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– Sí. Un gran trastorno siempre provoca cambios profundos en la formación de energía de las cosas. Cambios que no siempre son beneficiosos.

Me ordenó meter los pies al arroyo y sentir las piedras pulidas en el fondo. El agua estaba helada e hizo que me estremeciera involuntariamente.

– Mueve los pies desde los tobillos en un círculo con el sentido del reloj -sugirió-. Deja que el agua corriente se lleve tu fatiga.

Después de hacer girar los tobillos por varios minutos, me sentí más fresca, pero tenía los pies casi congelados.

– Ahora trata de sentir cómo toda tu tensión fluye hasta tus pies, y luego sácala con un rápido movimiento lateral de los tobillos -indicó Clara-. Así también se te quitará el frío.

Me puse a mover los pies de lado en el agua hasta que los sentí completamente entumidos.

– No creo que esto esté funcionando, Clara -dije al sacar los pies.

– Eso es porque no estás dirigiendo la tensión hacia afuera de ti -explicó-. El agua corriente se lleva la fatiga, el frío, la enfermedad y cualquier otra cosa indeseable, pero a fin de que esto suceda debes enfocar tu intento en ello. De otro modo podrás mover los pies de lado hasta que el arroyo se seque, sin resultado alguno.

Agregó que al hacer el ejercicio en la cama, uno debía usar la imaginación para representarse mentalmente una corriente de agua en movimiento.

– ¿A qué te refieres exactamente con eso de "enfocar el intento en ello"? -pregunté mientras me secaba los pies con las mangas de la chamarra. Tras frotarlos vigorosamente, por fin se calentaron.

– El intento es la fuerza que sostiene el universo -indicó-. Es la fuerza que otorga foco a todo. Hace posible el mundo mismo.

No pude creer que estuviera escuchando cada una de sus palabras. Definitivamente hubo un gran cambio en mí, mi indiferencia aburrida de costumbre se había transformado en un estado sumamente insólito de alerta. No era que entendiese lo que Clara estaba diciendo, porque no lo entendía. Lo que me sorprendió fue el hecho de poder escucharla sin molestarme o distraerme.

– ¿Puedes describir esa fuerza con mayor claridad? -pregunté.

– En realidad no hay forma de hablar de ella, salvo en sentido metafórico -indicó. Barrió el suelo con la suela del zapato, apartando las hojas secas-. Debajo de las hojas secas está el suelo, la enorme Tierra. El intento es el principio que está debajo de todo.

Clara metió las manos ahuecadas en el agua y se salpicó la cara. De nuevo me maravillé ante la ausencia de arrugas en su piel. Esta vez hice un comentario acerca de su apariencia juvenil.

– Mi aspecto es cuestión de mantener mi ser interno en equilibrio con el entorno -explicó, sacudiéndose el agua de las manos-. Todo lo que hacemos estriba en ese equilibrio. Podemos ser jóvenes y vibrantes, como este arroyo, o viejos y ominosos, como los montes de lava en Arizona. Depende de nosotros.

Me sorprendí al preguntarle, como si yo creyera lo que ella estaba diciendo, si existía una forma en la que yo pudiese adquirir ese equilibrio.

Asintió con la cabeza.

– Claro que puedes -replicó-. Y lo harás, al practicar el ejercicio único que te enseñaré: la recapitulación.

– No puedo esperar -afirmé, emocionada, poniéndome los botines. Luego, por ninguna razón explicable, me puse tan agitada que me levanté de un salto y pregunté-: ¿no deberíamos ponernos en camino otra vez?

– Ya llegamos -anunció Clara y señaló una pequeña cueva en la ladera de un cerro.

Al contemplarla, mi emoción se disipó. El agujero abierto tenía el aire de un presagio siniestro y al mismo tiempo incitante. Sentí el impulso claro de explorarlo, pero me daba miedo lo que pudiese hallar en el interior.

Sospeché que nos encontrábamos en algún lugar cerca de su casa, una idea que me resultó reconfortante. Clara me informó que ése era un lugar de poder, un sitio que los antiguos geománticos de China, los practicantes del feng-shui , indudablemente hubiesen elegido para construir un templo.

– Aquí, los elementos del agua, la madera y el aire se encuentran en perfecta armonía -dijo-. Aquí, la energía circula con abundancia. Verás a qué me refiero cuando estés adentro de la cueva. Debes usar la energía de este lugar único para purificarte.

– ¿Estás diciendo que debo quedarme aquí?

– ¿No sabías que en el antiguo Oriente los monjes y los sabios solían retirarse a las cuevas? -preguntó-. El estar rodeados por la tierra les ayudaba a meditar.

Me instó a meterme a la cueva. Armándome de valor, entré despacio, alejando de mi mente toda preocupación de murciélagos y arañas. La cueva estaba oscura y fresca y sólo había espacio para una persona. Clara me indicó que me sentara con las piernas cruzadas, apoyando la espalda en la pared. Titubeé, porque no quería ensuciar la chamarra, pero una vez recostada ahí me dio gusto poder descansar. Aunque tenía el techo cerca de la cabeza y el suelo duro contra el coxis, no sentí claustrofobia. Una corriente de aire, suave y casi imperceptible, circulaba en la cueva. Me sentí fortalecida, exactamente como Clara había dicho. Estaba a punto de quitarme la chamarra para sentarme en ella cuando Clara habló, agachada a la boca de la cueva.

– El ápice del arte especial que quiero enseñarte -comenzó a decir- se llama el vuelo abstracto, y llamamos recapitulación al medio para lograrlo -metió la mano a la cueva y me tocó los lados izquierdo y derecho de la frente-. La conciencia debe desplazarse de aquí para acá -dijo-. De niños lo hacemos con facilidad, pero una vez roto el sello del cuerpo debido a los ruinosos excesos, sólo una manipulación especial de la conciencia, la forma correcta de vivir y el celibato son capaces de restaurar la energía que se ha perdido, energía requerida para efectuar el desplazamiento.

Definitivamente entendía todo lo que estaba diciendo. Incluso intuí que la conciencia era como una corriente de energía capaz de desplazarse de un lado de la frente a la otra. Y me imaginé el hueco entre los dos puntos como un vasto espacio, un vacío que impide el cruce.

Escuché con gran atención mientras ella seguía hablando.

– El cuerpo debe ser tremendamente fuerte -indicó- para que la conciencia pueda ser aguda y fluida, a fin de saltar de un lado del abismo al otro en un instante.

Mientras ella daba voz a estas palabras, algo extraordinario sucedió. Cobré la certeza absoluta de que me quedaría con Clara en México. Lo que deseaba era sentir que en unos cuantos días volvería a Arizona; pero lo que de hecho sentí fue que no regresaría. Supe entonces que mi certeza no se reducía tan sólo a la aceptación de lo que, por lo visto, Clara tenía en mente desde el principio, sino que también abarcaba el saber que yo era impotente para resistir a sus intenciones porque la fuerza que me movía no era sólo la suya.

– A partir de ahora debes llevar una vida en la que la conciencia ocupe la primera plana -señaló, como si supiera que había hecho el compromiso tácito de permanecer con ella-. Tienes que evitar todo lo que debilite y dañe tu cuerpo o tu mente. También resulta esencial, por el momento, que rompas todos los lazos físicos y emocionales con el mundo.

– ¿Por qué es tan importante eso?

– Porque antes de todo debes adquirir unidad.

Clara explicó que estamos convencidos de que existe un dualismo en nuestro ser; la mente es la parte insustancial de nosotros y el cuerpo es la parte concreta. Esta división mantiene nuestra energía en un estado de separación caótica y le impide aglutinarse.

– Estar divididos es nuestra condición humana -admitió-, pero nuestra división no es entre la mente y el cuerpo, sino entre el cuerpo, que aloja a la mente o el yo, y el doble, que es el receptáculo de nuestra energía básica.

Explicó que, previo al nacimiento, la dualidad impuesta al hombre no existe, pero que a partir del nacimiento las dos partes son separadas debido a la fuerza ejercida por el intento de la humanidad. Una parte se vuelve hacia el exterior y se convierte en el cuerpo físico; la otra, hacia el interior y se convierte en el doble. Al morir, la parte más pesada, el cuerpo, regresa a la tierra para ser absorbida por ella, y la parte ligera, el doble, se libera. Pero desafortunadamente, puesto que el doble no fue perfeccionado nunca, experimenta la libertad por sólo un instante antes de dispersarse en el universo.

– Si morimos sin haber borrado nuestro falso dualismo del cuerpo y la mente, morimos una muerte ordinaria -afirmó.

– ¿De qué otra manera podemos morir?

Clara me miró, alzando una ceja. En lugar de responder a mi pregunta reveló, en tono confidencial, que morimos porque la posibilidad de ser transformados no forma parte de nuestros conceptos. Subrayó que dicha transformación tiene que lograrse mientras estemos vivos y que, llevar a cabo con éxito esta tarea, es el único propósito verdadero que un ser humano puede tener. Todos los demás logros son transitorios, puesto que la muerte los disuelve en la nada.

– ¿Qué implica esta transformación? -pregunté.

– Implica un cambio total -replicó-. Y eso se logra por medio de la recapitulación: la piedra angular en el arte de la libertad. El arte que te enseñaré se llama el arte de la libertad. Un arte infinitamente difícil de practicar, pero aún más difícil de explicar.

Clara dijo que cada procedimiento que iba a enseñarme y cada tarea que me pidiera llevar a cabo, por muy comunes que me pareciesen, representaban un paso hacia el cumplimiento de la meta final del arte de la libertad: el vuelo abstracto.

– Lo que te enseñaré primero son unos movimientos sencillos que debes realizar diariamente -prosiguió-. Considéralos siempre como una parte indispensable de tu vida.

"Primero te mostraré una respiración que ha sido un secreto desde hace generaciones. Esta respiración refleja las fuerzas duales de la creación y la destrucción, la luz y la oscuridad, el ser y el no ser.

Me pidió salir de la cueva y luego me dirigió, mediante una suave manipulación, a sentarme con la columna encorvada y pegar las rodillas contra el pecho. Sin despegar los pies del suelo, debía yo abrazar mis pantorrillas entrelazando los dedos firmemente. Suavemente me fue bajando la cabeza, hasta que mi mentón tocó mi pecho.

Tuve que forzar los músculos de los brazos para evitar que las rodillas se me salieran de los lados. Tenía comprimido el pecho y también el abdomen. El cuello me tronó al encoger la barbilla.

– Esta es una respiración poderosa -dijo Clara-. Puede hacer que te desmayes o te duermas. Si esto sucede, regresa a la casa cuando despiertes. Por cierto, esta cueva está justo detrás de la casa. Sigue el caminito y llegarás en dos minutos.

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