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Los argumentos de Ekström eran irreprochables. La policía buscaba a una mujer con nombre y apellido, psíquicamente enferma y sospechosa, con fundadas bases legales, de tres crímenes. Durante el día, primero se lanzó una orden de busca y captura provincial, y luego nacional. Ekström sostenía que Lisbeth Salander debía ser considerada un peligro público y que por eso era de interés general que fuera detenida cuanto antes.

Los argumentos de Bublanski eran más débiles. Él sostenía que había que aguardar, por lo menos, a que los técnicos forenses investigaran el piso del abogado Bjurman antes de que las pesquisas tomaran una sola y unívoca dirección.

Ante eso, Ekström argumentó que Lisbeth Salander, según toda la documentación disponible, era una enferma mental y con tendencia a la violencia, y que, al parecer, algo había desencadenado su furia asesina. No había garantías de que sus actos violentos cesaran.

– ¿Qué hacemos si durante las próximas veinticuatro horas entra en otro piso y mata a otras dos o tres personas? -le preguntó Ekström retóricamente.

Bublanski no supo qué contestar. Ekström le recordó que sobraban precedentes. Cuando aquel triple asesino, Juha Valjakkala, de Åmsele, fue perseguido por todo el país, la policía difundió su nombre y su fotografía entre la población, precisamente porque se le consideraba un peligro público. El mismo argumento podía aplicársele ahora a Lisbeth Salander.

Por ello, Ekström había decidido revelar su nombre.

Ekström levantó una mano para interrumpir el murmullo de los periodistas. El hecho de que se buscara a una mujer por un triple crimen iba a caer como una bomba. Le hizo una señal a Bublanski para que hablara. Éste carraspeó dos veces, se ajustó las gafas y le echó una intensa mirada al papel que contenía las palabras acordadas.

– La policía busca a una mujer de veintiséis años de edad llamada Lisbeth Salander. Se les distribuirá una fotografía de pasaporte. Por el momento ignoramos su paradero, pero creemos que puede encontrarse en Estocolmo o en sus alrededores. La policía solicita la colaboración ciudadana para encontrarla cuanto antes. Lisbeth Salander mide un metro y cincuenta centímetros y es de constitución delgada.

Inspiró profunda y nerviosamente. Sudaba y sentía que tenía las axilas empapadas.

– En el pasado, Lisbeth Salander estuvo internada en una clínica psiquiátrica y se considera que puede constituir un peligro tanto para ella misma como para otras personas. Queremos subrayar que en estos momentos no podemos afirmar categóricamente que sea la autora del crimen, pero existen determinadas circunstancias que nos llevan a quererla interrogar cuanto antes sobre los asesinatos de Enskede y Odenplan.

– Pero ¿qué es esto? -gritó el reportero de un vespertino-. O es sospechosa o no lo es.

Desamparado, Bublanski miró al fiscal Ekström.

– Las pesquisas policiales tienen abiertos diferentes frentes y estamos contemplando, por supuesto, varias posibilidades. Pero ahora mismo recaen ciertas sospechas sobre dicha mujer, y la policía considera que resulta sumamente importante poder detenerla. Dichas sospechas se basan en los resultados obtenidos en los análisis forenses del lugar del crimen.

– ¿De qué tipo de análisis se trata? -soltó alguien inmediatamente.

– De momento no podemos entrar en los detalles de los análisis técnicos.

Varios periodistas hablaron al mismo tiempo. Ekström levantó una mano y luego señaló a un periodista del programa «Dagens Eko» con el que había tratado anteriormente y al que consideraba una persona sensata y equilibrada.

– El inspector Bublanski acaba de mencionar que esa mujer estuvo ingresada en una clínica psiquiátrica. ¿Se sabe por qué?

– Esa mujer ha tenido una… una infancia complicada y bastantes problemas en su vida. Se encuentra bajo la tutela de un administrador, precisamente el propietario del arma.

– ¿Quién es?

– La persona que fue asesinada en su domicilio de Odenplan. En estos momentos, por consideración a los más allegados, que aún no han sido informados, no deseamos revelar su nombre.

– ¿Qué móvil ha tenido para cometer los crímenes?

Bublanski cogió el micrófono.

– En estos momentos no queremos entrar en eso.

– ¿Ya estaba fichada por la policía?

– Sí.

Luego vino la pregunta de un reportero con una grave y característica voz y que se impuso a las de los demás.

– ¿Resulta peligrosa para los ciudadanos?

Ekström dudó un instante. Luego asintió.

– Poseemos información que indica que en momentos de estrés puede presentar inclinación a la violencia. Hemos hecho pública esta orden de busca y captura porque queremos contactar con ella cuanto antes.

Bublanski se mordió el labio.

A las nueve de la noche la inspectora Sonja Modig permanecía todavía en el piso del abogado Bjurman. Había llamado a su casa para explicarle la situación a su marido; tras once años de matrimonio, éste había aceptado que el horario de su mujer nunca sería el típico de oficina, de nueve a cinco. Ella se encontraba sentada a la mesa de trabajo del despacho de Bjurman, clasificando los papeles que había encontrado en los cajones, cuando, de pronto, oyó que alguien tocaba con los nudillos en el marco de la puerta. Al alzar la vista, se encontró con el agente Burbuja sosteniendo dos tazas de café y una bolsa azul de bollos de canela de Pressbyrån. Algo cansada, le hizo un gesto con la mano para que entrara.

– ¿Qué es lo que no puedo tocar? -preguntó Bublanski automáticamente.

– Los técnicos ya han terminado aquí dentro. Siguen trabajando en el dormitorio y la cocina. El cuerpo continúa allí, claro.

Bublanski sacó una silla y se sentó frente a su colega. Modig abrió la bolsa y cogió un bollo.

– Gracias. Me moría por tomar un café.

Se zamparon los bollos en silencio.

– Me he enterado de que no ha ido muy bien en Lundagatan -dijo Modig, lamiéndose los dedos después de dar cuenta del último trozo de bollo.

– No había nadie en casa. Hay correo sin abrir dirigido a Salander, pero allí sólo vive una persona llamada Miriam Wu. No la hemos encontrado todavía.

– ¿Quién es?

– No lo sé muy bien. Faste está indagando en su pasado. Fue incluida en el contrato hace poco más de un mes, pero allí no parece vivir nadie más que ella. Creo que Salander se ha mudado sin dar de alta su nueva dirección.

– Tal vez lo tuviera todo planeado.

– ¿Qué? ¿Un triple asesinato? -Bublanski negó resignadamente con la cabeza-. ¡Menudo follón se está montando con todo esto! Ekström se empeñó en convocar una rueda de prensa. A partir de ahora los medios de comunicación no nos van a dejar en paz. Vamos a vivir un infierno. ¿Has encontrado algo?

– Aparte de a Bjurman en el dormitorio… hemos hallado la caja vacía de un Magnum. Se ha mandado a los forenses. Bjurman tiene una carpeta con copias de los informes mensuales sobre Salander que ha enviado a la comisión de tutelaje. A juzgar por esos informes, Salander es un auténtico ángel.

– ¡No, otro más no! -exclamó Bublanski.

– ¿Otro más qué?

– Otro admirador de Lisbeth Salander.

Bublanski le resumió sus conversaciones con Dragan Armanskij y Mikael Blomkvist. Sonja Modig lo escuchó sin interrumpirlo. Cuando él se calló, ella se pasó los dedos por el pelo y se frotó los ojos.

– Suena completamente absurdo -dijo ella.

Pensativo, Bublanski asintió mientras se tiraba del labio inferior. Sonja Modig lo miró de reojo y reprimió una sonrisa. Él tenía unas facciones tan toscamente esculpidas que le daban aspecto de bruto. Pero cuando estaba confuso o inseguro parecía como si estuviera de morros. Era entonces cuando pensaba en él como el agente Burbuja. Ella nunca había empleado el apodo y no sabía muy bien de dónde había surgido. Pero le iba como anillo al dedo.

– De acuerdo -asintió Sonja-. ¿Hasta qué punto estamos seguros?

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