Ya iba siendo hora de dar por concluida la entrevista. Björck había pasado por todas las fases esperadas. Al principio, negación; luego -al mostrarle Mikael parte de la documentación-, rabia; después amenazas, intentos de soborno y, por último, súplicas. Mikael ignoró todos esos arrebatos.
– ¿No entiende que si publican esto, me destrozarán la vida? -dijo Björck finalmente.
– Sí -contestó Mikael.
– ¿Y aun así lo va a hacer?
– Claro.
– ¿Por qué? ¿No podría tener un poco de consideración? Estoy enfermo.
– Resulta interesante que saque a colación la consideración.
– No cuesta nada ser humano.
– Tiene razón. Se queja de que yo le voy a destrozar la vida cuando usted se ha dedicado a destrozar la de varias jóvenes contra las que ha cometido delitos. Sólo hemos podido documentar tres de esos casos. Sabe Dios cuántas más habrán pasado por sus manos. ¿Dónde estaba su humanidad entonces?
Mikael se levantó, recogió la documentación y la volvió a meter en el maletín del ordenador.
– Conozco el camino.
Cuando iba hacia la puerta, se detuvo y se volvió a dirigir a Björck.
– ¿Ha oído hablar de un hombre que se llama Zala? -preguntó.
Björck se quedó mirándolo fijamente. Seguía tan aturdido que apenas percibió las palabras de Mikael. El nombre de Zala no le decía absolutamente nada. Luego, abrió los ojos como platos.
¡Zala!
¡No puede ser!
¡Bjurman! ¿Será posible?
Mikael advirtió el cambio y se acercó de nuevo a la mesa del comedor.
– ¿Por qué pregunta por Zala? -dijo Björck. Parecía encontrarse en estado de shock.
– Porque me interesa -contestó Mikael.
Un denso silencio se apoderó de la cocina. Mikael casi podía oír chirriar la maquinaria del interior de la cabeza de Björck. Al final, el policía cogió un paquete de cigarrillos del alféizar de la ventana. Era el primero que encendía desde que Mikael entrara en la casa.
– ¿Qué valor tiene para usted lo que yo pueda saber de Zala?
– Depende de lo que sepa.
Björck reflexionó. Su cabeza era un caos de sentimientos y pensamientos.
¿Cómo diablos puede Mikael Blomkvist saber algo sobre Zalachenko?
– Llevo mucho tiempo sin escuchar ese nombre -dijo Björck finalmente.
– O sea, que sabe quién es -preguntó Mikael de forma indirecta.
– No he dicho eso. ¿Qué está buscando?
Mikael dudó un instante.
– Es uno de los nombres de la lista de personas que estaba investigando Dag Svensson.
– ¿Y cuánto vale?
– ¿Cuánto vale qué?
– Si yo pudiera conducirle hasta Zala, ¿se plantearía la posibilidad de olvidarse de mí en el reportaje?
Mikael se sentó lentamente. Después de lo de Hedestad, había decidido que nunca más negociaría un reportaje. No pensaba hacerlo; pasara lo que pasase iba a denunciar a Björck. Sin embargo, Mikael se había dado cuenta de que a esas alturas se había despojado de los escrúpulos y podía jugar un doble juego y pactar con Björck. No sentía remordimientos de conciencia; Björck era un policía que había violado la ley. Si conocía el nombre de un posible asesino, lo que debía hacer era intervenir y no emplear la información para negociar en su propio benefìcio. Por consiguiente, a Mikael no le importaba que Björck pensara que todavía le quedaba una salida si le entregaba información sobre otro delincuente. Se metió la mano en el bolsillo de la americana y conectó la grabadora que acababa de apagar al levantarse de la mesa.
– Cuénteme -dijo.
Sonja Modig estaba furiosa con Hans Faste, pero no lo demostró ni con el más mínimo gesto. La continuación del interrogatorio desde que Bublanski abandonara la sala había sido cualquier cosa menos rigurosa, y Faste había ignorado una tras otra las furiosas miradas que ella le lanzó. Modig también estaba atónita. Nunca le había gustado Hans Faste ni su estilo de macho anacrónico, aunque lo había llegado a considerar un policía competente. Hoy esa aptitud brillaba por su ausencia. Resultaba obvio que Faste se sentía provocado por una mujer bella, inteligente y lesbiana declarada. Resultaba igual de evidente que Miriam Wu había olido la irritación de Faste y que la estaba alimentando sin clemencia.
– Así que diste con la polla postiza de la cómoda. ¿Y qué fantasías te vinieron a la mente?
Miriam Wu esbozó una leve sonrisa de curiosidad. Faste dio la impresión de estar a punto de explotar.
– Cierra el pico y contesta a mi pregunta -dijo Faste.
– Me has preguntado si solía follarme a Lisbeth Salander con ella. Y yo te contesto que eso a ti te importa una mierda.
Sonja Modig levantó la mano.
– El interrogatorio con Miriam Wu se interrumpe para un descanso a las 11.12 horas.
Modig apagó la grabadora.
– Miriam, ¿podrías quedarte aquí por favor? Faste, ¿puedo intercambiar unas palabras contigo?
Miriam Wu sonrió dulcemente cuando Faste le echó una furiosa mirada y salió detrás de Modig al pasillo. Modig giró sobre sus talones y se colocó a dos centímetros de la nariz de Faste.
– Bublanski me encargó que continuara con el interrogatorio. Y tú no estás aportando una mierda.
– Bah, ¿qué te pasa? Ese coño amargado y mal follado se está escabullendo como una culebra.
– ¿Se supone que tu elección de la metáfora es una especie de simbolismo freudiano?
– ¿Cómo?
– Olvídalo. Vete a buscar a Curt Svensson y desafíale a una partida de tres en raya o bájate al sótano a practicar el tiro o haz lo que te dé la gana. Pero aléjate de este interrogatorio.
– ¿Por qué coño te pones así, Modig?
– Estás saboteando mi interrogatorio.
– ¿Te pone tanto que quieres interrogarla a solas?
Antes de que Sonja Modig tuviera tiempo de controlarse levantó la mano y le dio una bofetada a Hans Faste. Se arrepintió al instante, pero ya era demasiado tarde. Por el rabillo del ojo miró a ambos lados del pasillo y constató que, gracias a Dios, no había testigos.
Al principio, Hans Faste pareció sorprenderse. Luego se limitó a dedicarle una sonrisa burlona, se echó la chaqueta al hombro y salió de allí. Sonja Modig estuvo a punto de llamarlo para pedirle perdón, pero optó por callarse. Esperó un minuto mientras se calmaba. Luego fue a buscar dos cafés a la máquina y regresó con Miriam Wu.
Permanecieron calladas durante un rato. Al final, Modig miró a Miriam Wu.
– Perdóname. Tal vez éste sea uno de los interrogatorios peor llevados de toda la historia de la jefatura de policía.
– Debe de resultar divertido trabajar con él. Déjame adivinarlo: es heterosexual, está divorciado y cuenta chistes de maricones mientras tomáis café.
– Es… toda una reliquia de no sé muy bien qué. Es todo lo que te puedo decir.
– ¿Y tú no?
– Por lo menos no soy homófoba.
– Vale.
– Miriam, yo…, nosotros, todos, llevamos diez días trabajando sin parar. Estamos cansados e irritados. Intentamos resolver un terrible asesinato doble cometido en Enskede y otro asesinato, igual de espantoso, en Odenplan. Tu amiga está vinculada a ambos lugares. Tenemos pruebas técnicas y hemos emitido una orden de busca y captura a nivel nacional. ¿Entiendes que debemos dar con ella, cueste lo que cueste, antes de que vuelva a hacerle daño a alguien o de que se lo haga a sí misma?
– Conozco a Lisbeth Salander. No creo que haya asesinado a nadie.
– ¿No lo crees o no quieres creerlo? Miriam, no lanzamos una orden de busca y captura nacional sin un buen motivo. Pero te puedo decir una cosa, mi jefe, el inspector Bublanski, tampoco está completamente convencido de que ella sea culpable. Estamos barajando la posibilidad de que tenga un cómplice o de que, de alguna manera, alguien la haya metido en esto. Pero hemos de dar con ella. Tú crees que es inocente, Miriam, pero ¿y si te equivocas? Tú misma has dicho que no sabes gran cosa de Lisbeth Salander.
– No sé qué pensar.