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– He tenido una semana asquerosa y estoy de un humor de perros. ¿Y sabes qué es lo peor? Cada vez que me doy la vuelta me encuentro con algún puto saco de mierda y grasa que se me pone chulo. Ahora pienso largarme de aquí. Quítate de en medio.

Magge Lundin se quedó boquiabierto. Al principio, pensó que no la había oído bien. Luego, involuntariamente, se echó a reír. La situación era para partirse de la risa. Una tía raquítica, que cabía en el bolsillo de su chupa, les plantaba cara a dos tíos hechos y derechos cuyos chalecos daban fe de su pertenencia a Svavelsjö MC. Lo que significaba que eran los más malos de todos los malos y, además, pronto serían miembros de pleno derecho de los Angeles del Infierno. Podían desmontarla y meterla en una caja de galletas. Y allí estaba ella, toda chula.

Pero, aunque la tía estuviese loca de atar -cosa que, sin duda, era el caso, según los periódicos y lo que acababan de ver en ese patio-, sus chalecos deberían infundirle respeto. Algo que ella no mostró en absoluto Eso no se podía tolerar, por muy tronchante que le resultara la situación. Miró de reojo a Sonny Nieminen.

– Creo que la bollera necesita una buena polla -dijo para, acto seguido, bajarse de la moto. Con cautela dio dos pasos hacia Lisbeth Salander y la observó desde arriba. Ella ni se inmutó. Magge Lundin negó con la cabeza y suspiró tristemente. Luego, soltó un revés con la misma potencia que Mikael Blomkvist tuvo ocasión de comprobar en el altercado de Lundagatan

Golpeó al aire. En el mismo instante en el que la mano iba a impactar en su cara, ella dio un único paso hacia atrás y permaneció quieta justo fuera del alcance de Lundin.

Sonny Nieminen estaba apoyado sobre el manillar de su Harley mientras miraba entretenido a su compañero. Lundin enrojeció y avanzó rápidamente hacia ella Lisbeth volvió a retroceder. Lundin aumentó la velocidad.

De repente, Lisbeth se paró en seco y le vació la mitad del bote de gas lacrimógeno en la cara. Sus ojos ardieron como el fuego. Lisbeth disparó la punta de una bota con toda su fuerza y, al llegar a la entrepierna, se transformó en energía cinética, con una presión de aproximadamente ciento veinte kilopondios por centímetro cuadrado. Magge Lundin, sin respiración, cayó de rodillas y fue a parar a una altura mucho más cómoda para Lisbeth Salander. Ella tomó impulso y le dio otra patada en la cara, como si hubiese efectuado un saque de esquina en un partido de fútbol. Antes de que Magge Lundin se desplomará en redondo como un saco de patatas, se oyó un horrible crujido.

A Sonny Nieminen le llevó unos segundos darse cuenta de que acababa de pasar algo absurdo delante de sus ojos. No atinó al querer ponerle el pie a su Harley Davidson y tuvo que bajar la vista. Luego, optó por jugar sobre seguro y empezó a buscar la pistola que llevaba en un bolsillo interior de la chupa. Cuando se disponía a abrir la cremallera, percibió un movimiento por el rabillo del ojo.

Al alzar la mirada, vio cómo Lisbeth Salander se abalanzaba sobre él como la bala de un cañón. Ella saltó con los pies juntos y le dio con todas sus ganas en la cadera, lo que no resultaba suficiente para hacerle daño, pero sí para volcarlos a él y a su Harley. Él consiguió, por los pelos, que no quedara atrapada la pierna bajo la moto. Retrocedió tambaleándose unos cuantos pasos antes de recuperar el equilibrio.

Cuando ella volvió a entrar en su campo de visión, Sonny se percató de que el brazo de Lisbeth se movió y de que una piedra del tamaño de un puño surcaba el aire. La esquivó instintivamente, aunque pasó a muy pocos centímetros de su cabeza.

Por fin consiguió sacar la pistola e intentó quitarle el seguro; sin embargo, cuando levantó la vista por tercera vez, Lisbeth Salander ya estaba junto a él. Vio el mal en sus ojos y, por primera vez, sintió, estupefacto, miedo.

– Buenas noches -dijo Lisbeth Salander.

Apretó la pistola eléctrica contra la entrepierna de Nieminen y le descargó setenta y cinco mil voltios, manteniendo el contacto de los electrodos con su cuerpo durante al menos veinte segundos. Sonny Nieminen se convirtió en un apático vegetal.

Lisbeth percibió un ruido detrás, se dio la vuelta y observó a Magge Lundin. Acababa de conseguir, con mucho esfuerzo, ponerse de rodillas y estaba a punto de levantarse. Lisbeth lo miró con las cejas arqueadas; Lundin iba a tientas a través de la ardiente niebla del gas lacrimógeno.

– ¡Te voy a matar! -gritó de repente.

Farfullaba y caminaba a ciegas intentando encontrar a Lisbeth Salander. Ella ladeó la cabeza y se quedó contemplándole pensativa. Luego, volvió a vociferar.

– ¡Maldita puta!

Lisbeth Salander se agachó, recogió la pistola de Sonny Nieminen y comprobó que se trataba de una P-83 Wanad polaca.

Abrió el cargador y comprobó si el calibre de la munición era, como cabía esperar, 9 milímetros. Makarov. Acto seguido, alimentó el cañón con una bala. Luego, pasó por encima de Sonny Nieminen y se acercó a Magge Lundin. Apuntó sosteniendo el arma con ambas manos y le disparó en el pie. Aulló al recibir el impacto y volvió a desplomarse.

Lisbeth contempló a Magge Lundin y se preguntó si debería tomarse la molestia de interrogarle sobre la identidad del gigante rubio con el que le había visto en Blombergs Kafé y que, según el periodista Per-Åke Sandström, había matado, junto con Magge Lundin, a una persona en un almacén. «Mmm. Quizá debería haberlo hecho antes de disparar.»

Por una parte, Magge Lundin no parecía estar en disposición de mantener una conversación inteligible; por otra, era posible que alguien hubiera oído el tiro. De modo que debía abandonar la zona cuanto antes. Siempre podría localizar a Magge Lundin y hacerle esas preguntas en otra ocasión. Le puso el seguro al arma, se la metió en el bolsillo de la cazadora y recogió la mochila.

No había recorrido ni diez metros de camino cuando se detuvo y se dio media vuelta. Regresó lentamente estudiando la moto de Magge Lundin.

– ¡Una Harley-Davidson! -exclamó-. ¡Qué guay!

Capítulo 27 Miércoles, 6 de abril

Hacía un tiempo primaveral cuando Mikael se puso al volante del coche de Erika Berger y se dirigió hacia el sur por la carretera de Nynäs. Se intuía un ligero tono verde en los campos y el sol comenzaba a calentar de verdad. Hacía un tiempo perfecto para olvidar los problemas, escaparse unos días a Sandhamn y disfrutar de tranquilidad.

Sin embargo, había quedado con Gunnar Björck a la una, pero todavía era muy pronto, así que paró en Dalarö para tomar café y leer la prensa. No había preparado la reunión. Gunnar Björck le ocultaba algo y Mikael estaba decidido a no dejar Smadalarö hasta que no obtuviera algún dato sobre Zala que le permitiera avanzar en sus pesquisas.

Gunnar Björck salió al patio delantero de la casa para recibirlo. Se le veía más chulo y más seguro de sí mismo que hacía dos días. «¿Qué tipo de jugada estás tramando?» Mikael no le estrechó la mano.

– Puedo darle información sobre Zala -dijo Gunnar Björck-. Pero con condiciones.

– Usted dirá.

– Que no se me mencione en el reportaje de Millennium.

– De acuerdo.

Gunnar Björck pareció sorprenderse. Blomkvist había aceptado sin discusión el punto sobre el cual él había previsto una larga batalla. Era su única carta; lo que sabía sobre los asesinatos a cambio de anonimato. Y Blomkvist había accedido, sin más, a sacrificar lo que sin duda habría sido un gran titular para la revista.

– Estoy hablando en serio -dijo Björck desconfiado-. Lo quiero por escrito.

– Se lo doy por escrito si quiere, pero un papel así no vale una mierda. Ha cometido delitos de los que estoy al tanto y que, en la práctica, tengo la obligación de denunciar. Posee la información que yo quiero y se aprovecha de su posición para comprar mi silencio. He reflexionado sobre el tema y acepto. Le hago un favor dándole mi palabra de no mencionar su nombre en Millennium. O se fía de mí o no se fía.

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