– El fiscal parece seguro. Han lanzado una orden nacional de busca y captura de Salander esta misma tarde -dijo Bublanski-. Ha pasado el último año en el extranjero y es posible que intente volver a salir.
– ¿Hasta qué punto estamos seguros?
Él se encogió de hombros.
– Hemos detenido a gente con pruebas mucho menos sólidas -contestó.
– Sus huellas dactilares están en el arma homicida de Enskede. Su administrador también ha sido asesinado. Sin adelantarme a los acontecimientos, apuesto a que se trata de la misma arma que utilizaron ahí dentro. Lo sabremos mañana. Los técnicos han encontrado el fragmento de una bala relativamente bien conservado en la estructura de la cama.
– Bien.
– Hay algunas balas de revólver en el cajón inferior de su mesa de trabajo. De esas que tienen el núcleo de uranio y la punta de oro.
– Vale.
– Contamos con una documentación relativamente amplia que da fe de que Salander está loca. Bjurman era su administrador y el propietario del arma.
– Mmm… -murmuró el agente Burbuja algo mohíno.
– El vínculo existente entre Salander y la pareja de Enskede se llama Mikael Blomkvist.
– Mmm… -repitió.
– Pareces dudar.
– No me cuadra la imagen de Salander. La documentación dice una cosa y tanto Armanskij como Blomkvist cuentan otra. Según los informes, se trata de una psicópata prácticamente retrasada. Según ellos, es una competente investigadora. Hay una enorme discrepancia entre las versiones. Y además, por una parte, por lo que a Bjurman respecta, carecemos de móvil y, por la otra, ni siquiera tenemos la confirmación de que conociera a la pareja de Enskede.
– ¿Qué móvil necesita una pájara psicótica?
– Todavía no he entrado en el dormitorio. ¿Qué aspecto tiene?
– Encontré a Bjurman de bruces contra la cama, con las rodillas en el suelo, como si se hubiese arrodillado para rezar sus oraciones. Está desnudo. Presenta un disparo en la nuca.
– ¿Un solo tiro? ¿Como en Enskede?
– Por lo que pude ver se trata de un solo tiro. Pero es como si Salander, si realmente fue ella quien lo hizo, le hubiera forzado a arrodillarse delante de la cama antes de pegarle el tiro. La bala le entró oblicuamente, de abajo arriba, por la parte posterior de la cabeza, y le salió por la cara.
– Un tiro en la nuca. O sea, más o menos como una ejecución.
– Exacto.
– He estado pensando que… alguien debería haber oído el disparo.
– El dormitorio da al patio, y los vecinos, tanto los de arriba como los de abajo, se encuentran estos días de viaje. La ventana estaba cerrada. Además, usó un cojín como silenciador.
– ¡Muy astuto!
En ese momento, Gunnar Samuelsson, de la brigada forense, asomó la cabeza por la puerta.
– Hola, Burbuja -saludó para, acto seguido, dirigirse a su colega femenina-: Modig, queríamos mover el cuerpo y le hemos dado la vuelta. Tienes que ver esto.
Lo siguieron hasta el dormitorio. El cuerpo de Nils Bjurman yacía boca arriba en una camilla con ruedas, la primera parada de camino al anatómico forense. Nadie dudaba de la causa de la muerte. La frente presentaba una herida en carne viva de diez centímetros de ancho con una gran parte del hueso frontal colgando de un trozo de piel. La forma de las salpicaduras sobre la cama y la pared hablaba por sí misma.
Bublanski arrugó el morro.
– ¿Qué quieres que miremos? -preguntó Modig.
Gunnar Samuelsson levantó la sábana y descubrió el vientre de Bjurman. Bublanski se puso las gafas cuando él y Modig dieron un paso adelante para leer el texto tatuado sobre el estómago. Las letras eran torpes e irregulares. Resultaba evidente que quien hubiera hecho la inscripción no era un profesional. Pero el mensaje no podía ser más claro: «SOY UN SÁDICO CERDO, UN HIJO DE PUTA Y UN VIOLADOR».
Modig y Bublanski intercambiaron una atónita mirada.
– ¿Empezamos a ver ya un posible móvil? -preguntó Modig.
Mikael Blomkvist metió en el microondas un envase con los cuatrocientos gramos de pasta que había comprado en el 7-Eleven de camino a casa. Mientras tanto, se desnudó y permaneció bajo la ducha tres minutos. Buscó un tenedor y comió de pie, directamente del envase. Sentía un vacío en el estómago pero no tenía apetito. Sólo quería engullir la comida cuanto antes. Cuando terminó, abrió una cerveza Vestfyn, que se bebió directamente de la botella.
Sin encender ninguna luz, se acercó a la ventana y se puso a contemplar Gamla Stan. Se quedó quieto durante más de veinte minutos procurando dejar de pensar.
Hacía exactamente veinticuatro horas que Dag Svensson lo llamó al móvil mientras él se encontraba en la fiesta de la casa de su hermana. En ese momento tanto Dag como Mia estaban todavía con vida.
No había dormido en treinta y seis horas. La época en la que podía saltarse el sueño sin pagar las consecuencias ya era historia. También sabía que no iba a poder conciliar el sueño sin pensar en todo lo que había visto. Era como si las imágenes de Enskede se hubieran grabado para siempre en su retina.
Al final, apagó el móvil y se metió entre las sábanas. A las once seguía sin dormirse. Se levantó y preparó café. Puso un Cd y escuchó a Debbie Harry cantar una canción sobre una chica llamada Maria. Se arropó con una manta y se sentó en el sofá del salón mientras tomaba café y cavilaba sobre Lisbeth Salander.
¿Qué sabía realmente de ella? Prácticamente nada.
Sabía que tenía memoria fotográfica y que como hacker era un hacha. Sabía que era una mujer rara e introvertida a la que no le gustaba hablar de sí misma y que desconfiaba por completo de las autoridades.
Sabía que podía ser brutalmente violenta. Gracias a eso él seguía con vida.
Pero no tenía ni idea de que la hubieran declarado incapacitada ni de que se encontrara sometida a la tutela de un administrador, ni de que hubiera pasado parte de su adolescencia en el psiquiátrico.
Debía elegir bando.
En algún momento, después de la medianoche, decidió que, simplemente, no le daba la gana creerse las conclusiones de la policía. Antes de juzgarla le debía, por lo menos, la oportunidad de explicarse.
Ignoraba a qué hora consiguió, por fin, conciliar el sueño, pero a las cuatro y media de la madrugada se despertó en el sofá. Fue tambaleándose hasta la cama y volvió a dormirse en seguida.
Capítulo 16 Viernes de Pascua, 25 de marzo – Sábado de Pascua, 26 de marzo
Malin Eriksson se reclinó en el sofá de Mikael Blomkvist. Inconscientemente, puso los pies sobre la mesa -como habría hecho en su casa- y acto seguido los bajó. Mikael Blomkvist sonrió.
– No pasa nada -dijo-. Relájate y siéntete en tu casa.
Ella le devolvió la sonrisa y volvió a poner los pies en la mesa.
Durante el viernes de Pascua, Mikael se había traído todos los papeles de Dag Svensson de la redacción de Millennium. Organizó el material en el suelo del salón. El sábado de Pascua, Malin y él se pasaron ocho horas examinando al dedillo correos electrónicos, apuntes, los garabatos de los cuadernos y, sobre todo, los textos del futuro libro.
Por la mañana, Mikael recibió la visita de su hermana, Annika Giannini. Llevaba consigo la primera edición de los periódicos vespertinos, en cuyas portadas aparecía, a gran formato, la foto de Lisbeth Salander, acompañada de devastadores titulares. Uno de los dos principales vespertinos se centraba en los hechos:
BUSCADA POR TRIPLE ASESINATO
El otro había añadido un poco más de salsa al titular:
LA POLICÍA BUSCA PSICÓPATA ASESINA MÚLTIPLE
Hablaron durante una hora. Mikael le explicó su relación con Lisbeth Salander y las razones por las que dudaba de que ella fuera culpable. Finalmente, le preguntó a su hermana si defendería a Lisbeth en el caso de que la detuvieran.