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– ¿Cómo lo sabe?

– Porque en la actualidad Zala tiene sesenta y cinco años y está gravemente discapacitado. Le han amputado un pie y tiene dificultades para andar. No ha ido por Odenplan ni por Enskede matando a nadie. Si quisiera asesinar a alguien, primero tendría que llamar a una ambulancia para que lo llevaran.

Malin Eriksson sonrió educadamente a Sonja Modig.

– Eso deberás preguntárselo a Mikael.

– De acuerdo.

– No puedo hablar de su investigación contigo.

– Pero si el hombre al que llaman Zala es un posible culpable…

– Tendrás que preguntárselo a Mikael -insistió Malin-. Yo puedo ayudarte proporcionándote información sobre el trabajo de Dag Svensson, pero no sobre nuestra propia investigación.

Sonja Modig suspiró.

– Lo entiendo. ¿Qué me puedes contar de las personas de esa lista?

– Sólo lo que escribe Dag Svensson, nada acerca de las fuentes. Lo que sí puedo decirte es que Mikael ha contactado con más o menos una docena de personas de la lista y las ha ido descartando. Quizá eso te ayude.

Sonja Modig asintió con la cabeza dubitativamente. «No, eso no ayudaba en nada. De todas maneras, la policía tenía que llamar a sus puertas y realizar un interrogatorio formal. Un juez. Tres abogados. Varios políticos y periodistas… y colegas. Promete ser un circo muy divertido.» Sonja Modig se dio cuenta de que la policía debería haber empezado con esos interrogatorios el día después de los asesinatos.

Su mirada se depositó sobre un nombre de la lista. Gunnar Björck.

– No aparece el domicilio de este hombre.

– No.

– ¿Por qué?

– Trabaja en la Säpo y tiene una dirección secreta. Aunque ahora mismo está de baja. Dag Svensson nunca consiguió localizarlo.

– ¿Y vosotros habéis conseguido dar con él?

– Pregúntaselo a Mikael.

Pensativa, Sonja Modig clavó la vista en la pared que había tras la mesa de Dag Svensson.

– ¿Puedo hacer una pregunta personal?

– Adelante.

– ¿Quién creéis vosotros que mató al abogado Bjurman y a vuestros amigos?

Malin Eriksson se quedó callada. Ojalá Mikael Blomkvist hubiese estado allí para contestar a las preguntas. Por más que seas inocente, siempre resulta desagradable que un policía te interrogue. Pero mucho peor aún era no poder explicar con exactitud las conclusiones a las que había llegado Millennium. Luego escuchó la voz de Erika Berger a sus espaldas.

– Nuestro punto de partida es que los asesinatos tuvieron lugar para impedir que alguno de los casos con los que trabajaba Dag Svensson saliera a la luz. Sin embargo, no sabemos quién apretó el gatillo. Mikael se está centrando en esa persona desconocida a la que llaman Zala.

Sonja Modig se dio la vuelta y observó a la redactora jefe de Millennium. Erika Berger ofreció a Malin y Sonja dos tazas de café. Estaban decoradas, respectivamente, con el logotipo del sindicato de los empleados de comercio y servicios y con el del partido de los democristianos. Erika Berger esbozó una sonrisa educada. Después, entró en su despacho.

Salió tres minutos más tarde.

– Modig, tu jefe acaba de llamar. Tienes el móvil apagado. Que lo llames.

El incidente de la casa de campo de Bjurman desencadenó una actividad febril durante la tarde. Se alertó a todas las unidades de la región. Lisbeth Salander al fin había salido de su escondite. Se informaba de que existía una alta probabilidad de que viajara en una Harley-Davidson perteneciente a Magge Lundin. También se advertía que Salander iba armada y que acababa de pegarle un tiro a una persona en una casa cerca de Stallarholmen.

La policía instaló controles en las carreteras de acceso a Strängnäs y Mariefred, así como en todas las entradas de Södertälje. Los trenes de cercanías entre Södertälje y Estocolmo fueron registrados durante varias horas. Sin embargo, no se pudo dar con ninguna chica de baja estatura, con o sin Harley-Davidson.

A las siete de la tarde, un coche patrulla se percató de la presencia de una Harley aparcada delante del recinto ferial de Älvsjö, lo que desplazó el centro de atención de las pesquisas de Södertälje a Estocolmo. Desde Älvsjö también informaron de que habían encontrado un trozo de una cazadora de cuero con el emblema de Svavelsjö MC. El hallazgo hizo que el inspector Bublanski se colocara las gafas sobre la cabeza y que, malhumorado, se entregara a la contemplación de la oscuridad exterior desde la ventana de su despacho de Kungsholmen.

Había sido un día aciago. El secuestro de la amiga de Salander, la aparición de Paolo Roberto, luego un incendio provocado y esa chusma enterrada en los bosques de Södertälje. Y para rematar, el caos incomprensible de Stailarholmen.

Bublanski entró en la gran sala de trabajo y consultó un mapa de Estocolmo y sus alrededores. Recorrió con la mirada Stailarholmen, Nykvarn, Svavelsjö y, finalmente, Älvsjö, las cuatro poblaciones que, por diferentes razones, habían adquirido gran notoriedad. Después dirigió la vista a Enskede y suspiró. Le atenazaba el presentimiento incómodo de que la policía iba muy por detrás del desarrollo de los acontecimientos. La verdad era que no entendía nada. Fuera cual fuese el motivo de los asesinatos de Enskede, estaba convencido de que era mucho más complicado de lo que habían pensado en un principio.

Mikael Blomkvist desconocía todo lo sucedido en Stailarholmen. Abandonó Smådalaro a eso de las tres de la tarde. Paró en una gasolinera para tomar café mientras intentaba darle sentido a la historia.

Sentía una profunda frustración. Björck le había dado tantos detalles que Mikael estaba abrumado y, a la vez, se había empecinado en no proporcionarle la última pieza del puzle, la identidad sueca de Zalachenko. Se sentía engañado. De repente Björck había interrumpido la narración y se había negado en redondo a revelarle el desenlace de la historia.

– Tenemos un acuerdo -insistió Mikael.

– Yo he cumplido con mi parte. Le he contado quién es Zalachenko. Si quiere más información, tendremos que llegar a un nuevo acuerdo. Necesito garantías de que mi nombre se va a desvincular por completo y de que no habrá consecuencias.

– ¿Cómo puedo garantizárselo? No tengo poder sobre la investigación policial y, tarde o temprano, llamarán a su puerta.

– No me preocupa la investigación policial. Lo que necesito es que me asegure que mi nombre nunca aparecerá relacionado con el tema de las putas.

Mikael advirtió que Björck parecía más preocupado por ocultar su relación con el comercio sexual que por haber desvelado información confidencial de su trabajo. Eso decía bastante de su personalidad.

– Ya le he prometido que, por lo que a ese tema respecta, no escribiré ni una sola palabra sobre usted.

– Pero ahora necesito garantías de que tampoco va a mezclarme con el asunto de Zalachenko.

Mikael no pensaba darle ese tipo de garantías. Podía llegar a tratar a Björck como una fuente anónima por lo que al trasfondo de la historia se refería, pero no garantizarle el completo anonimato. Al final, acordaron meditar sobre ese punto un día o dos antes de continuar con la entrevista.

Cuando Mikael se hallaba sentado en la gasolinera tomándose un café en un vaso de papel, le asaltó la sensación de que tenía algo delante de sus narices. Estaba tan cerca que podía vislumbrar las siluetas, aunque no era capaz de enfocar la imagen. Luego se le ocurrió que había otra persona que tal vez pudiera arrojar algo de luz sobre la historia. Además, estaba bastante cerca de la residencia de Ersta. Consultó la hora, salió apresuradamente y se fue a visitar a Holger Palmgren.

Gunnar Björck estaba preocupado. Tras el encuentro con Mikael Blomkvist, se hallaba extenuado. La espalda le dolía más que nunca. Se tomó tres analgésicos y se tumbó en el sofá del salón. Los pensamientos le corroían. Una hora más tarde se levantó, puso agua a hervir y sacó unas bolsitas de té Lipton. Se sentó a la mesa de la cocina y empezó a pensar.

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