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Lisbeth:

¡Joder, tía! ¡Qué complicada eres! ¿Quién diablos es Zala? ¿Es él el vínculo? ¿Sabes quién mató a Dag y Mia? En ese caso, dímelo ya de una vez para que podamos resolver esta mierda e irnos todos a casa a descansar. Mikael.

Perfecto. Hora de engancharlo.

Ella creó otro documento al que llamó «Kalle Blomkvist». Sabía que le fastidiaría. Luego le redactó un breve mensaje.

El periodista eres tú. Averigúalo.

Como era de esperar, él contestó, casi inmediatamente, con una súplica para que ella entrara en razón; aparte de eso, también intentó tocarle la fibra. Lisbeth sonrió y cerró la ventana del disco duro de Mikael.

Ya que había comenzado, siguió y abrió el disco duro de Dragan Armanskij. Pensativa, leyó el informe que él había redactado sobre ella el lunes de Pascua. No quedaba claro a quién lo dirigía, pero Lisbeth dio por descontado que lo único razonable era que Armanskij estuviera colaborando con la policía para que la detuvieran.

Dedicó un riempo a repasar el correo electrónico de Armanskij, pero no encontró nada de interés. Al ir a cerrar el disco duro, se topó con un correo electrónico dirigido al jefe técnico de Milton Security. Armanskij le daba instrucciones de instalar una cámara oculta de vigilancia en su despacho.

«Ufff.»

Miró la fecha y constató que el mensaje se había envíado a finales de enero, apenas una hora después de la visita de cortesía que ella le realizó.

Eso significaba que se vería obligada a modificar ciertos procedimientos rutinarios en el sistema automático de vigilancia antes de volver a entrar en el despacho de Armanskij.

Capítulo 22 Martes, 29 de marzo – Domingo, 3 de abril

El martes por la mañana, Lisbeth Salander accedió al registro de la Policía Criminal nacional y buscó a Alexander Zalachenko. No aparecía por ninguna parte, algo que no le sorprendió ya que, por lo que sabía, no tenía antecedentes penales en Suecia y ni siquiera figuraba en el padrón.

Para entrar en el registro se sirvió de la identidad del comisario Douglas Skiöld, de cincuenta y cinco años, adscrito al distrito policial de Malmö. Se sobresaltó cuando, de pronto, su ordenador hizo clin y un icono del menú empezó a parpadear; alguien deseaba chatear a través del programa ICQ.

Dudó un instante. Su primer impulso fue tirar del cable y desconectarse. Luego, lo pensó mejor. Skiöld no disponía de ICQ en su ordenador. Pocas personas mayores lo instalaban, ya que se trataba de un programa que, en general, utilizaba la gente joven y los usuarios experimentados que querían chatear.

Lo cual significaba que alguien la estaba buscando a ella. Y por tanto no había muchas alternativas. Abrió el ICQ y escribió las palabras:

– ¿Qué quieres, Plague?

– WASP, es difícil dar contigo. ¿Nunca miras tu correo?

– ¿Cómo lo has hecho?

– Skiöld. Tengo la misma lista. Suponía que estarías usando alguna de las identidades con más autorizaciones.

– ¿Qué quieres?

– ¿Quién es ese Zalachenko al que andas buscando?

– MYOB.

– ¿…?

– Mind Your Own Business.

– ¿Qué está pasando?

– Fuck O, Plague.

– Y yo que pensaba que el discapacitado social era yo, como tú siempre dices. Si nos fiamos de la prensa, en comparación contigo, soy la normalidad personificada.

– «I»

– Otro dedo para ti. ¿Necesitas ayuda?

Lisbeth dudó un momento. Primero Blomkvist y ahora Plague. No había quien parara el aluvión de gente que acudía en su auxilio. Plague era un ermitaño de ciento sesenta kilos que se comunicaba con el mundo exterior, a través de Internet y que hacía que, a su lado, Lisbeth Salander pareciera un dechado de competencia social. Como Lisbeth no contestaba, Plague escribió una línea más.

– ¿Todavía ahí? ¿Necesitas ayuda para salir del país?

– No.

– ¿Por qué disparaste?

– Piss off.

– ¿Piensas matar a más gente? Y en tal caso, ¿debo preocuparme? Seguramente sea la única persona capaz de seguirte el rastro.

– Ocúpate de tus asuntos; no tienes de qué preocuparte.

– No me preocupo. Búscame en hotmail si necesitas algo. ¿Armas? ¿Pasaporte nuevo?

– Eres un sociópata.

– Mira quién habla.

Lisbeth desconectó el programa ICQ, se sentó en el sofá y se puso a pensar. Al cabo de diez minutos volvió a conectarse y le envió un mail a su dirección de hotmail.

El fiscal Ekström, el instructor del sumario, vive en Täby. Está casado, tiene dos niños y dispone de banda ancha en su chalé. Necesitaría el access de su portátil o, si no es posible, de su ordenador de casa. Necesito leerle en tiempo real. Hostile takeover con un disco duro espejo.

Lisbeth sabía que Plague raramente abandonaba su casa de Sundbyberg, así que alimentò la esperanza de que hubiese adiestrado a algún acneico adolescente que pudiera hacer el trabajo de campo. No firmó el mail; resultaba superfluo. Quince minutos más tarde, el ICQ volvió a hacer clin.

– ¿Cuánto pagas?

– 10.000 + gastos para ti y 5.000 para tu ayudante.

– Tendrás noticias mías.

El jueves por la mañana, Lisbeth recibió un correo de Plague. Era una dirección ftp. Lisbeth se quedó perpleja. No esperaba ningún resultado hasta dentro de, al menos, dos semanas. Realizar un hostile takeover, incluso con el programa de Plague y su hardware diseñado a medida, era un proceso laborioso que requería introducir, sin ser detectado, en un ordenador, kilobyte a kilobyte, pequeños fragmentos de información hasta crear un sencillo programa. La rapidez de la operación dependía de la frecuencia con la que Ekström usara su ordenador; luego, eran necesarios unos cuantos días más para transmitir toda esa información hasta un disco duro espejo. Cuarenta y ocho horas no sólo resultaba excepcional, sino teóricamente imposible. Lisbeth estaba impresionada. Activó su ICQ.

– ¿Cómo lo has hecho?

– Cuatro personas de la casa tienen ordenador. No te lo vas a creer: no tienen cortafuegos. Seguridad cero. No tuve más que engancharme al cable y cargar. Los gastos ascienden a seis mil coronas. ¿Te lo puedes permitir?

– Por supuesto. Más una bonificación por un trabajo rápido.

Tras vacilar un instante realizó, vía Internet, una transferencia de treinta mil coronas a la cuenta de Plague; no quería malacostumbrarlo con sumas exorbitantes. Luego se acomodó en su silla de Ikea modelo Verksam y accedió al portátil del instructor del sumario, el fiscal Ekström.

Una hora después ya había leído todos los informes que el inspector Jan Bublanski le había enviado. Según el reglamento, ese tipo de información no debía salir de la jefatura de policía, pero Lisbeth sospechaba que Ekström, sencillamente, pasaba de las normas, se llevaba el trabajo a casa y se conectaba a Internet sin ningún cortafuegos.

Una vez más, eso demostraba su tesis de que no hay mejor grieta en un sistema de seguridad que el más tonto de los colaboradores. Gracias al ordenador de Ekström obtuvo información esencial.

Lo primero que descubrió fue que Dragan Armanskij había destinado a dos colaboradores, gratis, para que se unieran al equipo de Bublanski, cosa que, en la práctica, significaba que Milton Security financiaba la caza policial. Su misión consistía en contribuir, de todas las maneras posibles, a la detención de Lisbeth Salander. «Muchas gracias, Armanskij, todo un detalle. Lo tendré en cuenta.» Su rostro se ensombreció cuando descubrió quiénes habían sido los elegidos. Bohman le parecía un tipo bastante soso pero, en general, correcto con ella. En cambio, Nicklas Eriksson era un don nadie corrupto que se había aprovechado de su posición en Milton Security para engañar a uno de los clientes de la empresa.

Lisbeth Salander poseía una moral selectiva. Engañar a los clientes de la empresa, siempre con la condición de que se lo tuvieran bien merecido, no le resultaba nada ajeno, pero jamás lo haría tras haber aceptado un trabajo que implicara mantener el secreto profesional.

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