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– A sus órdenes.

– Ja -rió, y por primera vez pareció atractiva.

Timothy Kruger me había mentido acerca de ser un chico pobre que justo había logrado entrar en Jedson. Su familia había donado un par de los edificios, e incluso una pura lectura por encima de los anuarios dejaba bien claro que los Kruger eran Muy Importantes. En cambio, la parte acerca de sus proezas atléticas era cierta: se había signi-ficado en las pistas de carreras, en pelota base y en lucha grecorromana. Había fotos de él saltando obstáculos, lanzando la jabalina y, más adelante, en una sección dedicada al teatro, en los papeles de Hamlet y Petruchio. La impresión que me dio era que constituía toda una figura en el campus. Me pregunté cómo habría acabado en La Casa de los Niños, trabajando con una titulación falsa.

La foto de L. Willard Towle mostraba que, en su juventud, había sido uno de esos rubios tipo Tab Hunter. Las notaciones que había bajo su nombre mencionaban la presidencia en el Club de los PreMed y en la Sociedad Honorífica de Biología. También había un asterisco que llevaba a una nota a pie de página que aconsejaba al lector que fuese a la última página del libro. Obedecí las instrucciones y llegué a una foto orlada en negro… la misma foto que había visto en la oficina de Towle, de su esposa e hijo contra un fondo de lago y montañas. Había una inscripción bajo la foto:

In Memoriam Lilah Hutchison Towle

1930- 1951

Lionel Willard Towle, Jr. 1949- 1951

Bajo la inscripción había unas líneas de poesía:

Que rápidamente que llega la noche,

Para ahogar nuestras esperanzas,

Y para apagar nuestros sueños;

Pero aún en la noche más oscura,

El rayo de la paz sigue iluminándonos.

Estaba firmado «S»

Yo estaba volviendo a leer el poema cuando la llamada codificada de Margaret Dopplemeier sonó en la puerta. Corrí el pestillo y entró llevando un sobre de color marrón. Cerró la puerta, se fue a su escritorio, abrió el sobre y dejó caer de su interior dos fichas de siete y medio por doce y medio centímetros.

– Vienen directamente del sagrado archivo de alumnos – le dio una mirada a una y me la entregó-. Aquí está su doctor.

El nombre de Towle estaba arriba, escrito a mano con letra elegante. Bajo él había varias anotaciones, de diferentes manos y distintos colores de tinta. La mayoría eran abreviaciones y códigos numéricos.

– ¿Me la puede explicar?

Rodeó el escritorio y se sentó junto a mí, tomó la ficha y la estudió.

– No hay nada misterioso en esto. Las abreviaciones son simplemente para ahorrar espacio. Los cinco dígitos tras el apellido son el código del alumno, para los envíos de correspondencia, necesidades de archivo y cosas así. Después tiene el número 3, que significa que es el tercer miembro de su familia que viene a Jedson. Eso de med no necesita explicación… es un código de dedicación, y el F.- med quiere decir que la medicina también es la ocupación principal de la familia. Si fueran navieros pondría nav y si banqueros bnq, etc. El G:51 indica el año en que se graduó. C.J, 148793 indica que se casó con otra estudiante de Jedson y da su código para poder consultar su ficha. Aquí hay algo interesante… hay una crucecita entre paréntesis (+) tras el código de la esposa, lo que quiere decir que está muerta, y la fecha de su muerte es 17/6/51… ¡murió cuando aún era estudiante aquí! ¿Sabía usted eso?

– Lo sabía. ¿Habría modo de averiguar algo más acerca de esa muerte?

Pensó un instante.

– Podríamos mirar los periódicos locales de esas fechas, buscando una nota necrológica o un obituario.

– ¿Y la revista de los estudiantes?

– El Spartan es un bodrio -dijo despectivamente -, pero supongo que sí hablaría de una cosa así. Los números atrasados se guardan en la biblioteca, al otro lado del campus. Podemos pasar luego por allí. ¿Cree que puede ser interesante?

– Podría ser, Margaret. Quiero saber todo lo que pueda de esa gente.

– Van der Graaf -exclamó.

– ¿Qué es eso?

– El profesor Van der Graaf, del Departamento de Historia. Es el más viejo de la Vieja Guardia, lleva en Jedson más tiempo que cualquier otra persona que yo conozca. Además es un chismoso de cuidado. Me senté a su lado en una fiesta campestre y el buen anciano me contó toda serie de chismes: quién se iba a la cama con quién, los trapos sucios del profesorado y cosas así.

– ¿Y le dejan que cuente esas cosas?

– Tiene casi los noventa, esta podrido de dinero de su familia, no está casado y no tiene herederos. Esperan que un día de estos la palme y le deje la pasta a la universidad. Es catedrático honorífico desde quien sabe cuánto tiempo. Tiene aquí una oficina y siempre está metido en ella, haciendo ver que escribe libros. No me sorprendería que hasta durmiese ahí. Sabe más sobre Jedson que nadie.

– ¿Y cree que hablará conmigo?

– Si le apetece. De hecho, pensé en él cuando me dijo usted por teléfono que quería saber cosas sobre alumnos que se hayan hecho famosos. Pero luego pensé que sería muy arriesgado dejarle a solas con un periodista. Una nunca sabe qué es lo que va a hacer o decir.

Lanzó una risita, disfrutando de la habilidad del viejo al rebelarse desde una posición de poder.

– Naturalmente, ahora que sé lo que usted quiere – continuó-, pienso que hablar con él le vendría al dedillo. Pero necesitará inventarse algo para explicar el porqué quiere que le hable de Towle, aunque me imagino que eso no debe de ser un gran problema para alguien tan inventivo como lo es usted.

– ¿Qué tal le suena esto?: soy un periodista de la revista Medical World News; digamos que me llamo Bill Roberts… Y el doctor Towle acaba de ser elegido Presidente de la Academia de Pediatras, por lo que estoy escribiendo un artículo acerca de sus estudios…

– Suena bien. Voy a llamarle ya.

Tendió la mano hacia el teléfono y yo le di otra mirada a la ficha de alumno de Towle. La única información que ella no me había explicado era una columna de datos fechados bajo la indicación general $, que supuse que serían donaciones a Jedson. Promediaban los diez mil dólares al año. Towle era un hijo agradecido.

– Hola, profesor Van der Graaf -estaba diciendo ella -, soy Margaret Dopplemeier de Relaciones Públicas. Sí, estoy bien, gracias, ¿y usted? Muy bien… oh, estoy segura que podremos arreglarlo, profesor.

Tapó el micrófono con la mano y me hizo un guiño, susurrando las palabras: «está de buenas».

– No sabía que le gustase la pizza, profesor. No. No, tampoco a mí me gustan las de anchoas. Sí, me gustan los Duesenbergs. Sí, ya sé que a usted también le gustan… sí, ya lo sé. La lluvia caía a mares, profesor. Sí, me gustaría. Sí, cuando mejore el tiempo. Con la capota bajada. Yo llevaré la pizza.

Coqueteó con Van der Graaf durante unos minutos y, al fin, llegó al tema de mi visita. Escuchó, me hizo un signo de asentimiento, cerrando el índice y el pulgar en un okey, y volvió a flirtear. Tomé la ficha de Kruger.

Era el quinto miembro de su familia que iba a Jedson y se listaba su graduación como ocurrida hacía cinco años. No había mención alguna acerca de su actual trabajo, en cuanto a la familia, se decía que se dedicaba al com, trans y finc. No había mención alguna a un matrimonio, ni había donado dinero alguno a la universidad. Sin embargo, había un dato interesante bajo la notación REL-F -decía Towle. Finalmente las tres letras BDA estaban escritas con trazo grueso en la parte inferior de la ficha. Margaret acabó con el teléfono.

– Le recibirá. Siempre que yo le acompañe y me comprometa, le cito textualmente: «a darme un buen masaje, jovencita. Así contribuirá a prolongar la vida de un fósil viviente». El muy viejo verde… -lo dijo afectuosamente.

Le pregunté acerca del nombre de Towle en la ficha de Kruger.

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