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¿Podía fiarse de Mikael Blomkvist? Había jugado sus cartas y ahora estaba a merced de la buena voluntad de Blomkvist. No obstante, se había guardado la información más importante, la identidad y el verdadero papel de Zala en la historia. Una carta decisiva que todavía guardaba en la manga.

¿Cómo coño había podido acabar metido en todo ese lío? No era ningún delincuente. Todo lo que había hecho se reducía a pagar a unas putas. Estaba soltero. Esa jodida tía de dieciséis años ni siquiera había fingido que él le gustaba; lo había mirado con desprecio.

Maldita zorra. Ojalá no hubiese sido tan joven. Si por lo menos hubiese tenido veinte años, ahora el asunto no tendría tan mala pinta. Los medios de comunicación lo masacrarían si alguna vez se filtraba la información. Blomkvist también lo detestaba. Ni siquiera intentaba ocultarlo.

«Zalachenko.»

Un chuloputas. Qué ironía. Había follado con las putas de Zalachenko. Aunque Zalachenko había sido lo suficientemente listo como para mantenerse en un discreto segundo plano.

«Bjurman y Salander.»

«Y Blomkvist.»

Una salida.

Tras pasar una hora cavilando, fue a por el papelito donde estaba apuntado el número de teléfono y que había cogido cuando, dos o tres días antes, le hizo una breve visita a su lugar de trabajo. No era lo único que le había ocultado a Blomkvist. También sabía dónde se encontraba Zalachenko, pero llevaba más de doce años sin hablar con él y no le apetecía nada volverlo a hacer nunca más.

Pero el cabrón de Zalachenko era muy escurridizo. Entendería el problema. Podría desaparecer de la faz de la tierra. Marcharse al extranjero y jubilarse. La verdadera catástrofe sería que lo detuvieran. Entonces, todo podría irse a la mierda.

Dudó mucho tiempo antes de levantar el teléfono y marcar el número.

– Hola, soy Sven Jansson -dijo. Un nombre falso que llevaba mucho tiempo sin usar. Zalachenko se acordaba perfectamente de quién era.

Capítulo 28 Miércoles, 6 de abril – Jueves, 7 de abril

Cerca de las ocho de la tarde, Bublanski se reunió con Sonja Modig en el Wayne's de Vasagatan. Ella nunca había visto a su jefe tan abatido. Él la puso al corriente de los sucesos del día. Sonja guardó silencio durante un largo rato. Al final, alargó la mano y la apoyó encima del puño cerrado de Bublanski. Era la primera vez que ella lo tocaba; un simple gesto de amistad que no escondía ninguna otra intención. Él le dedicó una triste sonrisa y, de un modo igual de amistoso, le dio unas palmaditas en la mano.

– Tal vez deba jubilarme -dijo.

Ella le sonrió con indulgencia.

– Esta investigación hace aguas por todas partes -prosiguió-. Le he contado a Ekström los acontecimientos del día y la única instrucción que me ha dado ha sido: «Haz lo que te parezca mejor». Está como paralizado.

– No me gusta hablar mal de mis superiores, pero, por lo que a mí respecta, se puede ir a hacer puñetas.

Bublanski asintió.

– Formalmente, te has reincorporado a la investigación. Sospecho que no piensa pedirte perdón.

Ella se encogió de hombros.

– Ahora mismo tengo la sensación de que todo el equipo investigador se limita a nosotros dos -dijo Bublanski-. Faste salió esta mañana echando chispas y ha tenido el móvil apagado durante todo el día. Si no aparece mañana, tendré que emitir una orden de búsqueda.

– Me trae sin cuidado que Faste se mantenga alejado de la investigación. ¿Qué va a pasar con Niklas Eriksson?

– Nada. Yo quería detenerlo y procesarle pero Ekström no se ha atrevido. Le hemos echado y yo he ido a Milton a tener una seria conversación con Dragan Armanskij. Hemos interrumpido la colaboración con Milton, lo cual significa que, por desgracia, también perdemos a Sonny Bohman. Es un buen poli.

– ¿Y cómo se lo ha tomado Armanskij?

– Se ha quedado hecho polvo. Lo interesante es que…

– ¿Qué?

– Armanskij me ha contado que Eriksson siempre le cayó mal a Lisbeth Salander. Se ha acordado de cuando, hace ya un par de años, ella le dijo que debería despedirlo y que era un hijo de puta, aunque no quiso explicarle por qué. Armanskij, obviamente, no siguió su consejo.

– Vale.

– Curt continúa en Södertälje. En breve van a llevar a cabo un registro domiciliario en casa de Carl-Magnus Lundin. Jerker se halla en plena faena, cerca de Nykvarn, desenterrando trozo a trozo al viejo taleguero Kenneth Gustafsson, el Vagabundo. Y, justo antes de venir aquí, me volvió a llamar para decirme que habían encontrado a otra persona enterrada. A juzgar por la ropa, se trata de una mujer. Parecía llevar allí bastante tiempo.

– Un cementerio en pleno bosque. Jan, esta historia parece mucho más siniestra de lo que imaginamos en un principio. Supongo que no le imputaremos también a Salander los asesinatos de Nykvarn.

Bublanski sonrió por primera vez en muchas horas.

– No. Habrá que descartarla. Aunque sí va armada y le ha pegado un tiro a Lundin.

– Sin embargo, le disparó en el pie y no en la cabeza. En el caso de Magge Lundin tal vez no haya mucha diferencia, pero hemos partido de la hipótesis de que el culpable de los asesinatos de Enskede es un excelente tirador.

– Sonja, esto carece de sentido por completo. Magge Lundin y Sonny Nieminen son dos pesos pesados de la violencia con una lista kilométrica de antecedentes penales. Es cierto que Lundin ha engordado unos kilos y quizá no esté en plena forma, pero es un tipo peligroso. Y Nieminen es un auténtico salvaje al que le tienen miedo incluso los tipos más brutos. No me entra en la cabeza que una chavala tan bajita y raquítica como Salander les haya dado una paliza así. Lundin está gravemente herido.

– Mmm.

– No es que no se lo merecieran, lo que no entiendo es cómo lo hizo.

– Pues tendremos que preguntárselo cuando demos con ella. Aun así, recuerda que, según todos los informes, es violenta.

– Ya, pero de todas maneras, no soy capaz de visualizar lo que sucedió en esa casa. Estamos hablando de dos tíos con los que a Curt Svensson le habría preocupado pelear por separado. Y Curt no es lo que se dice un blandengue.

– La cuestión es si ella tenía motivos para meterse con Lundin y Nieminen.

– Una chica sola con dos psicópatas, dos verdaderos idiotas purasangre, en una casa de campo desierta… Se me ocurre algún que otro motivo -dijo Bublanski.

– ¿La ayudaría alguien? ¿Habría otra persona en el lugar?

– En el examen técnico no hay nada que lo indique. Salander entró en la casa; había una taza de café en la mesa. Y, además, tenemos el testimonio de Anna Viktoria Hansson, esa mujer de setenta y dos años que es como una especie de portera de la zona y que registra todo lo que se mueve por allí. Jura que los únicos que pasaron fueron Salander y los dos caballeros de Svavelsjö.

– ¿Y cómo entró en la casa?

– Con llave. Supongo que la cogió del apartamento de Bjurman. ¿Te acuerdas de…

– … del precinto cortado? Sí, la señorita sabe lo que hace.

Durante unos cuantos segundos, Sonja Modig tamborileó con los dedos sobre la mesa y, acto seguido, sacó otro tema.

– ¿Se ha demostrado que fue Lundin el que participó en el secuestro de Miriam Wu?

Bublanski asintió.

– Paolo Roberto le ha echado un vistazo a una carpeta con fotos de tres docenas de moteros. Lo identificó en seguida y sin vacilar. Dice que es el hombre que vio en el almacén de Nykvarn.

– ¿Y Mikael Blomkvist?

– No lo he podido localizar. No coge el móvil.

– Vale. Lundin encaja con la descripción de la agresión de Lundagatan; por lo tanto, podemos suponer que Svavelsjö MC lleva un tiempo detrás de Salander. ¿Por qué?

Bublanski, no sabiendo qué decir, levantó las manos con las palmas hacia arriba.

– ¿Habrá estado viviendo Salander en la casa de Bjurman mientras la buscábamos? -se preguntó Sonja Modig en voz alta.

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