– No, es sólo que estoy cansado y algo mareado -contestó.
– Bueno, no sólo sospechan de ella por el asesinato de Dag y Mia sino también por el de su administrador, y ahí la conexión está clarísima. ¿Qué sabes de él?
– Nada de nada. Nunca he oído hablar del abogado Bjurman y ni siquiera sabía que Lisbeth tuviera un administrador.
– Pero la probabilidad de que otra persona haya matado a los tres es ínfima. Aunque alguien asesinara a Dag y Mia por sus reportajes, no existe el más mínimo motivo en el mundo para cargarse al administrador de Lisbeth Salander.
– Ya lo sé, y me he devanado los sesos hasta más no poder. Pero me puedo imaginar al menos un escenario en el que un extraño mataría tanto a Dag y Mia como al administrador de Lisbeth.
– ¿Cuál?
– Digamos que Dag y Mia murieron porque hurgaron en el comercio sexual y que Lisbeth se vio de algún modo implicada. Si Bjurman era el administrador de Lisbeth, existe una posibilidad de que ella confiara en él y de que eso lo llevara a convertirse en testigo o a enterarse de algo que habría provocado su asesinato.
Malin meditó un instante.
– Entiendo lo que quieres decir -dijo, dudando-. Pero no tienes nada que pruebe esa teoría.
– No. Nada.
– ¿Y tú qué crees? ¿Es culpable o no?
Mikael meditó su respuesta largo rato.
– Si me estás preguntando si es capaz de matar, la respuesta es sí. Lisbeth Salander tiene un carácter violento. La he visto en acción cuando…
– ¿Cuándo te salvó la vida?
Mikael asintió.
– No te puedo contar de qué se trataba. Pero había un hombre que me quería matar y estuvo a punto de conseguirlo. Ella intervino y le dio una buena paliza con un palo de golf.
– ¿Y no le has contado nada de eso a la policía?
– En absoluto. Es algo entre tú y yo.
– De acuerdo.
Mikael le lanzó una penetrante mirada.
– Malin, en este tema necesito poder confiar en ti.
– No voy a revelarle a nadie nada de lo que me cuentes. Ni siquiera a Anton. No sólo eres mi jefe. También te tengo aprecio y no pienso hacerte daño.
Mikael hizo un gesto de conformidad.
– Perdóname -dijo él.
– Deja de pedir perdón.
Mikael se rió y acto seguido volvió a ponerse serio.
– Estoy convencido de que si hubiese sido necesario, ella lo habría matado para defenderme a mí.
– Entiendo.
– Pero al mismo tiempo la veo completamente racional. Rara, sí, pero completamente racional según sus propios principios. Empleó la violencia porque resultaba necesario, no porque le diera la gana. Para matar, le haría falta un motivo: que alguien la provocara y la amenazase en extremo.
Meditó un rato más. Malin lo observaba pacientemente.
– No puedo pronunciarme sobre su administrador. No sé absolutamente nada de él. Pero no me la imagino matando a tiros a Dag y a Mia. Simplemente, no me lo creo.
Permanecieron en silencio durante mucho tiempo. Malin consultó su reloj con el rabillo del ojo y vio que eran las nueve y media de la noche.
– Es tarde. Debería irme a casa -dijo.
Mikael asintió.
– Llevamos trabajando todo el día. Podemos seguir devanándonos los sesos mañana. No, deja eso. Ya lo fregaré yo.
La madrugada del sábado al domingo de Pascua, Armanskij estaba en la cama escuchando los suaves ronquidos de Ritva. No podía pegar ojo. Tampoco él conseguía formarse una idea clara de los acontecimientos. Al final se levantó, se puso las zapatillas y el albornoz, y salió al salón. Hacía frío y echó un par de troncos en la chimenea de esteatita. Abrió una cerveza sin alcohol, se sentó y se puso a mirar la oscuridad del estrecho de Furusund. «¿Qué es lo que sé?»
Dragan Armanskij podía confirmar a ciencia cierta que Lisbeth Salander estaba chalada y que resultaba imprevisible. De eso no cabía duda.
No sabía exactamente qué, pero imaginaba que algo sucedió en aquel invierno de 2003 cuando, de pronto, dejó de trabajar para él, se tomó un año sabático y se fue al extranjero. Estaba convencido de que Mikael Blomkvist tenía algo que ver con aquella desaparición, pero Mikael también ignoraba lo que había ocurrido.
Lisbeth regresó y le hizo una visita. Afirmó ser «económicamente independiente», algo que Armanskij interpretó como que tenía suficiente dinero para arreglárselas durante un tiempo.
También estuvo visitando a Holger Palmgren. Pero ni siquiera se había puesto en contacto con Blomkvist.
Había matado a tres personas, dos de las cuales, al parecer, le eran completamente desconocidas.
«No encaja. No hay ninguna lógica.»
Armanskij tomó un trago de cerveza directamente de la botella y encendió un purito. También tenía remordimientos, cosa que había contribuido a su sensación de malestar durante esos días.
Cuando Bublanski lo visitó, él aportó, sin dudarlo ni un instante, toda la información que pudo para que se arrestara a Lisbeth Salander. Que había que detenerla lo veía claro; cuanto antes mejor. Pero tenía remordimientos de conciencia porque la imagen que se había formado de ella era tan mala que lo había llevado a aceptar, sin cuestionárselo lo más mínimo, su culpabilidad. Armanskij era realista. Si la policía se presentaba sosteniendo que una determinada persona era sospechosa de asesinato, la probabilidad de que resultara cierto se consideraba alta. Por lo tanto, Lisbeth Salander era culpable.
Sin embargo, lo que la policía no había analizado era si ella tenía motivos para actuar así: si podría existir alguna circunstancia atenuante o, por lo menos, una explicación lógica de su arrebato de violencia. La misión de la policía era detenerla y probar que fue ella quien disparó, no la de hurgar en su psique para explicar con exactitud el porqué. Se contentarían con dar con un motivo medianamente razonable de sus actos; pero, ante la ausencia de explicaciones, estarían dispuestos a considerarlo todo como un acto de locura. «Lisbeth Salander, otra loca asesina múltiple siguiendo los pasos de Mattias Flink.» Armanskij meneó la cabeza.
No le gustaba esa explicación.
Lisbeth Salander nunca hacía nada en contra de su voluntad y sin analizar las consecuencias. «Especial, sí. Loca, no.»
Por lo tanto, tenía que existir alguna explicación, por oscura e inaccesible que le pareciera a alguien de fuera.
De repente, a eso de las dos de la madrugada, tomó una decisión.
Capítulo 17 Domingo de Resurrección, 27 de marzo – Martes, 29 de marzo
El domingo por la mañana, tras una noche de inquietas cavilaciones, Dragan Armanskij se levantó pronto. Bajó sigilosamente a la cocina, sin despertar a su mujer, y preparó café y unos sándwiches. Luego sacó su portátil y se puso a escribir.
Empleó el mismo formulario que utilizaba Milton Security para sus investigaciones personales. Completó su informe con todos los datos básicos que se le ocurrieron sobre la personalidad de Lisbeth Salander.
A eso de las nueve bajó Ritva y se sirvió café de la cafetera eléctrica. Le preguntó qué estaba haciendo. Él contestó evasivamente y siguió escribiendo. Conocía a su marido lo suficiente como para saber que ese día él iba a estar aislado en su propio mundo.
Mikael se equivocó; hasta la mañana del domingo de Pascua los medios de comunicación no descubrieron que era él quien había hallado los cuerpos de Dag y Mia, cosa que, sin duda, se debía a que estaban en Pascua y a que la jefatura de policía permanecía prácticamente desierta. El primero en llamarlo fue un reportero de Aftonbladet, un viejo conocido de Mikael.
– Hola, Blomkvist. Soy Nicklasson.
– Hola, Nicklasson -dijo Mikael.
– Fuiste tú quien encontró a la pareja de Enskede, ¿no?
Mikael se lo confirmó.
– Una de mis fuentes afirma que trabajaban para Millennium.