– Pero usted siempre la ha apoyado.
– No lo suficiente. Luché por ella después del incidente del metro. A esas alturas ya había llegado a conocerla y me caía muy bien. Tenía carácter. Conseguí impedir que la ingresaran de nuevo. Llegamos a un acuerdo: ella era declarada incapacitada y yo me convertía en su administrador.
– Es difícil que Björck le pudiera dictar al tribunal lo que había de decidir. Habría llamado la atención. Él quería encerrarla y apostó por pintarlo todo de negro valiéndose de las evaluaciones psiquiátricas hechas por, entre otros, Teleborian. De este modo no tuvo más que esperar a que el tribunal tomara la decisión apropiada, pero éste, en cambio, optó por seguir tu propuesta.
– Nunca he pensado que ella tuviera que ser sometida a tutela administrativa. Pero, para serle sincero, tampoco me moví mucho para anular la decisión. Debería haber actuado con más firmeza y un poco antes. Aunque quería mucho a Lisbeth… siempre lo iba aplazando; tenía demasiadas cosas entre manos. Y luego caí enfermo.
Mikael asintió con la cabeza.
– No creo que deba reprocharle nada. Usted es una de las pocas personas que siempre ha estado de su parte.
– El problema es que yo nunca supe que debía actuar. Lisbeth era mi cliente y, sin embargo, nunca me dijo ni una palabra sobre Zalachenko. Cuando salió de Sankt Stefan, tardó varios años en mostrarme un mínimo de confianza. Hasta después del juicio no tuve la sensación de que ella comenzaba a comunicarse conmigo para algo que no fueran meras formalidades.
– ¿Por qué empezó a hablar de Zalachenko?
– Supongo que, a pesar de todo, Lisbeth empezó a depositar su confianza en mí. En varias ocasiones, yo había planteado el tema de intentar revocar su declaración de incapacidad. Ella lo meditó unos cuantos meses. De repente, un día me llamó y me dijo que quería verme. Ya había tomado una decisión. Y fue entonces cuando me contó toda la historia de Zalachenko y cómo ella vivió lo ocurrido.
– Entiendo.
– Tal vez entienda que tuve que asimilar bastantes cosas. Empecé a indagar en la historia, pero no hallé en toda Suecia ningún registro en el que figurara Zalachenko; no había ni el menor rastro de él. A veces, me resultaba difícil determinar si no sería fruto de su imaginación.
– Cuando sufrió el derrame, Bjurman se convirtió en su administrador. No puede haber sido una casualidad.
– No. No sé si lograremos demostrarlo algún día, pero sospecho que si hurgamos lo suficiente, encontraremos a la persona que sucedió a Björck y se convirtió en el responsable de ir borrando las huellas del caso Zalachenko.
– No me extraña nada que Lisbeth se niegue rotundamente a hablar con psicólogos o con cualquier autoridad oficial -dijo Mikael-. Cada vez que lo ha hecho las cosas han empeorado. Quiso explicarles lo ocurrido a un puñado de adultos y nadie la escuchó. Ella solita intentó salvar la vida de su madre y la defendió de un psicópata. Al final hizo lo único que podía hacer. Y en vez de decirle «bien hecho» o «buena chica», van y la encierran en un manicomio.
– Tampoco es tan sencillo. Espero que comprenda que a Lisbeth le pasa algo -replicó Palmgren tajantemente.
– ¿Qué quiere decir?
– Supongo que sabes que durante la infancia se metió en bastantes líos, que tuvo problemas en el colegio y todo eso, ¿verdad?
– Ha aparecido en todos los periódicos. Creo que yo también habría tenido problemas en el colegio si hubiera vivido una infancia como la suya.
– Ya, pero sus problemas van mucho más allá del ámbito familiar. He leído todas las evaluaciones psiquiátricas que le han hecho y ni siquiera existe un diagnóstico. Sin embargo, creo que estamos de acuerdo en que Lisbeth Salander no es como la gente normal. ¿Alguna vez ha jugado al ajedrez con ella?
– No.
– Tiene memoria fotográfica.
– Eso ya lo sé. Me di cuenta cuando estuve con ella.
– Vale. Le encantan los enigmas. Una Navidad que cenó en mi casa, la engañé para que resolviera unos cuantos problemas de un test de inteligencia de Mensa, uno de ésos en los que te dan cinco símbolos parecidos y tienes que determinar el aspecto del sexto.
– Ya.
– Yo sólo fui capaz de resolver más o menos la mitad. Y eso que estuve dos tardes dándole vueltas. Ella le echó un vistazo al papel y los hizo todos bien.
– Ya -dijo Mikael-. Lisbeth es una chica muy especial.
– Tiene verdaderas dificultades para relacionarse con otras personas. Yo diría que tiene algunos rasgos del síndrome de Asperger o algo parecido. Si estudias las descripciones clínicas de los pacientes a los que se les ha diagnosticado el síndrome, hay cosas que encajan muy bien con Lisbeth, pero también muchas otras que no se corresponden en absoluto.
Guardó silencio durante un instante.
– Ella no representa peligro alguno para las personas que la dejan en paz y que la tratan con respeto.
Mikael asintió.
– No obstante, y sin lugar a dudas, es violenta -contestó Palmgren en voz baja-. Si la provocan o la amenazan, puede responder con extrema violencia.
Mikael volvió a asentir con la cabeza.
– La cuestión es qué hacer ahora -dijo Holger Palmgren.
– Buscar a Zalachenko -respondió Mikael.
En ese momento, el doctor Sivarnandan llamó a la puerta.
– Espero no molestaros. Pero si estáis interesados en Lisbeth Salander, creo que deberíais poner la tele y ver «Rapport».
Capítulo 29 Miércoles, 6 de abril – Jueves, 7 de abril
Lisbeth Salander tembló de rabia. Por la mañana había ido a la casa de campo de Bjurman. No había encendido su ordenador desde la noche anterior y durante el día había estado demasiado ocupada para escuchar las noticias. Estaba preparada para que el incidente de Stailarholmen originara unos cuantos titulares, pero el aluvión informativo que le estaba cayendo desde la televisión la cogió completamente desprevenida.
Miriam Wu se hallaba ingresada en el Södersjukhuset, apalizada por un gigante rubio que la había secuestrado ante el portal de su casa de Lundagatan. Su estado era crítico.
La había salvado Paolo Roberto. Las razones por las que él había acabado en un almacén de Nykvarn resultaban incomprensibles. Le entrevistaron en cuanto salió por la puerta del hospital, pero declinó hacer comentarios. Tenía la cara como si hubiera combatido diez asaltos con las manos esposadas a la espalda.
Habían encontrado los restos de dos personas en una zona forestal situada justo en el lugar al que habían llevado a Miriam Wu. Por la noche, se informó de que la policía había marcado un tercer lugar que iba a ser excavado. Tal vez existieran más tumbas en ese terreno.
Luego la caza de Lisbeth Salander.
Habían estrechado el cerco. Durante el día, la policía la había tenido rodeada en una zona de casas de campo cercana a Stailarholmen. Iba armada y era peligrosa. Había disparado a un integrante de los Angeles del Infierno, posiblemente a dos. El tiroteo tuvo lugar en la casa de campo de Nils Bjurman. Por la noche, la policía valoró la posibilidad de que hubiese conseguido traspasar el cerco y abandonar la zona.
El instructor del sumario, Richard Ekström, convocó una rueda de prensa. Contestó con evasivas. No, no podía responder a la pregunta de si Lisbeth Salander estaba relacionada con los Angeles del Infierno. No, tampoco podía confirmar que Lisbeth Salander hubiera sido vista en las proximidades del almacén de Nykvarn. No, no había nada que indicara que se trataba de un ajuste de cuentas entre integrantes del mundo del hampa. No, no habían podido determinar si Lisbeth Salander era la única autora de los asesinatos de Enskede. La policía -sostuvo Ekström- nunca había afirmado que ella fuera la culpable; tan sólo habían emitido una orden de busca y captura para interrogarla.
Lisbeth Salander frunció el ceño. Evidentemente, algo había pasado en el seno de la investigación policial.