Hester y Maja huyeron a América, a North Hollywood para ser precisos, y Hester comenzó los procedimientos para convertir a Maja Thurup en ciudadano norteamericano. Como profesora improvisada, Hester se dispuso a instruir a Maja en el uso de vestidos, en el idioma, la cerveza y los vinos californianos, la televisión y los alimentos comprados en el supermercado de la esquina. Maja no sólo veía la televisión, sino que incluso apareció en ella con Hester y declararon su amor ante millones de espectadores. Luego volvieron a su apartamento de Norh Hollywood e hicieron el amor. Después de eso, Maja se sentaba en medio del salón con sus cartillas de gramática, bebiendo cerveza y vino, entonando cantos nativos y tocando el bongo. Hester trabajaba en el libro sobre Maja y ella. Un gran editor lo estaba esperando. Todo lo que Hester tenía que hacer era ponerlo en solfa. Era fácil.
Una mañana yo estaba en la cama, eran alrededor de las ocho. El día anterior había perdido 40 dólares en Santa Anita, mi cuenta en el Banco Federal de California estaba quedándose peligrosamente baja, y no había escrito una historia decente en un mes. Sonó el teléfono. Me desperté, gargajeé, tosí y lo cogí.
– ¿Chinaski?
– ¿Sí?
– Soy Dan Hudson.
Dan llevaba la revista Flare de Chicago. Pagaba bien. Era el editor y director.
– Hola, Dan, madrecita.
– Mira, tengo una cosa justo para ti.
– Claro, Dan. ¿Qué es?
– Quiero que entrevistes a esta perra que se ha casado con un caníbal. Pon mucho sexo. Mezcla el amor con el horror, ¿comprendes?
– Comprendo. Lo he estado haciendo toda mi vida.
– Hay 500 dólares para ti si lo tienes listo antes del día 27.
– Dan, por 500 dólares soy capaz de convertir a Burt Reynolds en una lesbiana.
Dan me dio la dirección y el número de teléfono. Me levanté, me eché agua por la cara, tomé dos Alka-Seltzers, abrí una botella de cerveza y telefoneé a Hester Adams. Le dije que quería publicar su relación con Maja Thurup como una de las grandes historias de amor del siglo XX. Para los lectores de la revista Flare. Le aseguré que el artículo ayudaría a Maja a obtener la ciudadanía norteamericana. Ella accedió a una entrevista a la una de la tarde.
Era un apartamento en un tercer piso. Ella abrió la puerta. Maja estaba sentado en el suelo con su bongo, bebiendo un oporto barato directamente de la botella. Estaba descalzo, vestido con unos gruesos jeans y una camiseta blanca con bandas negras. Hester iba vestida del mismo modo. Me trajo una botella de cerveza, yo saqué un cigarrillo del paquete que había sobre la mesita y comencé la entrevista.
– ¿Cuándo conoció a Maja?
Hester me dio una fecha. También me dijo la hora y el lugar exactos.
– ¿Cuándo empezó a tener sentimientos amorosos hacia Maja?
– Bueno -dijo Hester- fue cuando…
– Ella amarme cuando le metí la cosa -le interrumpió Maja desde la alfombra.
– ¿Ha aprendido el idioma muy deprisa, no?
– Sí, es muy brillante -dijo Hester.
Maja cogió su botella y se tiró un buen trago.
– Le puse esta cosa en ella, ella decir, «¡Oh dios mío oh dios mío oh dios mío!». ¡Ja, ja, ja, ja!
– Maja está maravillosamente dotado -dijo ella.
– Ella come también -dijo Maja-. Come bien. Garganta profunda. ¡Ja, ja, ja!
– Yo amé a Maja desde el principio -dijo Hester-. Fueron sus ojos, su cara… tan trágica. Y su manera de andar. El anda, bueno, anda como un tigre.
– Follar -dijo Maja- nosotros follar, nosotros jodidamente follar follar follar. Me estoy quedando cansado.
Maja se tiró otro trago. Me miró.
– Follar tú con ella. Yo estoy cansado. Ella gran túnel hambriento.
– Maja tiene un verdadero sentido del humor -dijo Hester-. Esa es otra de las cosas suyas que adoro.
– Sólo una cosa tú adorar de mí -dijo Maja- ser mi poste de teléfonos dispara-orina.
– Maja lleva bebiendo toda la mañana -dijo Hester- tendrá que perdonarle.
– Quizás sea preferible que vuelva cuando él se sienta mejor -dije yo.
– Sí, creo que será lo más adecuado.
Hester me citó a las dos de la tarde del día siguiente.
Todo iba bien. Necesitaba algunas fotografías. Conocía a un fotógrafo de oficio, Sam Jacoby, que era bueno y me lo haría barato. Cuando volví lo llevé conmigo. Era un mediodía soleado con sólo una ligera capa de smog. Subimos y llamé a la puerta. Nadie respondió. Llamé otra vez. Maja abrió la puerta.
– Hester no estar -dijo-, irse al almacén de comidas.
– Teníamos una cita para las dos en punto. Quisiera entrar y esperar.
Entramos y nos sentamos.
– Yo tocar tambores para vosotros -dijo Maja.
Tocó los tambores y entonó unos cantos de la jungla. Era bastante bueno. Se estaba trabajando otra botella de vino oporto. Seguía con su camiseta de bandas de cebra y los jeans.
– Follar follar follar -dijo- eso es todo lo que ella querer. Ella volverme loco.
– ¿Echas de menos la jungla, Maja?
– Ustedes blancos no saber nada, sólo cagar contra corriente. ¡Waba yak!
– Pero ella te ama, Maja.
– ¡Ja, ja, ja!
Maja nos tocó otro solo de tambor. Incluso bebido era bueno.
Cuando Maja acabó, Sam me dijo:
– ¿Crees que ella tendrá alguna cerveza en la nevera?
– Supongo que sí.
– Mis nervios están mal. Necesito una cerveza.
– Pues ve allí y coge dos. Yo le compraré otras. Debería haber traído unas cuantas.
Sam se levantó y entró en la cocina. Oí cómo abría la puerta de la nevera.
– Estoy escribiendo un artículo sobre ti y Hester -le dije a Maja.
– Mujer-gran agujero. Nunca llena. Como volcán.
Oí a Sam vomitando en la cocina. Era un borracho habitual. Yo sabía que estaba de resaca. Pero seguía siendo uno de los mejores fotógrafos de los alrededores. Entonces cesó el ruido. Sam salió de la cocina. Se sentó. No traía ninguna cerveza.
– Yo tocar tambores otra vez -dijo Maja. Tocó de nuevo los tambores. Seguía siendo bueno, pero no tanto como la vez anterior. El vino le estaba pegando.
– Vámonos de aquí -me dijo Sam.
– Tengo que esperar a Hester -le contesté.
– Mira tío, vámonos -dijo Sam.
– ¿Ustedes, tíos, querer algo de vino? -preguntó Maja.
Me levanté y me fui a la cocina a por una cerveza. Sam me siguió. Me dirigí hacia la nevera.
– ¡Por favor no abras esa puerta! -dijo él.
Sam se fue al fregadero y se puso de nuevo a vomitar. Yo miré la puerta de la nevera. No la abrí. Cuando Sam acabó, le dije:
– De acuerdo, vámonos.
Salimos al salón donde Maja seguía sentado con su bongo.
– Yo tocar tambor otra vez -dijo.
– No, gracias, Maja.
Salimos y bajamos por las escaleras hasta la calle. Subimos a mi coche. Arranqué. No sabía qué decir. Sam no decía nada. Estábamos en el distrito comercial. Paré el coche en una gasolinera y le dije al encargado que llenara el depósito con normal. Sam salió del coche y fue andando hasta la cabina telefónica a llamar a la policía. Vi a Sam salir de la cabina. Pagué la gasolina. No había podido hacer mi entrevista. Había perdido 500 dólares. Esperé a Sam que regresaba al coche.