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– Entonces, ayúdanos a averiguar la verdad.

– ¿Estoy detenida por algo?

– No.

– ¿Puedo salir de aquí cuando quiera?

– Técnicamente sí.

– ¿Y si no hablamos técnicamente?

– Seguirás siendo un interrogante para nosotros.

Miriam Wu sopesó sus palabras.

– De acuerdo. Pregunta. Si tus preguntas me molestan, no las contestaré.

Sonja Modig volvió a conectar la grabadora.

Capítulo 20 Viernes, 1 de abril – Domingo, 3 de abril

Miriam Wu pasó una hora con Sonja Modig. Al final del interrogatorio, Bublanski entró en la sala, tomó asiento en silencio y se quedó escuchando sin intervenir. Miriam Wu lo saludó educadamente pero continuó hablando con Sonja.

Al final, Modig miró a Bublanski y quiso saber si tenía más preguntas. Bublanski negó con la cabeza.

– Así doy por concluido el interrogatorio con Miriam Wu. Son las 13.09.

Apagó la grabadora.

– Tengo entendido que ha habido ciertos problemas con el inspector Faste -dijo Bublanski.

– No estaba concentrado -respondió Sonja Modig de modo neutro.

– Es un idiota -añadió Miriam Wu a título informativo.

– Bueno, lo cierto es que el inspector Faste posee muchas cualidades, pero sin duda no es el más adecuado para interrogar a una mujer joven -comentó Bublanski, mirando a Miriam Wu a los ojos-. No debería haberle asignado ese cometido. Te pido disculpas.

Miriam Wu pareció asombrarse.

– Disculpas aceptadas. Al principio, yo tampoco me he mostrado muy correcta contigo.

Bublanski hizo un gesto con la mano como para quitarle importancia. Miró a Miriam Wu.

– ¿Puedo preguntarte un par de cosas más para finalizar? Con la grabadora apagada.

– Adelante.

– Cuantas más cosas sé sobre Lisbeth Salander, más confuso estoy. La imagen que me ofrecen de ella las personas que la conocen es incompatible con la que se extrae de los documentos de los servicios sociales y de los médicos forenses.

– Ajá.

– ¿Podrías contestarme a una cosa lo más directamente que puedas?

– De acuerdo.

– La evaluación psiquiátrica que se hizo cuando Lisbeth Salander tenía dieciocho años da a entender que es retrasada mental y discapacitada.

– Chorradas. Probablemente Lisbeth sea más inteligente que tú y yo juntos.

– No terminó el colegio y ni siquiera hay notas que den fe de que sabe leer y escribir.

– Lisbeth Salander lee y escribe bastante mejor que yo. Últimamente le ha dado por emborronar hojas con fórmulas matemáticas. Álgebra pura. Yo no entiendo nada de ese tipo de matemáticas.

– ¿Matemáticas?

– Es un hobby al que se ha aficionado.

Bublanski y Modig permanecieron callados.

– ¿Un hobby? -se preguntó Bublanski al cabo de un rato.

– Algo así como ecuaciones. Ni siquiera sé qué significan los signos.

Bublanski suspiró.

– Cuando tenía diecisiete años y la sorprendieron en Tantolunden en compañía de un hombre mayor, los servicios sociales redactaron un informe en el que se insinúa que se dedicaba a la prostitución.

– ¿Lisbeth una puta? ¡Y una mierda! Ignoro a qué se dedica, pero no me sorprende lo más mínimo que haya trabajado para Milton Security.

– ¿De qué vive?

– Ni idea.

– ¿Es lesbiana?

– No. Lisbeth se acuesta a veces conmigo, lo cual no significa que sea bollera. Creo que ni ella misma tiene clara su identidad sexual. Yo diría que es bisexual.

– Lo de las esposas y todo eso… ¿Tiene Lisbeth Salander inclinaciones sádicas? ¿Cómo la describirías?

– Creo que no lo has entendido muy bien. Que usemos esposas de vez en cuando no es más que un juego y no tiene nada que ver con el sadismo, ni con la violencia, ni con violaciones ni nada por el estilo. Es un juego.

– ¿Alguna vez ha sido violenta contigo?

– ¡Qué va! Si más bien soy yo la que lleva las riendas de nuestros juegos.

Miriam Wu mostró una dulce sonrisa.

La reunión de las tres de la tarde provocó la primera pelea de consideración de la investigación. Bublanski resumió la situación y luego explicó que se veía en la necesidad de ampliar las líneas de investigación.

– Desde el primer día hemos centrado todos nuestros esfuerzos en encontrar a Lisbeth Salander. Basándonos en datos puramente objetivos resulta sumamente sospechosa, pero la imagen que nos hemos forjado de ella choca, una y otra vez, con la que ofrecen todas las personas que la conocen. Ni Armanskij, ni Blomkvist, ni ahora Miriam Wu, la consideran una asesina psicótica. Por eso quiero que ampliemos un poco nuestro horizonte y que empecemos a contemplar tanto la posibilidad de que existan otros autores como la de que Salander tuviera un cómplice o la de que tal vez sólo se hallara presente cuando se produjeron los disparos.

Las palabras de Bublanski desencadenaron un acalorado debate en el que se enfrentó a la dura oposición de Hans Faste y Sonny Bohman, de Milton Security. Los dos sostenían que la explicación más sencilla era casi siempre la correcta, y que la idea de un autor alternativo no dejaba de parecerles pura teoría conspirativa.

– Claro que es posible que Salander no actuara sola, pero no tenemos ni el menor rastro de ningún cómplice.

– Bueno, siempre podemos guiarnos por la pista de la conspiración policial que sigue Blomkvist -dijo Faste lleno de sarcasmo.

En el debate, Bublanski tan sólo contó con el apoyo de Sonja Modig. Curt Svensson y Jerker Holmberg se limitaron a hacer unos cuantos comentarios aislados. Niklas Eriksson, de Milton, no articuló palabra durante toda la discusión. Al final, el fiscal Ekström levantó la mano.

– Bublanski, deduzco de esto que, a pesar de todo, no quieres descartar a Salander como sospechosa de la investigación.

– Por supuesto que no. Tenemos sus huellas dactilares, pero hasta ahora nos hemos devanado los sesos, sin resultado alguno, intentando encontrar un móvil. Quiero que empecemos a tirar por otros derroteros. ¿Puede haber más personas implicadas? ¿Existe alguna relación con el libro que estaba escribiendo Dag Svensson sobre el comercio sexual? A Blomkvist no le falta razón al afirmar que varias de las personas aludidas en el libro tienen verdaderos motivos para matar.

– ¿Qué quieres hacer? -preguntó Ekström.

– Quiero que dos de vosotros centréis vuestra atención en otros posibles asesinos. Sonja y Niklas, podríais trabajar juntos.

– ¿Yo? -preguntó Niklas Eriksson, asombrado.

Bublanski lo eligió porque era la persona más joven de la sala y posiblemente la más apta para realizar un razonamiento no tan ortodoxo.-Tú trabajarás con Modig. Repasad todo lo que sabemos hasta el momento e intentad encontrar algo que hayamos pasado por alto. Faste, tú, Curt Svensson y Bohman seguiréis intentando dar con Lisbeth Salander. Es la prioridad más inmediata.

– ¿Y qué quieres que haga yo? -preguntó Jerker Holmberg.

– Céntrate en el abogado Bjurman. Vuelve a registrar su piso. Comprueba si hemos obviado algo. ¿Preguntas?

Nadie tenía preguntas.

– Vale. Y una cosa: ni una palabra sobre la aparición de Miriam Wu. Quizá tenga algo más que contarnos y no quiero que los medios de comunicación se le echen encima.

El fiscal Ekström dictaminó que trabajarían según las directrices trazadas por Bublanski.

– Bueno -dijo Niklas Eriksson, mirando a Sonja Modig-. Tú eres la policía, así que tú dirás qué debemos hacer.

Estaban en el pasillo, ante la sala de conferencias.

– Debemos volver a hablar con Mikael Blomkvist -respondió ella-. Pero antes tengo que contárselo a Bublanski. Hoy es viernes y yo libro el sábado y el domingo. Eso significa que no empezaremos hasta el lunes. Dedica el fin de semana a reflexionar sobre el material.

Se despidieron. Sonja Modig entró en el despacho de Bublanski justo cuando el fiscal Ekström salía.

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