Me guiñó el ojo, como si estuviera segura de que esto iba a suceder.
– Conforme sigas recapitulando, se te aparecerá la entrada al reino donde lo humano no cuenta -prosiguió Clara-. Esa será la invitación para pasar por el ojo del dragón. Eso es lo que llamamos el vuelo abstracto. De hecho implica atravesar un vasto abismo hasta un reino imposible de describir, porque el hombre no constituye su medida.
Me puse tiesa del miedo. No me atrevía a tomar a Clara a la ligera, porque siempre hablaba en serio. La idea de perder lo humano en mí, sin importar cómo fuera, y saltar a un abismo era más que atemorizante. Estaba a punto de preguntarle si sabía cuándo se me aparecería esa entrada, pero continuó su explicación.
– La verdad del asunto es que la entrada se encuentra delante de nosotros todo el tiempo -indicó Clara-, pero sólo las personas cuyas mentes están en silencio y cuyos corazones están serenos son capaces de ver o sentir su presencia.
Explicó que llamarlo entrada no era metafórico, porque de hecho aparece a veces como una simple puerta, una cueva negra, una luz deslumbrante o cualquier cosa concebible, incluso un ojo de dragón. Afirmó que a este respecto las metáforas de los sabios chinos de la antigüedad no eran en absoluto descabelladas.
– Otra creencia de los antiguos sabios chinos era que la invisibilidad es consecuencia natural de haber logrado una indiferencia serena -señaló.
– ¿Qué es una indiferencia serena, Clara?
En lugar de responder directamente, preguntó si alguna vez había visto los ojos de los gallos de pelea.
– No he visto a un gallo de pelea en mi vida -contesté.
Clara explicó que la expresión en los ojos de un gallo de pelea no es la expresión que se encuentra en los ojos de la gente o los animales ordinarios, porque éstos reflejan calidez, compasión, ira o temor.
– Los ojos de un gallo de pelea no muestran ninguna de estas cosas -me informó Clara-. En cambio, reflejan una indiferencia indescriptible, la cual también se encuentra en los ojos de los seres que han efectuado la gran travesía. En lugar de mirar el mundo hacia afuera se han vuelto al interior, para contemplar lo que aún no está presente.
"El ojo que contempla el interior es inconmovible -prosiguió Clara- No refleja preocupaciones ni temores humanos, sino la inmensidad. Los videntes que han mirado el infinito dan fe de que el infinito devuelve la mirada con una inconmovible y fría indiferencia.