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– Justo. Ese dibujo también lo he visto yo. El tipo del sombrero en punta le hacía hacer todo tipo de cosas raras a Popeye.

– Aja.

– Bueno, eso está bien para los dibujos animados, pero el hipnotismo de verdad no tiene nada que ver con eso – le di una versión para una niña de la explicación que le había dado a su madre…Y pareció creerme porque al miedo lo sustituyó una especie de fascinación.

– ¿Podemos hacerlo ahora?

Dudé. La playa estaba vacía, teníamos mucha intimidad. Y el momento era adecuado. Que Towle se fuera al infierno…

– No veo por qué no. Pero primero pongámonos bien cómodos.

Le hice que clavara la vista en una pequeña piedrecita brillante mientras la mantenía en la mano. Al cabo de unos instantes estaba parpadeando, en respuesta a la sugestión. Su respiración se hizo más lenta y se tornó regular. Le dije que cerrara los ojos y escuchase al ruido de las olas, golpeando contra la costa. Luego le dije que se imaginara estar descendiendo unas escaleras y pasando por una hermosa puerta que llevaba a uno de sus lugares favoritos.

– No sé dónde está, ni sé lo que hay dentro, pero es un lugar muy especial para ti. Me lo puedes decir o mantenerlo como un secreto, pero el estar ahí te hace sentirte tan cómoda, tan feliz, tan al control…

Un poco más de aquello y estaba en un profundo estado hipnótico.

– Ahora puedes oír el sonido de mi voz sin tener que escucharme. Sólo sigue disfrutando de tu lugar favorito y pásatelo muy bien.

La dejé ir por unos cinco minutos. En su pequeño y delgado rostro había una expresión angelical. Un suave viento agitaba los rizos sueltos de su cabello. Parecía diminuta, sentada en la arena, con las manos descansando en su regazo.

Le di una sugestión para que fuese hacia atrás en el tiempo, la llevé de vuelta a la noche del asesinato. Se puso en tensión por un instante, luego volvió a la respiración profunda y regular.

– Todavía te sientes totalmente relajada, Melody. Muy cómoda y totalmente al control. Pero ahora puedes verte a ti misma, como si fueras una estrella de las de la tele. Ahora te ves a ti misma saliendo de la cama…

Se entreabrieron sus labios y se pasó la lengua por ellos.

– Y te vas a la ventana y te sientas junto a ella, mirando hacia afuera. ¿Qué es lo que ves?

– Oscuridad -la palabra apenas si fue audible.

– Sí, es de noche. Y hay algo más.

– No.

– De acuerdo. Quedémonos sentados un rato más.

Unos minutos más tarde:

– ¿Puedes ver alguna otra cosa en la oscuridad, Melody?

– Oh- oh. Oscuridad.

Lo intenté unas cuantas veces más, y luego lo dejé correr. O bien no había visto nada y aquello de los dos o tres hombres había sido una invención, o estaba bloqueando. En cualquier caso no iba a sacar nada de ella.

La dejé disfrutar de su lugar favorito, le di sugerencias para que tuviera dominio sobre sí misma, control y para sentirse tranquila y feliz y la saqué suavemente de la hipnosis. Salió de ella sonriendo.

– ¡Esto ha sido divertido!

– Me alegra que te haya gustado. Parece que tenías un lugar favorito realmente bueno.

– ¡Me dijiste que no tenía que decirte cuál era!

– Es cierto, no tienes por qué hacerlo.

– Bueno, ¿y si quiero? -hizo un mohín,

– Entonces puedes.

– Humm – saboreó su poder por un momento -. Quiero decírtelo. Estaba dando vueltas en el tío-vivo. Girando y girando, más y más de prisa.

– Ésa ha sido una muy buena elección.

– Cada vez que daba una vuelta me sentía más y más feliz. ¿Podremos ir allí alguna otra vez?

– Seguro -ahora sí la has hecho buena, Alex. Te has metido en algo de lo que no te va a resultar fácil salir. Padre instantáneo, sólo hay que añadir sentido de culpa y agitar.

De vuelta al coche se volvió hacia mí.

– Alex, ¿no me dijiste que al hipnotizarte te resulta más fácil recordar?

– Puede.

– ¿Podría usarlo para recordar a mi papi?

– ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?

– Nunca. Se fue cuando yo era una niña muy pequeña; él y mamá ya no viven juntos.

– ¿No te visita?

– No. Vive muy lejos. Una vez me llamó por teléfono, antes de las Navidades, pero yo estaba durmiendo. Mamá no me despertó. Me enfadé muchísimo.

– Lo entiendo.

– La pegué.

– Debías de estar realmente enfadada.

– Aja – se mordió el labio-. A veces me manda cosas.

– ¿Cómo Gordo?

– Sí, y otras cosas -buscó en su bolso y sacó lo que parecía ser el corazón de una fruta seca, o una semilla grande. Había sido tallado para que pareciese un rostro, una cara haciendo una mueca, con ojos de cuentas de vidrio y tiras de negro cabello acrílico pegadas a la parte superior. Una cabeza, una cabeza reducida. El tipo de basura repugnante que puedes hallar en cualquier tenderete de recuerdos para turistas en Tijuana. Por la forma en que lo aguantaba podría haber sido la Joya de la Corona de Kwarshiorkor…

– Muy bonito -di una vuelta a aquella cosa nudosa y se la devolví.

– Me gustaría verle, pero mamá dice que no sabe dónde está. ¿Podría ayudarme a recordarlo el que me hipnotizaras?

– Sería muy difícil, Melody, porque no lo has visto en mucho tiempo… Pero lo podemos intentar. ¿Tienes algo para ayudarte a recordarlo… una foto de él?

– Aja -buscó de nuevo en su bolso y sacó una doblada y mutilada instantánea. Probablemente la había manoseado tanto como a las cuentas de un rosario. Pensé en la foto en la pared de Towle. Ésta era la semana de los recuerdos en celuloide. ¡Ah, señor Eastman, si hubiera sabido que su pequeña caja negra iba a poder ser usada para conservar el pasado como el feto de un nonato en una botella con formol!

Era una desvaída foto en color de un hombre y una mujer. La mujer era Bonita Quinn en días más jóvenes, pero no mucho más hermosos. Incluso en la veintena había poseído una triste máscara como rostro que predecía un futuro inmisericorde. Vestía una ropa que mostraba demasiada cacha desnutrida. Su cabello era largo y liso y estaba separado en la mitad. Ella y su compañero estaban frente a lo que parecía ser un bar rural, el tipo de lugar en el cual tomar copas y que uno halla enfrente cuando da la vuelta a una inesperada curva en la autopista; las paredes del edificio eran de troncos mal desbastados. En la ventana se veía un cartel de la cerveza Budweiser.

Su brazo estaba en derredor de la cintura del hombre, que había colocado el suyo sobre el hombro de ella. Él vestía una camiseta de manga corta, tejanos y botas de cordones. Junto a él era visible la parte trasera de una motocicleta.

Era un tipo bien extraño. Un lado de él… el izquierdo, se caía y se le notaba algo más que una simple impresión de atrofia que iba a todo lo largo de ese costado, desde la cara al pie. Parecía mal hecho, como una fruta que ha sido partida en dos y luego vuelta a juntar pero no con demasiada precisión. Cuando uno dejaba de lado esa asimetría no tenía mal aspecto: alto, delgado, con un cabello lacio que le llegaba hasta los hombros, rubio, y con un espeso bigote.

Tenía en su rostro la expresión de los que se creen listos, que contrastaba con la solemnidad de Bonita. Era el tipo de mirada que uno ve en la cara de los matones locales, cuando entra en un pequeño bar de un pueblo desconocido. El tipo de expresión que uno se cuida muy bien de evitar, porque significa que van a haber problemas y nada más que problemas.

No me soprendía que su propietario hubiera acabado entre rejas.

– Aquí tienes – le devolví la foto y la guardó cuidadosamente en su bolso.

– ¿Quieres hacer otra carrera?

– No. Estoy bastante cansada.

– ¿Quieres volver a casa?

– Aja.

Durante el camino de regreso al apartamento estuvo muy quieta, como si volviera a estar dopada. Tuve la preocupante sensación de que no le había hecho ningún bien a aquella niña, que la había sobreestimulado, sólo para volverla a devolver a una rutina árida.

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