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Se conectó a la red. Leyó primero la prensa y luego entró, por este orden, en los discos duros del fiscal Ekström, de Dragan Armanskij y de Mikael Blomkvist.

El correo electrónico de Ekström contenía mucha información de interés, en especial un memorando enviado por el inspector Jan Bublanski a las 17.22h. Era sucinto, pero hacía una crítica devastadora a la manera del fiscal de llevar la instrucción del caso. Terminaba con algo que podía considerarse un ultimátum. El correo de Bublanski estaba estructurado por puntos. Le exigía que la inspectora Sonja Modig se reincorporara inmediatamente al equipo de investigación; que la línea de investigación de los asesinatos de Enskede se modificara y se orientara hacia posibles autores alternativos, y que a ese misterioso individuo conocido como Zala se le abriera una investigación seria.

Las acusaciones contra Lisbeth Salander se basan en un solo indicio importante sus huellas dactilares en el arma homicida Eso, como bien sabes, constituye una prueba de que ha tocado el arma, pero no demuestra que la dirigiera contra las víctimas y, mucho menos todavía, que la haya disparado

En la actualidad, desconocemos qué otros actores están implicados en este drama. Sabemos que la policía de Södertälje ha encontrado dos cadáveres enterrados y que ha sido marcado y va a ser excavado un lugar más. El propietario del almacén es un primo de Carl-Magnus Lundin. Debería resultar obvio -a pesar de su carácter violento y, sea cual sea, su perfil psicológico- que Lisbeth Salander no puede tener nada que ver con todo esto.

Bublanski terminaba advirtiendo que si sus exigencias no se satisfacían, se vería obligado a dimitir de la investigación; algo que no pensaba hacer con discreción. Ekstrom le había contestado que lo dejaba en sus manos y que actuara según su criterio.

Lisbeth obtuvo más información -esta vez desconcertante- del disco duro de Dragan Armanskij. Un breve intercambio de correos con el departamento de nóminas de Milton dejaba claro que Niklas Eriksson abandonaba la empresa a efectos inmediatos. Había que abonarle el sueldo de los días de vacaciones acumulados, así como tres meses de indemnización por despido. Un correo destinado al vigilante ordenaba que, en cuanto Eriksson llegara al edificio, se le acompañara hasta su mesa para recoger sus pertenencias personales y que luego se le invitara a abandonar el lugar. Otro dirigido al departamento técnico comunicaba que se le invalidara la tarjeta de acceso al edificio.

Pero lo más interesante estaba en la breve correspondencia entre Dragan Armanskij y el abogado de Milton Security, Frank Alenius. Dragan le preguntaba qué representación legal sería la mejor en el caso de que Lisbeth Salander fuese detenida. En un principio, Alenius contestó que no había razón alguna para que Milton se entrometiera en el caso de unos crímenes cometidos por una antigua empleada y que la implicación de Milton Security en ese tema debería considerarse, más bien, como algo directamente negativo. Indignado, Armanskij respondió que todavía estaba por ver si Lisbeth Salander era culpable de asesinato y que sólo se trataba de prestar ayuda a una anterior empleada que Dragan Armanskij consideraba inocente a título personal.

Lisbeth abrió el disco duro de Mikael Blomkvist y constató que no había escrito nada ni había entrado en su ordenador desde la mañana del día anterior. Allí no había noticias.

Sonny Bohman puso la carpeta en la mesa de reuniones del despacho de Armanskij y se dejó caer en la silla. Fräklund cogió la carpeta, la abrió y empezó a leerla. Dragan Armanskij estaba de pie ante la ventana contemplando Gamia Stan.

– Supongo que es lo último que entrego. Desde hoy mismo, estoy fuera de la investigación -dijo Bohman.

– No es culpa tuya -contestó Fräklund.

– No, no es culpa tuya -repitió Armanskij, sentándose.

Había puesto sobre la mesa todo el material que, durante casi dos semanas, le había ido proporcionando Bohman.

– Has hecho un buen trabajo, Sonny. He hablado con Bublanski. De hecho, lamenta haber tenido que deshacerse de ti, pero no le quedaba otra elección. Por lo de Eriksson.

– No pasa nada. He descubierto que estoy mucho mejor aquí, en Milton, que en la jefatura de Kungsholmen.

– ¿Puedes hacerme un resumen?

– Bueno, pues… si la intención era encontrar a Lisbeth Salander, entonces hemos fracasado estrepitosamente. Hasta donde he participado, ha sido una investigación muy enmarañada y con intereses encontrados, y puede que, en algunas ocasiones, Bublanski no haya tenido todo el control de las pesquisas.

– Hans Faste…

– Hans Faste es un cabrón. Aunque el problema no se limita a Faste ni a que la investigación haya sido tan enrevesada. Bublanski ha velado por que todas las pistas se siguieran a fondo. Lo que ha sucedido es que Lisbeth Salander ha sido muy buena borrando sus propias huellas.

– Pero tu trabajo no consistía sólo en detener a Salander -intervino Armanskij.

– No, y menos mal que, cuando empezamos, no informamos a Niklas Eriksson de mi segunda misión, ser tu topo y asegurarme de que no colgaran a Salander siendo inocente.

– ¿Y qué crees hoy en día?

– Al principio, estaba bastante seguro de su culpabilidad. Hoy, no lo sé. Han aparecido tantas pruebas tan contradictorias…

– ¿Sí?

– Que ya no la consideraría la principal sospechosa. Cada vez me inclino más por la posibilidad de que haya algo en el razonamiento de Mikael Blomkvist.

– Lo cual quiere decir que tenemos que centrarnos en intentar encontrar a otros posibles culpables. ¿Retomamos la investigación desde el principio? -preguntó Armanskij y sirvió café a los participantes en la reunión.

Lisbeth Salander pasó una de las peores noches de su vida. Recordó el momento en el que arrojó la bomba incendiaria por la ventana del coche de Zalachenko. En ese preciso instante, las pesadillas cesaron y sintió una gran paz interior. A lo largo de los años, había tenido otros problemas, pero siempre habían versado sobre ella y los había podido controlar. Ahora se trataba de Mimmi.

Mimmi estaba destrozada en Södersjukhuset. Mimmi era inocente. No tenía nada que ver con esa historia. Su único delito había sido conocer a Lisbeth Salander.

Lisbeth se maldijo a sí misma. La culpa era suya. De pronto, le asaltó un sentimiento de culpa desolador. Había mantenido en secreto su propia dirección y se había asegurado de protegerse de todas las maneras posibles. Y, luego, había convencido a Mimmi para que se instalara en esa casa cuya dirección conocía todo el mundo.

¿Cómo podía haber sido tan imprudente?

Ya puestos, la podría haber molido a palos ella misma. Total…

Se sentía tan desgraciada que unas lágrimas se asomaron a sus ojos. Lisbeth Salander nunca llora. Se enjugó las lágrimas.

A las diez y media, estaba tan inquieta que fue incapaz de quedarse en casa. Se abrigó y salió sigilosamente a la calle. Trazó una ruta poco concurrida hasta que llegó a Ringvägen y se detuvo en la puerta de Södersjukhuset. Quería ir a la habitación de Mimmi, despertarla y decirle que todo iba a salir bien. Luego vio las luces de un coche patrulla que venía desde Zinkensdamm y entró en una bocacalle para no ser descubierta.

Poco después de la medianoche, ya estaba de regreso en Mosebacke. Había cogido frío, de modo que se desvistió y se metió bajo el edredón de su cama de Ikea. No podía dormir. A la una se levantó y, desnuda, recorrió el piso a oscuras. Entró en el cuarto de invitados, donde había colocado una cama y una cómoda, aunque luego no había vuelto a pisarlo. Se sentó en el suelo, apoyó la espalda contra la pared y se quedó mirando la oscuridad.

«Lisbeth Salander con un cuarto de invitados. ¡Qué gracia!»

Se quedó allí hasta las dos de la madrugada, hasta que tuvo tanto frío que empezó a temblar. Luego se echó a llorar. No recordaba haberlo hecho jamás.

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