Por el tono de su voz y la disposición fea y errática de mis piedras, comprendí que de nuevo había fracasado en mi tarea. Sentí un desaliento extremo.
– Clara, no soy artista -confesé-. Sólo una estudiante de arte. De hecho, una ex estudiante. Dejé la escuela hace un año. Me gusta dármelas de artista, pero hasta ahí llego. La verdad es que soy una nulidad.
– Todos somos nulidades -me recordó Clara.
– Ya lo sé. Pero tú eres una nulidad misteriosa y poderosa, mientras que yo soy una nulidad mezquina, estúpida e insignificante. Ni siquiera sé colocar unas tontas piedras. No hay…
Clara me tapó la boca con la mano.
– No digas ni una palabra más -advirtió-. Te lo diré otra vez: cuídate de lo que digas en voz alta en esta casa. ¡Sobre todo a la hora del crepúsculo!
Casi había oscurecido por completo. Todo se encontraba en quietud absoluta, produciendo una atmósfera casi espectral. Los pájaros guardaban silencio. Todo se había sosegado; incluso el viento, tan molesto un poco antes, cuando traté de rastrillar las hojas, se había apaciguado.
– Es la hora sin sombras -susurró Clara-. Sentémonos debajo de este árbol en la oscuridad, para averiguar si eres capaz de convocar el mundo de las sombras.
– Espera un momento, Clara -dije con un fuerte susurro, que rayaba en un grito-. ¿Qué me vas a hacer? -Olas de nerviosismo me acalambraban el estómago; a pesar del frío, la frente se me cubrió de sudor.
Entonces Clara me preguntó con toda franqueza si había practicado las respiraciones y los pases brujos que me enseñó. Deseaba, más que ninguna otra cosa, decirle que sí los había practicado, pero hubiera sido una mentira. En realidad los había practicado mínimamente, sólo para no olvidarlos, porque la recapitulación agotaba toda mi energía y no me dejaba tiempo para nada más. Por la noche estaba demasiado cansada para hacer nada y sólo me acostaba.
– No lo has hecho con regularidad o no te encontrarías en este triste estado ahora -indicó Clara, acercándose a mí-. Estás temblando como una hoja. Hay un secreto relacionado con la respiración y los pases que te he enseñado, el cual los hace inestimables.
– ¿Cuál es? -tartamudee.
Clara me dio un golpecito en la cabeza.
– Deben practicarse todos los días o son inútiles. No se te ocurriría dejar de comer o de beber agua, ¿verdad? Los ejercicios que te he enseñado son aún más importantes que el alimento y el agua.
Se había dado a entender claramente. Juré en silencio que los realizaría todas las noches antes de acostarme y otra vez al despertar por la mañana, antes de salir para la cueva.
– El cuerpo humano cuenta con un sistema adicional de energía que entra en juego en situaciones de intenso esfuerzo -explicó Clara-. Y esa situación se produce cada vez que hacemos algo en exceso. Como preocuparnos demasiado por nosotros mismos y nuestro desempeño, como tú lo estás haciendo ahora. Por eso uno de los preceptos fundamentales del arte de la libertad es evitar los excesos.
Afirmó que los movimientos que me estaba enseñando, ya sea que los quisiera llamar respiraciones o pases brujos, eran importantes porque operan directamente sobre el sistema de reserva. La razón por la cual se les puede calificar de pases indispensables es porque permiten el paso de mayor energía adicional a nuestro sistema de reserva. De esta manera, cuando debemos entrar en acción, en lugar de que el esfuerzo nos agote nos tornamos más fuertes y disponemos de energía sobrante para tareas extraordinarias.
– Ahora, antes de que convoquemos el mundo de las sombras, te enseñaré otros dos pases brujos indispensables, que combinan la respiración y los movimientos -prosiguió-. Realízalos todos los días y, además de no cansarte ni enfermarte, dispondrás de mucha energía sobrante para enfocar tu intento.
– ¿Para enfocar qué?
– Tu intento -repitió Clara-. Para dirigir tu intento al resultado de todo lo que hagas. ¿Te acuerdas?
Me sujetó de los hombros y me volteó hasta quedar cara al norte.
– Este movimiento es particularmente importante para ti, Taisha, porque tus pulmones están débiles de tanto llorar -indicó-. Toda una vida de sentir lástima de ti misma definitivamente ha hecho estragos en tus pulmones.
Su declaración me sacudió y me hizo poner atención. La observé doblar las rodillas y los tobillos y adoptar la postura llamada "caballo erguido" en las artes marciales, la cual imita la posición sentada de un jinete montado a caballo, con las piernas ligeramente curvas separadas a la distancia de los hombros. El dedo índice de su mano izquierda señalaba hacia abajo, mientras que sus demás dedos estaban encogidos en la segunda articulación. Al comenzar a inhalar, volteó la cabeza lo más posible hacia la derecha, suavemente pero con fuerza, e hizo girar el brazo izquierdo por encima de la cabeza, dibujando un círculo completo hacia atrás hasta quedar con la base de la palma izquierda apoyada en el coxis. Simultáneamente llevó el brazo derecho hacia atrás, en la cintura, y colocó el puño derecho sobre el dorso de su mano izquierda, apretándolo contra la muñeca izquierda.
Con el puño derecho fue empujando el brazo izquierdo hacia arriba por su columna vertebral, con el codo izquierdo apuntado hacia afuera, y terminó la inhalación. Contuvo el aliento, contando hasta siete. Luego soltó la tensión del brazo izquierdo, lo bajó otra vez al coxis y lo hizo girar desde el hombro directamente hacia arriba hasta el frente, terminando con la base de la palma izquierda descansando en el pubis. Al mismo tiempo llevó el brazo derecho al frente por la cintura, colocó el puño derecho sobre el dorso de la mano izquierda y empujó el brazo izquierdo hacia arriba por el abdomen, al terminar de exhalar.
– Realiza este movimiento una vez con el brazo izquierdo y luego con el derecho -indicó-. Así establecerás el equilibrio entre tus dos lados.
A manera de demostración, repitió los mismos movimientos con los brazos opuestos, volteando la cabeza a la izquierda.
– Ahora te toca a ti, Taisha -dijo, haciéndose a un lado, dándome espacio para girar el brazo hacia atrás.
Imité sus movimientos. Al mover el brazo izquierdo hacia atrás, percibí una tensión dolorosa en la parte interna del brazo estirado, que lo recorría todo, desde el dedo hasta la axila.
– No te pongas tiesa y deja que la energía de la respiración fluya por tu brazo y salga por la punta de tu dedo índice -señaló Clara-. Manténlo estirado y los demás dedos curvos. De esta manera, soltarás cualquier bloqueo de energía que haya en los conductos de tu brazo.
El dolor se tornó más agudo aún cuando empujé el brazo doblado hacia arriba en la espalda. Clara observó mi gesto de dolor.
– No empujes con demasiada fuerza -advirtió- o se te van a irritar los tendones. Y encorva los hombros un poco más al empujar.
Después de realizar el movimiento con el brazo derecho, sentí que me ardían los músculos en los muslos, por tener las rodillas y los tobillos doblados. Aunque adoptaba la misma posición todos los días en las prácticas de kung fu, las piernas me parecían vibrar, como si las atravesase una corriente eléctrica. Clara sugirió que me irguiera y sacudiera las piernas varias veces para liberar la tensión.
Clara recalcó que, en ese pase brujo, girar y empujar los brazos hacia arriba, aunados a la respiración, dirige energía a los órganos del pecho y los vigoriza. Da un masaje a centros profundos y recónditos que rara vez se activan. Voltear la cabeza da masaje a las glándulas del cuello y asimismo abre conductos de energía a la parte de atrás de la cabeza. Explicó que dichos centros, al ser despertados y alimentados por la energía de la respiración, son capaces de descifrar misterios más allá de todo lo imaginable.
– Para el siguiente pase brujo -indicó Clara-, ponte con los pies juntos y mira directamente al frente, como si te hallaras delante de una puerta que estás a punto de abrir.
Me dijo que subiera las manos al nivel de los ojos y enroscara los dedos, como si los estuviese metiendo en los tiradores hundidos de unas puertas corredizas que se abrían a la mitad.
– Lo que abrirás es una grieta en las líneas de energía del mundo -explicó-. Imagínate estas líneas como unos rígidos cordones verticales formando una pantalla delante de ti. Ahora sujeta un puñado de fibras y sepáralas con toda tu fuerza. Sepáralas hasta que la abertura sea lo bastante grande para pasar a través de ella.
Me indicó que, una vez abierto el agujero, debía dar un paso al frente con la pierna izquierda y luego hacer un giro rápido de ciento ochenta grados, con el pie izquierdo como pivote y en dirección contraria a las manecillas del reloj, hasta quedar con la cara hacia el lugar donde empecé. Al girar en esta forma, me envolverían las líneas de energía que había separado.
Para regresar, señaló, debía abrir las líneas de nuevo, separándolas en la misma forma que antes, para luego salir con el pie derecho y, en cuanto hubiera dado el paso, rápidamente girar ciento ochenta grados en la misma dirección que las manecillas del reloj. De este modo, me desenvolvería y estaría otra vez mirando en la misma dirección como al iniciar el pase brujo.
– Este es uno de los pases brujos más poderosos y misteriosos de todos -advirtió Clara-. Nos permite abrir puertas a mundos diferentes, siempre y cuando hayamos ahorrado una suficiente cantidad de energía interior y seamos capaces de realizar el intento del pase.
Su tono y expresión serios me turbaron. No sabía qué esperar si lograse abrir la puerta invisible. Con tono brusco me dio las últimas instrucciones.
– Al entrar -indicó- tu cuerpo debe sentirse enraizado, pesado, lleno de tensión. Pero una vez que te encuentres adentro y te hayas dado la vuelta, debes sentirte ligera y vaporosa, como si estuvieras flotando hacia arriba. Exhala con fuerza, al precipitarte al frente a través de la abertura, y luego inhala lenta y profundamente, llenándote los pulmones por completo con la energía que hay detrás de la pantalla.
Practiqué el pase varias veces, ante la mirada escrutadora de Clara. Sin embargo, sentí que sólo estaba efectuando los movimientos físicos; no percibía las fibras de energía que integraban la pantalla descrita por Clara.
– No estás abriendo la puerta con suficiente fuerza -me corrigió Clara-. Usa tu energía interna, no sólo los músculos de los brazos. Arroja el aire rancio y mete el estómago al precipitarte al frente. Una vez adentro, respira todas las veces que puedas, pero manténte alerta. No te quedes más tiempo del necesario.