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– Desde luego estás tras la pista de algo grande. ¿No te sientes un tanto extraño, al ir descubriendo todos esos secretos?

– Realmente no, pero lo que pasa es que yo no estoy mirando estas cosas desde fuera.

– Yo sí y, créeme, las cosas son muy extrañas, Alex. Me alegraré mucho cuando Milo regrese y pueda ocuparse él de todo.

– Sí. ¿Y qué tal te andan a ti las cosas?

– A mí no me pasan cosas tan excitantes. Sólo hay una cosa nueva: esta mañana recibí la llamada de la jefa de un nuevo grupo feminista… es una especie de cámara de comercio, pero únicamente femenina. Yo le arreglé el banjo a esa mujer, ella vino a recogerlo y nos pusimos a charlar. Eso fue hace un par de meses. De cualquier modo, me llamó ahora y me invitó a dar una conferencia a su grupo la semana que viene. Sobre algo así como «La mujer artesana en la Sociedad Contemporánea» y como subtítulo: «La creatividad se enfrenta al Mundo de los Negocios.»

– Eso es fantástico. Si me dejan entrar, puedes estar segura de que estaré ahí oyéndote.

– ¡Ni lo sueñes! Ya me da bastante canguelo tal como están las cosas… Alex, yo jamás he dado una conferencia. ¡Estoy aterrorizada!

– No te preocupes. Sabes de lo que has de hablar, eres inteligente y culta, seguro que les encantas.

– Eso es lo que dices tú.

– Eso es lo que digo yo. Escucha, si realmente estás tan nerviosa, te hipnotizaré un poquito. Para ayudarte a relajarte. Va a ser todo muy fácil.

– ¿Crees que la hipnosis me puede ayudar?

– Seguro. Y con tu imaginación y creatividad, serás un sujeto excelente.

– Te he oído hablar de eso, de cómo lo habías hecho con tus pacientes, pero jamás se me ocurrió el pedirte que lo hicieras conmigo.

– Usualmente hallamos otros modos en los que ocupar el tiempo que pasamos juntos, cariño.

– Hipnosis -musitó-. Ahora tengo otra cosa por la que preocuparme.

– No te preocupes. Es totalmente inocua.

– ¿Totalmente?

– Sí. En tu caso totalmente. La única vez en la que uno se encuentra con problemas es cuando el sujeto sometido a hipnosis ha tenido conflictos emocionales importantes o tiene problemas muy profundamente arraigados. En esos casos la hipnosis puede sacar a la superficie recuerdos primigenios. Y uno se encuentra con una reacción de estrés, y con algo de terror. Pero incluso esto puede ser de ayuda. El psicoterapeuta experimentado usa la ansiedad de un modo constructivo, para ayudar al paciente a salir de su situación.

– ¿Y eso no podría sucederme a mí?

– Desde luego que no. Te lo garantizo. Eres la persona más normal que nunca he conocido.

– Ja. ¡Llevas mucho tiempo retirado!

– Te reto a que me presentes un solo síntoma de psicopatología.

– ¿Y qué te parece la tremenda lujuria que me surge al sólo oír tu voz, y los deseos de poder tocarte y agarrarte y meterte dentro de mí?

– Hummm. Eso suena grave.

– Entonces, doctor, venga pronto y haga algo al respecto.

– Regresaré mañana. Y el tratamiento comenzará de inmediato.

– ¿A qué hora?

– El avión aterriza a las diez… pues media hora después.

– ¡Maldita sea, lo había olvidado! Mañana tengo que ir a Santa Bárbara por la mañana. Mi tía está enferma, en la Unidad de Cuidados Intensivos del Cottage Hospital. Es una de esas cosas familiares que no puedo dejar de hacer. Si vienes más pronto podíamos desayunar antes de que me vaya.

– Tomo el primer vuelo, cariño.

– Supongo que podría retrasarlo. Aparecer por allí más tarde.

– Visita a tu tía. Ya cenaremos juntos.

– Puede que sea una cena muy tardía.

– Cuando vuelvas ven directamente a mi casa y nos lo montaremos allí.

– De acuerdo. Trataré de estar allí hacia las ocho.

– Estupendo. Que se mejore pronto tu tía. Te quiero.

– Yo también te quiero, cuídate.

26

Algo me preocupaba, a la mañana siguiente. La sensación molesta persistió durante el viaje hasta el aeropuerto de Sea-Tac y mientras subía por la escalerilla al avión. No podía atisbar qué era lo que se ocultaba en el cajón de más abajo de mi mente, y ese algo permaneció allí durante el tiempo en que sirvieron la comida de plástico típica de los aviones, mientras aparecían las sonrisas forzadas de las azafatas, y sonaban los chistes malos que hacía el copiloto por los altavoces del avión. Cuanto más me esforzaba en sacar aquello hasta la superficie de lo consciente, más y más se hundía. Sentía la impaciencia y la frustración que nota un niño cuando por primera vez se enfrenta a uno de esos rompecabezas de alambre chinos. Así que decidí dejarlo correr por el momento, esperar y ver si se resolvía por sí mismo.

Esto no sucedió hasta poco antes del aterrizaje. Lo que se me había atragantado en la mente era la conversación de la noche pasada con Robin. Ella me había preguntado acerca de los peligros de la hipnosis y yo le había dado una conferencia acerca de lo inocua que era a menos que esa experiencia removiese conflictos latentes. Mis palabras exactas habían sido: la hinopsis puede sacar a la superficie recuerdos primigenios. Y cuando se sacan a la superficie esos recuerdos tan antiguos, el resultado acostumbra a ser terror…

Estaba rígido por la tensión, mientras las ruedas del tren de aterrizaje tocaban la pista. Una vez estuve libre, salí a paso ligero del aeropuerto, recogí el Seville del aparcamiento de larga estancia, pagando un considerable rescate para poder llevármelo, salí por la puerta y me dirigí al este por el Century Boulevard. La empresa de transportes públicos, la Caltrans, había decidido, en su infinita sabiduría, iniciar una construcción en medio de la carretera durante la hora del atasco matutino, cuando los coches trataban de entrar o salir de Los Ángeles y, atrapado en el tapón, fui recalentando mi Cadillac durante los dos kilómetros hasta la entrada a la autopista de San Diego. Tomé la autopista hacia el norte, conecté con la de Santa Mónica Oeste y salí justo antes de la autopista de la Pacific Coast. Un recorrido Ocean abajo y un par de giros, me llevaron hasta los Palisades y el lugar en donde Morton Handler y Elena Gutiérrez habían perdido sus vidas.

La puerta del apartamento de Bonita Quinn estaba abierta. Oí que salían maldiciones del interior y entré. Un hombre estaba allí, dándole patadas al sofá de flores y murmurando entre dientes. Tendría la cuarentena, su cabello era rizado, era grueso, fofo y de colorido terreo, sus ojos parecían descorazonados y tenía una barbita de chivo, que parecía hecha con lanas metálicas, que le separaba la primera de la segunda papadas. Vestía unos pantalones deportivos azules y una camisa de nailon azul claro, que se adhería a cada prominencia y rodillo de grasa de su torso gelatinoso. Una mano sostenía un cigarrillo y dejaba caer cenizas sobre la alfombra. La otra buscaba tesoros tras una carnosa oreja. Le dio otra patada al sofá, alzó la vista, me vio y gesticuló con el cigarrillo por el aire de la pequeña habitación.

– De acuerdo, ya puede ponerse a trabajar.

– ¿Y qué es lo que tengo que hacer?

– Cargar esta mierda para llevársela de aquí… ¿No es usted de las mudanzas…? -me volvió a mirar, esta vez con los ojos más atentos-. No, no tiene usted aspecto de ser de las mudanzas. Perdóneme.

Echó hacia atrás los hombros.

– ¿Qué puedo hacer por usted?

– Estoy buscando a Bonita Quinn y a su hija.

– Usted y yo también.

– ¿Se ha marchado?

– Hace tres jodidos días. Llevándose Dios sabe cuántos cheques de los alquileres. Tengo quejas de los inquilinos, diciéndome que no les han contestado a las llamadas, que no les han hecho las reparaciones que habían solicitado. Voy y la llamo a ella y no obtengo respuesta, así que vengo aquí yo mismo y me encuentro que hace tres días que se ha largado, dejando toda esta basura. Se ha escapado. Nunca me acabó de caer bien. Uno le hace a alguien un favor, y le dan por el culo. Siempre pasa.

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