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Desembarcó hacia las diez de la mañana un día de noviembre, en medio de una torrencial lluvia tropical. Gracias a The Caribbean Traveller pudo saber que Granada era conocida como la Spice Island, la isla de las especias, y que era uno de los productores de nuez moscada más importantes del mundo. Contaba con ciento veinte mil habitantes, pero unos doscientos mil granadinos más residían en Estados Unidos, Canadá o Inglaterra, lo cual daba una idea de las posibilidades de trabajo que había en casa. El paisaje era montañoso, dispuesto en torno a un volcán apagado: el Grand Etang.

Históricamente, Granada era una de las muchas e insignificantes antiguas colonias británicas. En 1795 el país llamó la atención, políticamente hablando, cuando un esclavo liberado llamado Julian Fedon, inspirado por la Revolución francesa, inició una revuelta que provocó que la Corona británica mandara tropas para descuartizar, acribillar a tiros, colgar y mutilar a una gran cantidad de rebeldes. Lo que conmocionó al gobierno colonial fue que también muchos blancos pobres, sin el menor respeto por las tradiciones o la segregación racial, se habían unido a la rebelión. La revuelta fue aplastada pero nunca consiguieron atrapar a Fedon, quien desapareció en el macizo montañoso del Grand Etang, donde su leyenda creció hasta adquirir dimensiones propias de un Robin Hood.

Casi doscientos años después, en 1979, el abogado Maurice Bishop inició una nueva revolución que, según el guía, estaba inspirada en the communist dictatorships in Cuba and Nicaragua, pero de la cual Lisbeth Salander se había formado una imagen completamente distinta gracias a Philip Campbell -profesor, bibliotecario y predicador baptista-, a quien le alquiló la casa de invitados durante los primeros días. La historia se podría resumir de la siguiente manera: Bishop fue un líder genuinamente popular que derrocó a un loco dictador -entusiasta, para más inri, de los ovnis- y que dedicó parte del pobre presupuesto nacional a capturar platillos volantes. Bishop abogaba por una democracia económica e introdujo, antes de ser asesinado en 1983, la primera legislación del país a favor de la igualdad de sexos.

Tras el asesinato -una masacre de unas ciento veinte personas, incluido el ministro de Asuntos Exteriores, la ministra de Asuntos Femeninos y algunos importantes líderes sindicales- Estados Unidos invadió el país e instauró la democracia. Para Granada eso significó que el nivel de paro aumentara de un seis a casi un cincuenta por ciento y que el negocio de la cocaína volviera a ser la principal fuente de ingresos. Philip Campbell negó con la cabeza al oír la descripción de la guía de Lisbeth y le dio buenos consejos sobre las personas y los barrios que había que evitar de noche.

La Chica Que Soñaba Con Una Cerilla Y Un Bidón De Gasolina - pic_2.jpg

Para Lisbeth Salander ese tipo de advertencias resultaba bastante inútil. No obstante, se había mantenido al margen de la delincuencia de Granada enamorándose de Grand Anse Beach, una playa poco frecuentada, de diez kilómetros de largo, justo al sur de Saint George's, donde podía caminar durante horas sin ver a ninguna persona ni tener que hablar con nadie. Se había mudado al Keys, uno de los pocos hoteles norteamericanos de Grand Anse y llevaba siete semanas allí sin haber hecho mucho más que caminar por la playa y comer chinups, la fruta local, cuyo sabor le recordaba a las amargas grosellas espinosas suecas y a la que se había aficionado mucho.

Era temporada baja y apenas una tercera parte de las habitaciones del hotel Keys se hallaba ocupada. El único problema fue que tanto su paz como el estudio de las matemáticas se vieron repentinamente interrumpidos por el discreto terror de la habitación vecina.

Mikael Blomkvist llamó al timbre de la puerta del piso de Lisbeth Salander, en Lundagatan. No esperaba que abriera, pero había adquirido la costumbre de pasar por su casa un par de veces al mes para ver si había alguna novedad. Al empujar con los dedos la trampilla del buzón pudo entrever un montón de publicidad. Eran más de las diez de la noche y estaba demasiado oscuro para precisar cuánto había aumentado el número de folletos desde la última vez.

Se quedó indeciso un instante en el rellano de la escalera antes de dar la vuelta, algo frustrado, y abandonar el inmueble. Volvió a su casa de Bellmansgatan caminando a paso lento, puso la cafetera eléctrica y abrió los periódicos vespertinos mientras le echaba un vistazo a la edición nocturna de Rapport. Se sentía ligeramente preocupado y, por enésima vez, se preguntó qué habría ocurrido en realidad.

Un año antes, durante las fiestas de Navidad, había invitado a Lisbeth Salander a su casita de Sandhamn. Allí dieron largos paseos hablando tranquilamente sobre las consecuencias de aquellos dramáticos acontecimientos en los que ambos acababan de verse implicados y que Mikael, a posteriori, consideraría una crisis vital. Condenado por difamación, había pasado un par de meses en la cárcel, su carrera profesional como periodista se había hundido en el lodo y había abandonado el puesto de editor de la revista Millennium con el rabo entre las piernas. Pero de la noche a la mañana todo cambió. El encargo de redactar la autobiografía del industrial Henrik Vanger, cosa que constituyó una terapia descabelladamente bien pagada, se convirtió de pronto en la desesperada búsqueda de un astuto y desconocido asesino múltiple.

Durante esa persecución conoció a Lisbeth Salander. Distraídamente, Mikael se puso a toquetear la leve cicatriz que la soga había dejado por debajo de su oreja izquierda. Lisbeth no sólo le había ayudado a dar con el asesino, le había salvado la vida, literalmente.

Una vez tras otra lo sorprendió con sus curiosas habilidades: una memoria fotográfica y extraordinarios conocimientos de informática. Mikael Blomkvist se consideraba relativamente competente en la materia, pero Lisbeth Salander manejaba los ordenadores como si estuviera aliada con el mismísimo diablo. Poco a poco se había ido dando cuenta de que ella era una hacker de categoría mundial y de que, dentro de aquel exclusivo club internacional que se dedicaba a actividades delictivas en la informática de más alto nivel, ella era una leyenda, aunque sólo fuera conocida con el pseudónimo de Wasp.

Fue la capacidad de Lisbeth para entrar y salir de los ordenadores ajenos lo que le dio a Mikael el material que necesitaba para convertir su fracaso periodístico en el caso Wennerström: un scoop mediático que todavía, un año más tarde, era objeto de investigaciones policiales internacionales sobre la delincuencia económica y le brindaba la oportunidad de visitar regularmente los estudios de televisión.

Un año antes ese scoop le había dado una enorme satisfacción: supuso una venganza personal y la manera de salir de esa marginación profesional en la que se encontraba. Pero aquel sentimiento desapareció en seguida. Antes de que pasaran un par de semanas ya estaba harto de contestar a las mismas preguntas de los periodistas y de los policías de la Brigada de Delitos Económicos. «Lo siento, pero no puedo revelar mis fuentes.» Un día, un periodista del Azerbajdzjan Times, publicado en inglés, se tomó la molestia de ir a Estocolmo sólo para hacerle las mismas preguntas tontas. Fue la gota que colmó el vaso. Mikael había reducido al mínimo el número de entrevistas, y durante los últimos meses, con escasas excepciones, sólo aceptaba entrevistas cuando «la de TV4» llamaba y lo convencía. Pero eso únicamente sucedía si la investigación entraba en una nueva fase.

La colaboración de Mikael con «la de TV4» respondía, además, a otras razones. Ella había sido la primera periodista en apostar por la noticia. Sin su labor la noche del mismo día en que Millennium publicó el scoop, resultaba dudoso que la historia hubiese tenido tanto impacto. Algún tiempo después, Mikael se enteraría de que ella se había visto obligada a luchar con uñas y dientes para convencer a la redacción de que le hicieran un hueco a la noticia. Hubo muchas resistencias a darle publicidad a ese sinvergüenza de Millennium, y, hasta el mismo momento de la emisión, no estaba claro que el ejército de abogados de la cadena le permitiera contar el caso. Varios de sus compañeros de más edad habían votado en contra y le advirtieron que, si se equivocaba, su carrera profesional se habría acabado. Ella insistió y aquello se convirtió en la noticia del año.

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