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– Yo diría que eso se consideraría poco masculino en sus círculos -comentó Johansson.

– Entonces falta una moto. Y como el arma tampoco está, podemos sacar la conclusión de que una tercera persona ya se ha dado a la fuga.

– Parece lo lógico.

– Pero nos deja con un problema de logística. Si estos dos caballeros de Svavelsjo llegaron cada uno en una moto entonces falta el vehículo en el que llegó la tercera persona. Porque es imposible que abandonara el lugar conduciendo a la vez su propio vehículo y una moto. Además hay un buen trecho para venir andando desde la carretera.

– A no ser que esa tercera persona viviera en la casa.

– Mmm -murmuró Jerker Holmberg-. Pero el propietario de la casa es el difunto letrado Bjurman. quien, evidentemente, ya no vive aquí.

– Es posible que hubiera una cuarta persona y que se fuera en coche.

– Pero, en ese caso, ¿por qué no se han ido juntos?: Doy por descontado que esta historia no va del robo de una moto Harley-Davídson, por muy atractivas que sean.

Reflexionó un instante y, después, les pidió a dos agentes del furgón que buscaran un vehículo abandonado en alguna carretera comarcal de las inmediaciones y que recorrieran las casas de la zona y preguntaran si alguien había visto algo fuera de lo corriente.

– En esta época del año no hay mucha gente por aquí -dijo el oficial al mando del furgón, y se comprometió a hacerlo lo mejor que pudieran.

A continuación, Holmberg abrió la puerta de la casa que había quedado cerrada sin llave. De inmediato, encontró sobre la mesa de la cocina el resto de carpetas que contenían la investigación que Bjurman había hecho sobre Lisbeth Salander. Atónito, se sentó y se puso a hojearlas.

Jerker Holmberg estaba de suerte Apenas treinta minutos después de haber iniciado la operación puerta a puerta entre las pocas casas habitadas en esa época, apareció Anna Viktoria Hansson, de setenta y dos años, quien había pasado ese día primaveral limpiando un jardín situado cerca del camino que daba acceso a la zona. Sí, tenía buena vista. Y sí, había visto a una chica baja y con una cazadora oscura que pasó andando más o menos a la hora del almuerzo. A eso de las tres, vio a dos hombres en moto. Hacían un ruido terrible. Poco después, la chica volvió a pasar en dirección contraria montada en una de esas motos. Luego llegó la policía.

Mientras informaban a Jerker Holmberg, Curt Svensson se personó en el lugar.

– ¿Qué pasa? -preguntó.

Jerker Holmberg contempló sombríamente a su colega.

– No sé muy bien cómo explicarte esto -contestó Holmberg.

– Jerker, ¿pretendes que me crea que Lisbeth Salander apareció en la casa de Bjurman y que, ella solita, se cargó a la cúpula de Svavelsjö MC? -preguntó Bublanski por teléfono. Su voz sonaba tensa.

– Bueno, Paolo Roberto fue su entrenador…

– Jerker, cállate.

– Verás, Magnus Lundin tiene una herida en el pie producida por un disparo. Corre el riesgo de quedarse cojo para siempre. La bala le salió por la parte trasera del talón.

– Por lo menos no le pegó un tiro en la cabeza.

– No creo que hiciera falta. Por lo que me han comentado los del furgón, Lundin presenta graves lesiones en la cara, tiene la mandíbula rota y ha perdido dos dientes. Los de la ambulancia se temieron que también padeciera una conmoción cerebral. Aparte de la lesión en el pie, sufre de intensos dolores en el bajo vientre.

– ¿Y cómo está Nieminen?

– Parece ileso. Aunque según el vecino que dio el aviso, cuando él llegó al lugar estaba tumbado, inconsciente. No logró hablar con él, pero volvió en sí al cabo de un rato; estaba intentando marcharse cuando aparecieron los compañeros de Strängnäs.

Por primera vez en mucho tiempo, Bublanski se quedó sin palabras.

– Un detalle misterioso… -dijo Jerker Holmberg.

– ¿Qué más?

– No sé cómo explicarlo. La cazadora de cuero de Nieminen… Es que fue allí en moto.

– ¿Sí?

– Estaba rota.

– ¿Cómo que rota?

– Le falta un trozo. Le han cortado una pieza de aproximadamente veinte por veinte centímetros de la espalda. Justo donde Svavelsjö MC lleva su emblema.

Bublanski arqueó las cejas.

– ¿Por qué iba a querer Lisbeth Salander cortar un trozo de su chupa de cuero? ¿Un trofeo?

– No tengo ni idea. Aunque se me ha ocurrido una cosa -dijo Jerker Holmberg.

– ¿Qué?

– Magnus Lundin es rubio, tiene un buen barrigón y coleta. Uno de los individuos que secuestraron a Miriam Wu, la amiga de Salander, era rubio, tenía una tripa cervecera y llevaba coleta.

Lisbeth Salander no experimentaba una sensación tan vertiginosa desde que -hacía ya unos cuantos años- visitara Gröna Lund para montar en esa atracción llamada Caída libre. Montó tres veces y lo habría hecho tres más si no se le hubiera acabado el dinero.

Comprobó que una cosa era llevar una Kawasaki ligera de 125 centímetros cúbicos -en realidad, poco más que un ciclomotor trucado- y otra bien distinta pilotar una Harley-Davidson de 1.450 centímetros cúbicos. Los primeros trescientos metros, por el mal conservado camino forestal que conducía a la casa de Bjurman fueron una auténtica montaña rusa. Lisbeth se sintió como un giroscopio viviente. En dos ocasiones estuvo a punto de salirse y acabar en las profundidades del bosque; hasta el último instante no consiguió recuperar el control. Parecía que iba montada sobre un alce en estado de pánico.

Además, el casco se le bajaba sin cesar y le tapaba los ojos, a pesar de que lo había rellenado con un trozo de la chupa de Sonny Nieminen.

No se atrevió a parar para ajustado por miedo a no ser capaz de controlar el peso de la moto. Era demasiado baja y no llegaba bien al suelo; temía que la Harley se le volcara. Si eso ocurriese, no tendría fuerzas para volver a levantarla.

Todo fue mucho mejor tan pronto como salió al camino que daba acceso a la zona de casas de campo. Cuando, unos pocos minutos más tarde, enfiló la carretera de Strängnäs, se atrevió a soltar una mano del manillar para ajustarse el casco. Luego le metió gas. Recorrió en un tiempo récord la distancia que había hasta Södertälje con una sonrisa permanente en la boca. Poco antes de llegar, se cruzó con dos coches pintados que tenían las sirenas puestas.

Lo sensato habría sido deshacerse de la Harley-Davidson en Södertälje y dejar que Irene Nesser cogiera el tren de cercanías a Estocolmo, pero Lisbeth Salander no pudo resistir la tentación. Se incorporó a la E 4 y aceleró. Puso mucho cuidado en no exceder el límite de velocidad; bueno, mucho tampoco, y, aun así, le dio la sensación de estar en caída libre. Hasta que no se halló a la altura de Älvsjö no abandonó la autopista; allí, se dirigió hacia el recinto ferial y consiguió aparcar sin volcar la bestia. Un intenso sentimiento de pérdida la asaltó al abandonar la moto, junto con el casco y el trozo de cuero con el emblema de la chupa de Sonny Nieminen. Caminó hasta la estación de trenes de cercanías. Se había quedado helada con el paseo en moto. Se bajó en Södra Station, se fue andando a casa y se metió en la bañera.

– Su nombre es Alexander Zalachenko -dijo Gunnar Björck-. Aunque en realidad no existe. No lo hallarás en el padrón.

«Zala. Alexander Zalachenko. Por fin un nombre.»

– ¿Quién es y cómo puedo encontrarlo?

– No es una persona a la que uno desee encontrar.

– Créame, tengo muchas ganas de conocerlo.

– Lo que le voy a contar ahora es información confidencial. Si alguien se entera de que se la he dado, me procesarán. Se trata de uno de los secretos más importantes de la defensa nacional sueca. Ha de entender por qué resulta tan importante que garantice mi protección como fuente.

– Ya lo he hecho.

– Tiene edad suficiente como para recordar la guerra fría.

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