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Nos quedamos dormidos así.

Por la mañana su lado de cama estaba vacío. La oí hacer ruido y supe que estaba abajo en el taller.

Me vestí, descendí las estrechas escaleras y fui hasta ella. Llevaba puesto un mono de peto y una camisa de trabajo de hombre. Su boca estaba cubierta por un pañuelo, sus ojos por lentes protectoras.

El aire estaba lleno de polvo de madera.

– Te llamaré luego -grité por encima del estrépito de la sierra de mesa.

Ella se detuvo por un momento, me hizo un gesto con la mano y luego siguió trabajando. La dejé rodeada por sus herramientas, sus máquinas, su arte.

15

Llamé a Milo a la comisaría y le di un informe completo sobre mi entrevista con Raquel Ochoa y la conexión con La Casa de los Niños, incluyendo la información que me había dado Olivia.

– Estoy muy impresionado -me dijo-. Te equivocaste de profesión.

– Entonces, ¿qué es lo que piensas? ¿Habría que investigar a ese McCaffrey?

– Espera un minuto, amigo. Ese hombre se ocupa de cuatrocientos chicos y uno de ellos muere en un accidente de tráfico. Eso no es prueba de nada sucio.

– Pero resulta que ese chico era un estudiante de Elena Gutiérrez. Lo que quiere decir que, probablemente, habló de su caso con Handler. Y no mucho después de su muerte, Bruno empezó a trabajar voluntariamente en ese lugar. ¿Todo es una coincidencia?

– Probablemente no. Pero no entiendes cómo funcionan las cosas por aquí. Yo estoy en el retrete con este caso. Hasta el momento, los archivos bancarios no me han dicho nada… todo en sus cuentas corrientes parece correcto. Tengo que trabajar aún algo más en ello, pero el hacerlo yo solo me lleva tiempo. Cada día, el capitán me mira con esa expresión de ¿Todavía sin lograr progresos, Sturgis? Me siento como un escolar que no ha hecho los deberes en casa. Cada día espero que me aparte de este caso y me meta en algún trabajo bien asqueroso.

– Si las cosas están tan mal, uno supondría que saltarías de alegría ante la posibilidad de una nueva pista.

– En eso tienes razón: una pista. No una conjetura basada en una serie de tenues asociaciones.

– A mí no me parecen tan tenues.

– Míralo desde este otro punto de vista… yo empiezo a husmear en casa de McCaffrey, que tiene relaciones que van todo el camino desde el centro de la ciudad hasta Malibú. Él hace unas cuantas llamadas de teléfono estratégicas… nadie le podría acusar de obstrucción a la justicia, porque yo no tengo ninguna razón legítima para estarlo investigando, y me veo apartado de este caso más rápido de lo que tú puedas tardar en escupir.

– De acuerdo -admití -, pero, ¿qué hay del aspecto mejicano? Ese tipo estuvo allí años y, de repente, se marcha, aparece en Los Ángeles y se convierte en un triunfador.

– La movilidad hacia arriba no es un delito, y a veces un cigarro es sólo un cigarro, doctor Freud.

– Mierda. No te soporto cuando te pones tan chistoso.

– Alex, por favor. Mi vida no es lo que se dice precisamente de color rosa. No necesito que, además de todo lo otro, me vengas tú con mamonadas.

Yo parecía estar desarrollando un talento para alienarme con aquellos que tenía más cercanos. Aún tenía que llamar a Robin, para averiguar a dónde la habían llevado los sueños de la noche anterior.

– Lo lamento. Supongo que estoy demasiado metido en esto.

No me lo discutió.

– Has hecho un buen trabajo. Me has sido de mucha ayuda. Pero a veces las cosas no concuerdan, por el simple hecho de que uno haya realizado un buen trabajo.

– Así, ¿qué es lo que vas a hacer? ¿Dejarlo correr?

– No. Miraré qué hay en el historial de McCaffrey… con mucha discreción. Especialmente la parte de Méjico. Y voy a continuar estudiando los archivos financieros de Handler y Bruno y, puesto a hacer, añadiré los de la Gutiérrez. Incluso voy a llamar a la Oficina del Sheriff de Malibú y le pediré una copia del informe del accidente de ese chico. ¿Cómo me dijiste que era su apellido?

– Nemeth.

– Muy bien. Esa parte debería ser fácil.

– ¿Hay algo más que quieras de mí?

– ¿Cómo? ¡Oh, nada! Has hecho un gran trabajo, Alex, quiero que sepas que te lo digo en serio. Ahora yo te relevaré. ¿Por qué no te tomas las cosas con más calma durante un tiempo?

– De acuerdo -le dije sin entusiasmo-. Pero tenme informado.

– Lo haré -me prometió -. Adiós.

La voz al otro lado era femenina y muy profesional. Me saludó con la cantinela de la cancioncilla de un anuncio de detergentes, una voluptuosidad que lindaba con lo obsceno.

– ¡Buenos Días, ésta es La Casa!

– Buenos días. Querría hablar con alguien acerca de la posibilidad de convertirme en miembro de la Brigada de Caballeros.

– ¡Aguarde un momento, señor!

En veinte segundos estuvo en la línea una voz masculina.

– Tim Kruger. ¿En qué puedo servirle?

– Me gustaría hablar acerca de unirme a la Brigada de Caballeros.

– Sí, señor. ¿Y a qué empresa representa usted?

– A ninguna. Estoy interesándome como particular.

– Oh, ya veo -la voz perdió buena parte de su amistosidad. La interrupción de la rutina provoca esto en mucha gente… les saca de quicio, los pone sobre guardia -. ¿Y cuál es su nombre, por favor?

– Doctor Alexandre Delaware.

Debió ser a causa del título, porque de nuevo cambió de marcha, al instante.

– Buenos días, doctor. ¿Qué tal está usted?

– Muy bien, gracias.

– Estupendo. ¿Y en qué especialidad está doctorado, si es que puedo preguntárselo?

Puedes.

– Soy psicólogo infantil. Jubilado.

– Excelente. No se nos presentan voluntarios muchos profesionales de la salud mental. Yo mismo soy graduado en consejería, y estoy al cuidado de la selección de candidatos para La Casa.

– Me imagino que la mayor parte de ellos lo deben considerar como algo demasiado parecido al trabajo -le dije -. Pero como yo he estado un tiempo apartado de este campo, la idea de volver a trabajar con niños me atrae.

– Maravilloso. ¿Y qué es lo que le ha traído hasta La Casa?

– Su reputación. He oído hablar de su buen trabajo. Y que están ustedes bien organizados.

– Bueno, muchas gracias, doctor. ¡Desde luego tratamos de hacer lo mejor para nuestros chicos!

– Estoy seguro de que así es.

– Damos una visita en grupo para los posibles Caballeros. La próxima está programada para el viernes de la semana próxima.

– Déjeme mirar en mi agenda -dejé el teléfono, miré por la ventana, hice media docena de flexiones de piernas y volví a cogerlo-. Lo siento, señor Kruger, pero ése es un mal día para mí. ¿Cuándo es la siguiente?

– Tres semanas después.

– Eso es mucho tiempo. Esperaba empezar antes -traté de mostrarme delicado y justo un poquito impaciente.

– Hum. Bueno, doctor, si no le importa algo un poco menos preparado que la orientación de grupo, yo podría acompañarle en una visita privada. No habrá tiempo para montar el audiovisual, pero de todos modos, como psicólogo, seguro que ya sabe mucho de estas cosas.

– Eso suena muy bien.

– De hecho, si está usted libre esta tarde, podría prepararla para entonces. El Reverendo Gus está hoy aquí y a él le gusta conocer a todos los posibles Caballeros… aunque no siempre sea posible, con la de viajes que tiene que hacer. Esta semana graba para el programa de Merv Griffin y luego vuela a Nueva York para salir en un programa de «A.M. América».

Me comunicó la noticia de las actividades televisivas de MacCaffrey con la solemnidad de un cruzado descubriendo el Santo Grial.

– Hoy sería perfecto.

– Excelente. ¿Alrededor de las tres?

– A la tres.

– ¿Sabe exactamente dónde estamos?

– No exactamente. ¿En Malibú?

– En Malibú Canyon -me dio la dirección exacta y luego añadió-: Ya que está aquí podrá llenar nuestros cuestionarios de selección. En un caso como el suyo, doctor, será una formalidad, pero tenemos que cumplir con las reglas. Aunque no creo que los tests psicológicos sean muy válidos para preseleccionar a un psicólogo ¿no es así?

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