendo energía a los canales a lo largo de mi espina. De esta manera, los rayos del sol inundarían todo mi cuerpo.

– Si quieres pasar por alto completamente la respiración por la nariz o la boca -dijo Clara-, puedes respirar de manera directa con el estómago, el pecho o la espalda. Incluso puedes subir la energía por el cuerpo a través de las plantas de los pies.

Me indicó concentrarme en el bajo abdomen, en el punto justo debajo del ombligo, y respirar de manera relajada, hasta percibir la formación de un lazo entre mi cuerpo y el sol.

Al inhalar bajo su dirección, pude sentir cómo el interior de mi estómago se calentaba y se llenaba de luz. Después de un rato, Clara me indicó que practicara respirar con otras áreas. Me tocó la frente en el punto entre los ojos. Al concentrar mi atención en ese lugar, la cabeza se me inflamó con un brillo amarillo. Clara recomendó que absorbiera lo más posible de la vitalidad del sol aguantando la respiración, para luego hacer girar los ojos con el reloj antes de exhalar. Seguí sus instrucciones y el brillo amarillo se intensificó.

– Ahora ponte de pie y trata de respirar con la espalda -dijo, y me ayudó a quitarme la chamarra.

Volví la espalda al sol y traté de fijar la atención en los diversos centros que señaló, tocándome. Uno se encontraba entre mis omóplatos, otro estaba en mi nuca. Al respirar, representándome mentalmente al sol en la espalda, sentí un calor que me subía y bajaba por la columna y luego se me precipitó a la cabeza. Me mareé tanto que casi perdí el equilibrio.

– Basta por hoy -dijo Clara, pasándome la chamarra.

Me senté sintiéndome mareada, como si estuviese alegremente borracha.

– La luz del sol es total poder -indicó Clara-. Al fin y al cabo, es la energía más intensamente concentrada que tenemos.

Afirmó que una línea invisible de energía sale directamente de la parte superior de la cabeza hacia arriba, al reino del no ser. O puede bajar del reino del no ser hasta nosotros por una abertura ubicada exactamente en el centro de la parte superior de la cabeza.

– Si quieres, puedes llamarla la línea de la vida que nos enlaza con una conciencia mayor -afirmó-. El sol, de usarse correctamente, carga esta línea y la hace entrar en acción. Por eso siempre debe protegerse la parte de arriba de la cabeza.

Clara dijo que iba a enseñarme otro poderoso pase brujo antes de que volviéramos a la casa, el cual involucraba una serie de movimientos del cuerpo. Afirmó que debía ejecutarse en un solo movimiento, con fuerza, precisión y gracia, pero sin forzarse.

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