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– Vale.

– Lo que nos salvó la vida a mí y a la chica fue que se moviera tan lentamente. Daba puñetazos sin ton ni son anunciados con un mes de antelación, de modo que podía esquivarlos o pararlos. Me encajó dos golpes; el primero, en la cara, y ya ves el resultado, y el segundo, en el cuerpo, me rompió una costilla. Y sólo acertó a medias; si me hubiese dado de lleno, me habría arrancado la cabeza.

De repente Paolo Roberto se rió. A carcajadas.

– ¿Qué te pasa?

– Gané. Ese loco intentó matarme y le gané. Conseguí tumbarlo. Pero tuve que usar una maldita tabla para que besara la lona.

Luego se puso serio.

– Si Miriam no le hubiera cascado en la entrepierna en aquel preciso instante, sabe Dios lo que habría ocurrido.

– Paolo, estoy muy contento, pero que muy muy contento, de que hayas ganado. Y Miriam Wu va a decir lo mismo en cuanto se despierte. ¿Sabes algo de su estado?

– Más o menos como yo. Tiene una conmoción cerebral, varias costillas rotas, el hueso de la nariz roto y algunos golpes en los riñones.

Mikael se inclinó hacia delante y puso la mano en la rodilla de Paolo Roberto.

– Si alguna vez necesitas que te haga un favor… -dijo Mikael.

Paolo Roberto asintió con la cabeza y mostró una apacible sonrisa.

– Blomkvist, si necesitas que te hagan otro favor…

– ¿Sí?

– … envía a Sebastián Lujan.

Capítulo 26 Miércoles, 6 de abril

El inspector Jan Bublanski estaba de un pésimo humor cuando, poco antes de las siete de la mañana, se reunió con Sonja Modig en el aparcamiento de Södersjukhuset. Mikael Blomkvist le había despertado con su llamada. Al instante, comprendió que algo grave había ocurrido durante la noche, de modo que llamó y sacó de la cama a Sonja Modig. Se encontraron con Blomkvist en la entrada y subieron juntos hasta la planta en la que se hallaba ingresado Paolo Roberto.

A Bublanski le costó hacerse una composición de lugar, pero tuvo que asimilar que Miriam Wu había sido secuestrada y que Paolo Roberto le había dado una paliza al secuestrador. Bueno, observando el rostro del ex boxeador profesional, no quedaba muy claro quién le había dado una paliza a quién. Por lo que a Bublanski respectaba, los acontecimientos de la noche habían elevado la investigación sobre Lisbeth Salander a un nuevo nivel de complicación. Nada de este maldito caso parecía normal.

Sonja Modig hizo la primera pregunta relevante. ¿Cómo había entrado en escena Paolo Roberto?

– Soy amigo de Lisbeth Salander.

Bublanski y Modig se miraron escépticos.

– ¿Y de qué la conoces?

– Salander solía hacer de sparring para mis entrenamientos.

Bublanski clavó la vista en la pared que había detrás de Paolo Roberto. A Sonja Modig se le escapó una repentina risita tonta fuera de lugar. Como era patente, nada en este caso parecía ser normal, ni sencillo, ni exento de complicaciones. Unos instantes después, ya había tomado nota de todos los datos relevantes.

– Quiero destacar una serie de cuestiones -dijo Mikael Blomkvist tajantemente.

Lo miraron.

– Primera: la descripción del hombre que conducía la furgoneta encaja con la que yo di de la persona que atacó a Lisbeth Salander en Lundagatan. Un tipo rubio y grande con coleta y tripa cervecera, ¿vale?

Bublanski asintió con la cabeza.

– Segunda: el objetivo del secuestro era forzar a Miriam Wu a revelar dónde se oculta Lisbeth Salander. Es decir, que esos dos rubios andan detrás de Lisbeth Salander desde, por lo menos, una semana antes de los asesinatos, ¿estamos de acuerdo?

Modig asintió.

– Tercera: si hay más actores en este drama, entonces Lisbeth Salander no es esa «loca solitaria» de la que hablan la policía y los medios.

Ni Bublanski ni Modig dijeron nada.

– Sería difícil de defender que el tipo de la coleta forma parte de una banda de lesbianas satánicas.

Modig sonrió.

– Cuarta y última: sospecho que esta historia tiene algo que ver con una persona llamada Zala. Dag Svensson se centró en él las dos últimas semanas de su vida. Toda la información relevante está en su ordenador. Logró vincularle al asesinato de una prostituta llamada Irina Petrova. La autopsia revela que la chica fue objeto de malos tratos intensos. Tan graves que al menos tres de las lesiones resultaban, ya de por sí, mortales. El informe de la autopsia es poco claro respecto al objeto que se utilizó para matarla, pero los efectos se parecen mucho a los de las palizas de las que han sido víctimas Miriam Wu y Paolo. El objeto no identificado podrían ser las manos de un gigante rubio.

– ¿Y Bjurman? -preguntó Bublanski-. Que alguien tuviera razones para silenciar a Dag Svensson, vale, pero ¿quién tenía motivos para asesinar al administrador de Lisbeth Salander?

– No lo sé. Todavía no han encajado todas las piezas del puzle; aun así debe de existir una conexión entre Bjurman y Zala. Es lo más lógico. ¿Por qué no valoramos otras perspectivas? Si Lisbeth Salander no es la asesina, significa que otra persona ha cometido los crímenes. Y creo que están relacionadas con el comercio sexual. Salander preferiría morir antes que verse implicada en una cosa así. Ya os he dicho que es una maldita moralista.

– En tal caso, ¿cuál sería su papel en todo esto?

– No lo sé. ¿Testigo? ¿Antagonista? Tal vez se presentara en Enskede para advertir a Dag y a Mia de que sus vidas corrían peligro. No os olvidéis de que es una investigadora excepcional.

Bublanski puso en marcha la maquinaria. Llamó a la policía de Södertälje, les facilitó la descripción de la ruta que Paolo Roberto le había dado y les pidió que localizaran un almacén abandonado al sureste del lago Yngern. Luego telefoneó al inspector Jerker Holmberg -vivía en Flemingsberg y era a quien más cerca le pillaba Södertälje- y le pidió que se uniera, a la velocidad del rayo, a la policía de la zona para ayudarles con la investigación forense.

Jerker Holmberg le contactó de nuevo una hora después. Acababa de llegar al lugar. La policía de Södertälje había localizado sin dificultades el almacén en cuestión. El edificio, al igual que otros dos colindantes, era pasto de las llamas, y los bomberos estaban en plena faena, terminando de extinguir el fuego. Los dos bidones de gasolina que hallaron cerca descartaban cualquier duda de que estaban ante un incendio provocado.

Bublanski sintió una frustración rayana en la rabia.

¿Qué diablos estaba pasando? ¿Quién era ese gigante rubio? ¿Quién era realmente Lisbeth Salander? ¿Y por qué parecía imposible dar con ella?

La situación no mejoró en absoluto cuando el fiscal Richard Ekström apareció en escena en la reunión de las nueve. Bublanski dio cuenta de lo ocurrido durante la noche y propuso que se recondujera la investigación, ya que habían tenido lugar una serie de misteriosos acontecimientos que restaban solidez a la hipótesis de trabajo en la que el equipo se había basado hasta ese momento.

El relato de Paolo Roberto reforzó la credibilidad de la historia de Mikael Blomkvist sobre la agresión de Lisbeth Salander en Lundagatan. Por consiguiente, la suposición de que los asesinatos eran el resultado de un acto de locura de una enferma mental perdía fuerza. Eso no significaba que las sospechas imputadas a Lisbeth Salander pudieran eliminarse -antes había que dar una explicación razonable a la presencia de sus huellas dactilares en el arma homicida-, pero les obligaba a considerar seriamente la posibilidad de un autor alternativo. En ese caso, sólo existía una hipótesis factible. Los crímenes estaban relacionados con las inminentes denuncias vinculadas con el comercio sexual que Dag Svensson pretendía realizar. Bublanski definió las tres prioridades más apremiantes.

La tarea primordial del día consistía en identificar a los secuestradores de Miriam Wu; el rubio corpulento y su cómplice, el de la coleta. Este primero tenía un aspecto tan particular que debería ser bastante sencillo dar con él.

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