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– Sí, ya sabes: cuero y charol, corsés y un cajón lleno de trastos fetichistas y juguetes sexuales. Y toda esa mierda tampoco parece ser muy barata.

– ¿Quieres decir que Miriam Wu es una prostituta?

– De momento no sabemos nada de Miriam Wu -repitió Bublanski.

– La investigación de los servicios sociales de hace unos años daba a entender que Lisbeth Salander se movía en esos círculos -dijo Ekström.

– Y los servicios sociales suelen saber de lo que hablan -apostilló Faste.

– El informe de los servicios sociales no se basa ni en detenciones ni en investigaciones -comentó Bublanski-. Salander fue cacheada en Tantolunden cuando contaba dieciséis o diecisiete años y se encontraba en compañía de un hombre considerablemente mayor. Ese mismo año la detuvieron por embriaguez. En esa ocasión también se hallaba en compañía de un hombre mayor.

– O sea, que no debemos precipitarnos en nuestras conclusiones -dijo Ekström-. Vale. Pero me estoy acordando de que la tesis de Mia Bergman trataba de trafficking y de prostitución. Existe, por lo tanto, una posibilidad de que haya contactado con Lisbeth Salander y con esa Miriam Wu, que, de alguna manera, las provocara y que eso, a su vez, constituyera el móvil del asesinato.

– Tal vez Bergman contactó con su administrador y ahí se montó el jaleo -apuntó Faste.

– Es posible -contestó Bublanski-. Pero eso lo deberá aclarar la investigación. Lo importante ahora es que encontremos a Salander. Evidentemente, no reside en Lundagatan. También significa que debemos hallar a Miriam Wu y preguntarle cómo acabó en ese apartamento y qué relación mantiene con Salander.

– ¿Y cómo damos con Salander?

– En alguna parte tiene que estar. El problema es que el único sitio en el que ha residido siempre es Lundagatan. No ha registrado ningún cambio de dirección.

– Se te olvida que también estuvo ingresada en Sankt Stefan y con distintas familias de acogida.

– No se me olvida. -Bublanski comprobó sus papeles-. Pasó por tres familias de acogida distintas cuando contaba quince años. No funcionó. Desde poco antes de cumplir los dieciséis y hasta los dieciocho, vivió con un matrimonio en Hägersten: Fredrik y Monika Gullberg. Curt Svensson irá a visitarlos esta noche cuando termine en la universidad.

– ¿Qué hacemos con la rueda de prensa? -preguntó Faste.

A las siete de la tarde un tétrico ambiente reinaba en el despacho de Erika Berger. Mikael Blomkvist había permanecido callado y casi inmóvil desde que el inspector Bublanski se había marchado. Malin Eriksson se había ido en bici hasta Lundagatan para cubrir la operación de la unidad de intervención. Volvió informando de que no parecían haber detenido a nadie y de que el tráfico había sido restablecido. Henry Cortez llamó avisando de que se había enterado de que la policía ahora buscaba una mujer cuyo nombre no le había sido facilitado. Erika le dijo de quién se trataba.

Erika y Malin intentaron decidir lo que había que hacer, pero no llegaron a ninguna conclusión sensata. La situación se complicaba aun más porque Mikael y Erika conocían el papel que Lisbeth Salander había desempeñado en el caso Wennerström: ella, en calidad de hacker de élite, fue la fuente secreta de Mikael. Malin Eriksson ignoraba ese dato por completo; ni siquiera había oído hablar de Lisbeth. De ahí los misteriosos silencios que acompañaron a la conversación.

– Me voy a casa -dijo Mikael Blomkvist, levantándose de repente-. Estoy hecho polvo. Ya no puedo ni pensar. Necesito dormir.

Miró a Malin.

– Todavía nos queda mucho por hacer. Mañana es viernes de Pascua y sólo pienso dedicarlo a dormir y ordenar papeles. Malin, ¿podrías trabajar estas fiestas?

– ¿Tengo otra elección?

– No. Empezaremos el sábado a las doce. ¿Qué tal si quedamos en mi casa en vez de en la redacción?

– De acuerdo.

– Mi intención es replantear las directrices del plan de trabajo que nos marcamos esta mañana. Ahora ya no se trata sólo de saber si la investigación realizada por Dag Svensson tiene algo que ver con el asesinato. Ahora se trata de averiguar quién mató a Dag y a Mia.

Malin se preguntó cómo podrían lograr una cosa así, pero no dijo nada. Mikael se despidió de Malin y Erika con la mano, y desapareció sin más comentarios.

A las siete y cuarto, Bublanski, el jefe de la investigación, subió a desgana al estrado de la sala de prensa de la policía, tras el instructor del sumario, el fiscal Ekström. La rueda de prensa se había anunciado para las siete pero se había retrasado quince minutos. A diferencia de Ekström, Bublanski no tenía ningún interés por estar ante una docena de cámaras de televisión. Hallarse expuesto a ese tipo de atención lo hacía sentir poco menos que presa del pánico, y nunca se acostumbraría ni le empezaría a gustar verse a sí mismo en la tele.

Ekström, en cambio, se sentía como pez en el agua. Se ajustó las gafas y adoptó un favorecedor semblante serio. Dejó que los fotógrafos dispararan durante un rato antes de levantar las manos pidiendo orden en la sala. Habló como siguiendo un guión:

– Les doy mi más cordial bienvenida a esta apresurada rueda de prensa motivada por los asesinatos ocurridos la pasada noche en Enskede y también porque tenemos más información que compartir con ustedes. Soy el fiscal Richard Ekström y éste es el inspector Jan Bublanski, de la brigada de delitos violentos de la policía criminal de Estocolmo, que dirige la investigación. Les voy a leer un comunicado y luego abriré un turno de preguntas.

Ekström se calló y contempló al grupo de periodistas que se había presentado menos de treinta minutos después de que los avisaran. Los asesinatos de Enskede constituían una noticia importante y llevaban camino de adquirir aún más envergadura. Constató con satisfacción que tanto «Aktuellt» como «Rapport» y TV4 se hallaban presentes, y reconoció a los reporteros de la agencia TT y a los de los periódicos vespertinos y matutinos. Además, había muchos periodistas a los que no conocía. En total habría, por lo menos, veinticinco profesionales en la sala.

– Como ya saben, ayer, poco antes de la medianoche, fueron halladas en Enskede dos personas brutalmente asesinadas. En la investigación forense del lugar del crimen se encontró un arma, un Colt 45 Magnum. El Laboratorio Nacional de Investigación Forense ha determinado, esta misma mañana, que se trata del arma homicida. Hemos averiguado quién es su propietario y hemos procedido a su búsqueda.

Ekström hizo una pausa para subrayar el dramatismo.

– Y lo hemos hallado. Alrededor de las diecisiete horas de esta misma tarde apareció muerto en su domicilio, cerca de Odenplan. Fue muerto a tiros y se cree que ya había fallecido a la hora en la que se cometió el doble asesinato de Enskede. La policía -Ekström hizo un gesto con la mano señalando a Bublanski- tiene sólidos argumentos para creer que se trata de un único autor al que, consecuentemente, se busca por tres homicidios.

Un murmullo se fue extendiendo entre los reporteros cuando varios de ellos empezaron a hablar por sus móviles en voz baja. Ekström elevó ligeramente la voz.

– ¿Hay algún sospechoso? -gritó un periodista radiofónico.

– Si no me interrumpe, ya llegaremos a eso. El caso es que en estos momentos hemos identificado a una persona a la que la policía quiere interrogar en relación a estos tres asesinatos.

– ¿Quién es él?

– No se trata de un hombre, sino de una mujer. La policía está buscando a una mujer de veintiséis años relacionada con el propietario del arma y de la que, además, sabemos que estuvo en el lugar del crimen de Enskede.

Bublanski frunció el ceño y apretó los dientes. Habían llegado a ese punto del orden del día en el que Ekström y él disentían: revelar o no el nombre de la persona sospechosa del triple asesinato. Bublanski quería esperar. Ekström era de la opinión de que no se podía esperar.

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