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Mikael asintió con la cabeza. «Venga, al grano.»

– Alexander Zalachenko nació en 1940 en Stalingrado, en la antigua Unión Soviética. Cuando contaba un año de edad, se inició la operación Barbarroja y la ofensiva alemana del frente oriental. Los padres de Zalachenko fallecieron en la guerra; o eso es lo que él cree. Ni él mismo sabe lo que pasó. Su recuerdo más temprano es de un orfanato situado en los Urales.

Mikael asintió con la cabeza dando a entender que seguía la historia.

– El orfanato estaba ubicado en una plaza fuerte y lo financiaba el Ejército Rojo. Se podría decir que Zalachenko recibió una formación militar desde muy temprana edad. Estamos hablando de los años más cruentos del estalinismo. Tras la caída de la Unión Soviética han salido a la luz una serie de documentos que demuestran que, entre los niños huérfanos criados por el Estado, se realizaron distintos experimentos con el fin de crear un cuerpo de soldados de élite. Zalachenko era uno de esos niños.

Mikael volvió a asentir con la cabeza.

– Para resumir su larga biografía. A los cinco años, lo metieron en un colegio militar. Resultó ser muy inteligente. Con quince, en 1955, lo trasladaron a una escuela militar de Novosibirsk donde, en compañía de dos mil alumnos más y durante tres años, recibió una preparación similar a la de las spetsnaz, las tropas rusas de élite.

– De acuerdo, así que era un valiente soldado infantil.

– En 1958, cuando tenía dieciocho años, fue trasladado a Minsk y le destinaron a la formación especial del GRU. ¿Sabe qué era el GRU?

– Sí.

– Las siglas quieren decir, exactamente, Glavnoje razvedyvatelnoje upravlemje, o sea, el servicio de inteligencia militar subordinado al más alto mando militar del ejército. El GRU no debe confundirse con la KGB, que era la policía civil secreta.

– Ya lo sé.

– Por lo general, en las películas de James Bond los miembros de la KGB son retratados como espías importantes que prestan sus servicios en el extranjero. En realidad, la KGB era fundamentalmente el servicio de seguridad interior del régimen, que tenía campos de concentración en Siberia y mataba a los disidentes con un tiro en la nuca en el sótano de la cárcel de Lubyanka. Los responsables del espionaje y de las operaciones en el extranjero pertenecían, en la mayoría de los casos, al GRU.

– Esto se está convirtiendo en una lección de historia. Continúe.

– Cuando Alexander Zalachenko cumplió veinte años, recibió su primer destino en el extranjero, lo mandaron a Cuba. Se trataba de un período de formación y sólo ostentaba el grado de alférez. Pero permaneció allí durante dos años y vivió tanto la crisis de Cuba como la invasión de la bahía de Cochinos.

– Vale.

– Regresó en 1963 para continuar su formación en Minsk. Luego lo destinaron primero a Bulgaria y después a Hungría. En 1965 ascendió a teniente y tuvo su primer destino en la Europa occidental, concretamente en Roma, donde prestó sus servicios durante doce meses. Fue su primera misión under cover. O sea, identidad civil con pasaporte falso y sin ningún contacto con la embajada.

Mikael asintió con la cabeza. Muy a su pesar, la historia empezaba a fascinarle.

– En 1967 fue trasladado a Londres. Allí organizó la ejecución de un agente desertor de la KGB. Durante los siguientes diez años se convirtió en uno de los miembros más importantes del GRU. Perteneció a la verdadera élite de los soldados políticos más entregados; había sido entrenado desde su más tierna infancia. Habla con fluidez, como mínimo, seis idiomas. Se ha hecho pasar por periodista, fotógrafo, publicista, marinero… de todo. Era un artista de la supervivencia y un experto en camuflaje y maniobras de despiste. Disponía de sus propios agentes y organizaba o ejecutaba sus propias operaciones. Muchas de ellas eran misiones de asesinatos, y bastantes tenían lugar en el Tercer Mundo. Aunque también había chantajes, amenazas u otros asuntos que sus superiores querían ver materializados. En 1969 fue ascendido a capitán; en 1972 a comandante y, en 1975, a teniente coronel.

– ¿Y cómo acabó en Suecia?

– Ya llegaré a eso. A lo largo de los años se fue corrompiendo un poco y arañó dinero de aquí y de allá. Bebía bastante y se metió en demasiados líos de faldas. Sus superiores estaban al corriente de todo, pero seguía siendo uno de sus favoritos y se mostraron indulgentes con esas minucias. En 1976 le encargaron una misión en España. No hace falta que entremos en detalles, pero se emborrachó y metió la pata. Fracasó y, de la noche a la mañana, cayó en desgracia. Ordenaron su regreso a Rusia; sin embargo, él optó por hacer caso omiso de la orden y acabó en una situación aún peor. Entonces, el GRU contactó con Madrid y le encargó a un agregado militar de la embajada que lo localizara y le hiciera entrar en razón. Algo salió verdaderamente mal durante aquella conversación. Zalachenko mató al agregado. De buenas a primeras se quedó sin elección. Había quemado todas sus naves y se vio obligado a desertar sin dilación.

– De acuerdo, ¿y?

– Desertó a España y maquinó una historia que daba a entender que había tenido un accidente de barco en Portugal. También dejó una pista falsa que indicaba que había huido a Estados Unidos. En realidad, eligió refugiarse en el país europeo donde menos se podían imaginar. Vino a Suecia, se puso en contacto con la Säpo y solicitó asilo político. Algo que, de hecho, estuvo muy bien pensado, ya que la probabilidad de que un escuadrón de la muerte de la KGB o del GRU lo buscara aquí era casi inexistente.

Gunnar Björck se calló.

– ¿Qué va a hacer el gobierno si uno de los mejores espías de la Unión Soviética decide desertar de repente y buscar asilo político en Suecia? Eso ocurrió cuando la derecha acababa de llegar al poder; de hecho, se trataba de uno de los primeros asuntos que presentamos ante el recién nombrado primer ministro. Esos cobardes deseaban, claro está, deshacerse de él cuanto antes, pero devolverle a la Unión Soviética resultaba inviable, puesto que habría sido un escándalo político de enormes proporciones. En su lugar, intentaron mandarle a Estados Unidos o a Inglaterra, a lo que Zalachenko se negó. No le gustaba Estados Unidos y sabía que Inglaterra era uno de los lugares donde la Unión Soviética contaba con el mayor número de agentes del más alto nivel de los servicios de inteligencia. Tampoco quería ir a Israel, porque no le caían bien los judíos. Así que decidió instalarse en Suecia.

Todo parecía tan inverosímil que Mikael se preguntó si Gunnar Björck no le estaría tomando el pelo.

– ¿Y se quedó aquí?

– Exactamente.

– ¿Y eso nunca ha salido a la luz?

– Durante muchos años ha sido uno de los secretos militares mejor guardados de Suecia. Lo que pasaba era que sacábamos un enorme provecho de Zalachenko. Hubo una época, entre finales de los años setenta y principios de los ochenta, en que fue la joya de la corona de los desertores, incluso a nivel internacional. Nunca jamás había desertado un jefe operativo de uno de los comandos de élite del GRU.

– Y podría vender información…

– En efectivo. Jugó bien sus cartas y fue suministrando la información según le convino. Nos daba lo suficiente para que pudiéramos identificar a un agente en el cuartel general de la OTAN de Bruselas, a otro, esta vez ilegal, en Roma, así como al hombre de contacto de un círculo de espías en Berlín. Nos enteramos, igualmente, de los nombres de los asesinos a sueldo que él había contratado en Ankara o Atenas. No sabía gran cosa sobre Suecia pero, en cambio, poseía información sobre ciertas operaciones en el extranjero que nosotros, a su vez, podíamos administrar para obtener otros favores a cambio. Era una mina de oro.

– En otras palabras, empezaron a colaborar con él.

– Le dimos una nueva identidad. Nos limitamos a proporcionarle un pasaporte y algo de dinero; a partir de ahí, se las arregló solo. Estaba preparado precisamente para eso.

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