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Björck caviló.

– Yo también tengo condiciones -añadió Mikael-. El precio de mi silencio es que me cuente todo lo que sepa. Si descubro que me oculta algo, nuestro acuerdo quedará invalidado. Y, entonces, le sacaré en las portadas de todos los periódicos de Suecia, tal y como hice con Wennerström.

Björck sintió escalofríos al pensarlo.

– De acuerdo -respondió-. No tengo elección. Usted me promete que mi nombre no se mencionará en Millennium y yo le digo quién es Zala. Y quiero que se me proteja como fuente.

Le tendió la mano. Mikael se la estrechó. Acababa de comprometerse a contribuir a ocultar un delito, algo que, sin embargo, no le preocupaba lo más mínimo. Sólo había prometido que ni él ni la revista Millennium escribirían nada sobre Björck. Dag Svensson ya había dado cuenta de toda la historia de Björck en su libro. Y el libro de Dag Svensson se iba a publicar. Mikael velaría sin descanso para que así fuera.

La policía de Strängnäs recibió el aviso a las 15.18h. Llegó directamente a la centralita de la policía, no a través del teléfono de emergencias. El propietario de una casa de campo situada al este de Stallarholmen, que respondía al nombre de Oberg, declaró que había escuchado un disparo y que acudió al lugar para ver qué pasaba. Encontró a dos hombres heridos de gravedad. Bueno, uno de los individuos tal vez no tanto, pero sí sufría intensos dolores. Añadió que el propietario de la casa se llamaba Nils Bjurman. O sea, el difunto abogado del que tanto se había escrito en la prensa.

Esa mañana, la policía de Strängnäs había estado muy atareada efectuando un amplio control del tráfico, programado de antemano, en las carreteras del municipio. Se interrumpió por la tarde, cuando recibieron el aviso de que un hombre le había quitado la vida a su pareja, una mujer de cincuenta y siete años, en el domicilio que ambos compartían en Finninge. Casi al mismo tiempo, en Storgärdet, se declaró un incendio que se cobró una víctima mortal y, como guinda del pastel, dos coches colisionaron frontalmente en la carretera de Enköping, a la altura de Vargholmen. Los avisos se sucedieron en el transcurso de unos pocos minutos y, por ese motivo, casi todos los efectivos policiales de Strängnäs se hallaban ocupados.

Sin embargo, la oficial de guardia había seguido el curso de los acontecimientos sucedidos en Nykvarn esa misma mañana y supuso que tal vez tuvieran algo que ver con la sospechosa en búsqueda y captura, Lisbeth Salander. Como Nils Bjurman figuraba en esa investigación, no le costó sumar dos más dos. Tomó tres medidas. En un día como aquél, accidentado, envió a Stallarholmen al único vehículo disponible en Strängnäs. Llamó a los colegas de Södertälje y pidió refuerzos. Sin embargo, la policía de Södertälje estaba igual de saturada, porque una gran parte de sus recursos se había concentrado en llevar a cabo las excavaciones en las inmediaciones de un almacén que se había incendiado al sur de Nykvarn, pero la posible conexión entre Nykvarn y Stallarholmen indujo al oficial de guardia de Södertälje a mandar dos coches patrulla hasta Stallarholmen para prestar asistencia al furgón de Strängnäs. Por último, la oficial de guardia de Strängnäs cogió el teléfono para llamar al inspector Jan Bublanski de Estocolmo. Lo localizó en el móvil.

En ese momento, Bublanski se encontraba en Milton Security deliberando seriamente con el director ejecutivo Dragan Armanskij y los dos colaboradores, Fräklund y Bohman. Niklas Eriksson estaba ausente.

Bublanski ordenó a Curt Svensson que acudiera de inmediato a la casa de campo de Bjurman y que se llevara a Hans Faste con él, en el caso de que pudiera encontrarlo. Tras un instante de reflexión también llamó a Jerker Holmberg, quien todavía se hallaba al sur de Nykvarn, bastante más cerca del lugar de los hechos. Además, Holmberg tenía noticias.

– Estaba a punto de llamarte. Acabamos de identificar al cadáver enterrado.

– No es posible. ¿Tan rápido?

– Todo es posible cuando los muertos tienen la gentileza de llevar cartera y carné de identidad plastificado.

– Vale. ¿De quién se trata?

– De un conocido. Kenneth Gustafsson, cuarenta y cuatro años, natural de Eskilstuna. Alias el Vagabundo. ¿Te suena?

– Hombre, ya lo creo. Anda, así que el Vagabundo está enterrado en Nykvarn. He perdido un poco el control de la chusma de la plaza de Sergei pero, si no recuerdo mal, fue un tipo bastante destacado en los años noventa, formaba parte de aquella clientela de camellos, ladrones y toxicómanos.

– El mismo. Por lo menos es su carné. La identificación definitiva tendrá que hacerla el forense. Va a ser como hacer un puzle; está cortado en, al menos, cinco o seis trozos.

– Mmm. Paolo Roberto nos contó que el rubio con el que se peleó amenazó a Miriam Wu con una motosierra.

– Sí, el descuartizamiento se podría haber realizado con una motosierra, aunque no lo he visto muy de cerca. Acabamos de empezar la excavación del segundo hallazgo. Están montando la tienda.

– Muy bien. Jerker, sé que ha sido un día muy largo, pero ¿puedes quedarte esta tarde?

– Vale. Empezaré dando una vuelta por Stallarholmen.

Bublanski terminó la llamada y se frotó los ojos.

El furgón de Strängnäs llegó a la casa de campo de Bjurman a las 15.44 horas. En el camino de acceso chocaron, literalmente, con un individuo que intentaba alejarse del lugar montado en una Harley-Davidson que se empotró de frente contra el vehículo de la policía. Fue una colisión sin mayores consecuencias. Los agentes se bajaron e identificaron a Sonny Nieminen, de treinta y siete años y conocido homicida de mediados de los años noventa. Nieminen daba la impresión de no encontrarse en muy buen estado cuando fue esposado. Al colocarle las esposas los agentes descubrieron, estupefactos, que la parte trasera de su chupa de cuero estaba rota; justo en el centro le faltaba una pieza cuadrada de unos veinte por veinte centímetros. Tenía un aspecto bastante peculiar. Sonny Nieminen declinó comentar el asunto.

Luego, recorrieron alrededor de doscientos metros hasta alcanzar la casa. Allí estaba Oberg -un obrero portuario ya jubilado- poniéndole una venda en el pie a un tal Carl-Magnus Lundin, de treinta y seis años y president de una banda de gánsteres, no del todo desconocida, llamada Svavelsjö MC.

El oficial al mando del furgón era el subinspector Nils-Henrik Johansson. Descendió del vehículo, se ajustó el cinturón, contempló el lamentable estado de la persona que yacía en tierra y pronunció la típica frase de la policía.

– ¿Qué está pasando aquí?

El obrero portuario jubilado dejó de vendar el pie de Magge Lundin y miró lacónicamente a Johansson.

– Yo soy quien ha llamado.

– Ha alertado sobre un disparo.

– He oído un tiro, me he acercado para ver qué pasaba y me he encontrado con estos tipos. A éste le han disparado en el pie y ha recibido una buena paliza. Creo que necesita una ambulancia.

De reojo, Oberg echó una mirada al furgón.

– Veo que habéis dado con el otro canalla. Estaba tumbado fuera de juego cuando llegué, pero luego se recuperó y no quiso quedarse.

Jerker Holmberg llegó con los policías de Södertälje en el mismo instante en que la ambulancia abandonaba la escena. Los agentes del furgón le informaron brevemente de sus observaciones. Ni Lundin ni Nieminen habían querido explicar el motivo de su presencia en el lugar. A decir verdad, Lundin no estaba en condiciones de articular palabra.

– O sea, dos moteros con ropa de cuero, una Harley-Davidson, una persona herida de un disparo, pero ni una sola arma. ¿Lo he entendido bien? -preguntó Holmberg.

El oficial que estaba al mando del furgón asintió con la cabeza. Holmberg reflexionó un instante.

– No creo que uno de los tipos haya llegado aquí montado en el sillín trasero de la moto del otro.

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