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Bjurman lo engañó. Le hizo creer que se trataba de una cuestión burocrática, de simples formalidades. Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que Bjurman había presentado el asunto con palabras muy premeditadas y prudentes.

«Pero ¿qué coño andaba buscando Bjurman? ¿Y por qué lo mató Salander?»

En el transcurso de ese mismo sábado, Mikael Blomkvist visitó Lundagatan cuatro veces más con la esperanza de ver a Miriam Wu. Se la había tragado la tierra.

Pasó gran parte del día en el café-bar de Hornsgatan con su iBook y volvió a leer el correo electrónico que había recibido Dag Svensson en su dirección de millennium.se, así como la carpeta llamada «Zala». Durante las semanas anteriores a los crímenes, Dag Svensson dedicó cada vez más tiempo a investigar sobre Zala.

Ojalá hubiera podido llamar a Dag Svensson para preguntarle por qué el documento sobre Irina P. se hallaba dentro de la carpeta de Zala. La única conclusión convincente era que Dag sospechase de Zala por el asesinato de la chica.

De repente, a eso de las cinco de la tarde, Bublanski lo llamó y le dio el número de teléfono de Miriam Wu. No entendía qué le había hecho cambiar de opinión, pero en cuanto lo grabó en la memoria de su teléfono, intentó contactar cada media hora. Hasta las once de la noche Miriam no conectó el móvil. Y contestó. Fue una conversación breve.

– Hola, Miriam. Me llamo Mikael Blomkvist.

– ¿Y tú quién coño eres?

– Soy periodista y trabajo en una revista llamada Millennium.

Miriam Wu se expresó de una manera concisa y contundente.

– Ah, ese Blomkvist. Vete a la mierda, periodista asqueroso.

Colgó antes de que a Mikael le diera tiempo de explicarle por qué la telefoneaba. Maldijo por dentro a Tony Scala e intentó llamarla de nuevo. No lo cogió. Al final le mandó un mensaje de texto.

Por favor, llámame. Es importante.

Ella hizo caso omiso.

A altas horas de la madrugada del sábado, Mikael apagó el ordenador, se desnudó y se metió en la cama. Estaba frustrado y hubiera deseado que Erika Berger se encontrara allí.

CUARTA PARTE: Terminator mode

Del 24 de marzo al 8 de abril

La raíz de una ecuación es un número que introducido en lugar de la incógnita hace de la ecuación una identidad. Se dice que la raíz satisface la ecuación. Para resolver una ecuación uno debe encontrar todas las raíces. Una ecuación que es satisfecha por todos los valores imaginables de las incógnitas se conoce como identidad.

(a + b)2 = a2 + 2ab + b2

Capítulo 21 Jueves de Pascua, 24 de marzo – Lunes, 4 de abril

Lisbeth Salander pasó la primera semana de su persecución policial alejada de todo. Se encontraba tranquilamente en su piso de Fiskargatan, en Mosebacke. Había apagado el móvil y le había sacado la tarjeta SIM; no tenía intención de volver a usarlo. Estupefacta, con los ojos cada vez más abiertos, siguió los titulares de las ediciones digitales de los periódicos y los informativos de televisión.

Irritada, vio cómo su foto de pasaporte, tras ser colgada en Internet, pasó a cubrir todas las portadas de los diarios y las cabeceras de las noticias. Tenía un aspecto horrible.

A pesar de su gran empeño por permanecer en el anonimato durante todos esos años, se había convertido en una de las personas más tristemente célebres del país y que más atención acaparaba por parte de la prensa. Con moderado asombro, comprendió que una orden de busca y captura de una chica de baja estatura sospechosa de un triple asesinato constituía una de las noticias más impactantes del año, más o menos al nivel de la de los crímenes de la secta de Knutby. Pensativa, con las cejas arqueadas, siguió los comentarios y las explicaciones de los medios, y descubrió fascinada que los documentos clasificados como secretos sobre sus deficiencias mentales parecían resultar de acceso libre para cualquier redacción. Un titular le despertó viejos recuerdos enterrados.

DETENIDA POR AGRESIÓN EN EL METRO

Un reportero judicial de la agencia TT le había ganado la batalla a sus competidores al conseguir echarle el guante a una copia del informe médico forense que se realizó cuando Lisbeth fue arrestada, en la estación de metro de Gamia Stan, por haberle dado una patada en la cara a un pasajero.

Lisbeth se acordaba perfectamente del suceso. Había pasado el día en Odenplan y regresaba a Hagersten, al domicilio de su familia de acogida. En Rådmansgatan un desconocido -al parecer, sobrio- subió al vagón y de inmediato la convirtió en su objetivo. Más tarde se enteraría de que se llamaba Karl Evert Blomgren, tenía cincuenta y dos años, vivía en Gavie, estaba en paro y era ex jugador de bandy. A pesar de que el vagón estaba medio vacío, se sentó a su lado y empezó a acosarla. Le puso la mano en la rodilla e intentó entablar una conversación del tipo «te doy doscientas coronas si me acompañas a casa». Como ella lo ignoró, insistió y la llamó maldita puta frígida. El hecho de que ella no le contestara y de que, además, se cambiara de asiento en T-Centralen no lo disuadió.

Cuando se acercaron a Gamia Stan la abrazó por detrás y le metió las manos por debajo del jersey, mientras le susurraba al oído que era una puta. A Lisbeth Salander no le gustó que un perfecto desconocido la llamara puta en el metro. Le respondió propinándole un codazo en todo el ojo para, acto seguido, colgarse de una barra, alzar las piernas y darle una patada con los tacones de los zapatos en el nacimiento de la nariz. El impacto provocó una hemorragia leve.

Se le presentó la oportunidad de salir pitando del vagón en cuanto el tren paró en el andén pero, como iba vestida siguiendo los dictámenes de la más exagerada moda punk y llevaba el pelo teñido de azul, un amigo del orden se abalanzó sobre ella y la mantuvo inmovilizada en el suelo hasta que acudió un policía.

Maldijo su sexo y su constitución física. Si hubiese sido un chico, nadie se habría atrevido a lanzarse encima de ella.

Nunca hizo intento alguno de justificar por qué le había dado una patada en la cara a Karl Evert Blomgren. No consideraba que mereciera la pena explicarles nada a las autoridades. Por principios, ni siquiera se dignó a contestar a los psicólogos que se dirigieron a ella para intentar evaluar su estado mental. Por suerte, numerosos pasajeros habían presenciado la escena, entre ellos una resuelta y combativa mujer de Härnösand que daba la casualidad de que era diputada del partido de centro en el Riksdag. La mujer dio su testimonio in situ: Blomgren había acosado a Salander antes de que ésta tuviera ese arrebato violento. Al saberse que Blomgren había sido condenado en dos ocasiones anteriores por atentar contra la moralidad pública, el fiscal decidió archivar el caso. Sin embargo, eso no significó que los servicios sociales interrumpieran su investigación sobre Lisbeth. Algo que poco tiempo después resultaría en que el Tribunal de Primera Instancia declarara a Lisbeth Salander incapacitada y acabara siendo tutelada primero por Holger Palmgren y luego por Nils Bjurman.

Ahora esos detalles íntimos y, supuestamente, protegidos por el secreto profesional se hallaban publicados en la red a la vista de todos. Su currículo se completaba con floridas descripciones de cómo, desde primaria, siempre tuvo conflictos con su entorno y de su estancia durante los primeros años de la adolescencia en una clínica de psiquiatría infantil.

El diagnóstico que los medios efectuaron de Lisbeth Salander variaba según edición y periódico. En algunas ocasiones la describían como psicótica y, en otras, como esquizofrénica con acusados rasgos de manía persecutoria. Todas las fuentes de información la tildaban de deficiente mental, esgrimiendo que ni siquiera había logrado aprovechar la enseñanza recibida en el colegio, del que salió sin obtener el certificado escolar. La caracterizaban como una desequilibrada con inclinación a la violencia; a la opinión pública no albergaba ni la más mínima duda sobre ese perfil.

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