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Lisbeth también descubrió que la persona que filtraba información a la prensa era el mismísimo instructor del sumario, Ekström. Quedaba al descubierto en un correo electrónico en el que contestaba tanto a preguntas sobre el informe psiquiátrico de Lisbeth como a las de la relación de Lisbeth con Miriam Wu.

La tercera pieza de información relevante fue la constatación de que el equipo de Bublanski no tenía ni la más mínima pista para buscar a Lisbeth Salander. Leyó con interés un informe que desglosaba las medidas adoptadas y los sitios que se hallaban bajo vigilancia temporal. Una lista breve. Por supuesto, Lundagatan, pero también el domicilio de Mikael Blomkvist y la antigua dirección de Miriam Wu en Sankt Eriksplan, así como el Kvarnen, donde había sido vista en alguna ocasión. «Joder, ¿por qué daría aquel espectáculo con Mimmi? ¡Qué ocurrencia más idiota!»

El viernes, los investigadores de Ekström también encontraron la pista que los llevó hasta las Evil Fingers. Supuso que eso significaría que controlarían unas cuantas direcciones más. Arrugó el entrecejo; ya podía dar por perdidas a las chicas del grupo, si bien era verdad que no había tenido ningún contacto con ellas desde que regresara a Suecia.

Cuanto más pensaba en el tema, más desconcertada estaba. El fiscal Ekström había filtrado a la prensa todo tipo de mierda sobre ella. A Lisbeth no le costó nada entender su objetivo: darse publicidad y preparar el terreno para el día en el que dictara auto de procesamiento contra ella. Pero ¿por qué no había filtrado el informe de la investigación policial de 1991? El motivo de su inmediato ingreso en Sankt Stefan. ¿Por qué ocultaba aquella historia?

Entró en el ordenador de Ekström y se pasó una hora examinando sus documentos. Al acabar encendió un cigarrillo. No encontró ni una sola referencia a los acontecimientos de 1991. Eso la llevó a una extraña conclusión. Él no estaba al tanto de aquella investigación.

Por un momento, Lisbeth no supo qué hacer. Acto seguido miró, de reojo, su PowerBook. Había dado con algo a lo que el Kalle Blomkvist de los Cojones pudiera hincarle el diente. Reinició el ordenador, entró en su disco duro y creó el documento «MB2».

El fiscal E filtra información a los medios de comunicación. Pregúntale por qué no ha filtrado el viejo informe policial.

Eso debería bastar para ponerlo en marcha. Esperó pacientemente durante dos horas hasta que Mikael se conectó. Mikael abrió su correo electrónico, pero tardó quince minutos en descubrir el documento de Lisbeth y cinco más en responder con el documento «Críptico». No mordió el anzuelo. En su lugar le dio la lata con que quería saber quién había asesinado a sus amigos. Era un argumento que Lisbeth podía entender. Se ablandó un poco y contestó con «Críptico 2»:

¿Qué harías si fuera yo?

Lo cual, de hecho, tenía la intención de ser una pregunta personal. Respondió con «Críptico 3». La dejó perpleja.

Lisbeth:

Si es que te has vuelto loca de atar, probablemente sólo Peter Teleborian pueda ayudarte. Pero no creo que tú hayas matado a Dag y a Mia. Espero llevar razón. Rezo por ello.

Dag y Mia pensaban denunciar el comercio sexual. Mi hipótesis es que eso, de alguna manera, motivó los asesinatos. Pero no tengo nada en lo que apoyarme.

No sé qué salió mal entre nosotros pero en una ocasión tú y yo hablamos de la amistad. Yo te dije que la amistad se basa en dos cosas: el respeto y la confianza. Aunque ya no me quieras, puedes seguir depositando tu confianza en mí. Nunca he revelado tus secretos. Ni siquiera lo que pasó con el dinero de Wennerström. Confía en mí. No soy tu enemigo.

M.

Al principio, su referencia a Peter Teleborian la enfureció. Luego se dio cuenta de que Mikael no pretendía fastidiar. No tenía ni idea de quién era Peter Teleborian; probablemente no lo hubiera visto más que por la tele, donde aparecía como un experto respetado internacionalmente en psiquiatría infantil.

Pero lo que realmente la dejó perpleja fue la referencia al dinero de Wennerström. Ignoraba por completo cómo habría conseguido Mikael averiguar eso. Estaba convencida de que no cometió ningún error y de que nadie en el mundo se había enterado de lo que había hecho.

Volvió a leer la carta varias veces.

La referencia a la amistad la incomodó. No sabía qué contestar.

Al final creó «Críptico 4».

Me lo pensaré.

Se desconectó y se sentó en el alféizar de la ventana.

Hasta el viernes por la noche, alrededor de las once, nueve días después de los asesinatos, Lisbeth Salander no abandonó su piso de Mosebacke. Para entonces, sus provisiones de Billys Pan Pizza y otros productos alimenticios, al igual que la última miga de pan y el último trocito de queso, hacía tiempo que se habían agotado. Hacía tres días que se alimentaba exclusivamente de copos de avena que compró por impulso una vez que se le ocurrió comer más sano. Descubrió que un decilitro de avena acompañado de unas cuantas pasas y de dos decilitros de agua, se convertía, tras un minuto de microondas, en unas gachas perfectamente comestibles.

No fue sólo la falta de comida lo que la hizo salir. Tenia que encontrar a una persona. Y, por desgracia, no podía hacer realidad esa necesidad encerrada en su casa. Se acercó al armario, sacó la peluca rubia y cogió el pasaporte noruego de Irene Nesser.

Irene Nesser existía en la vida real. Su aspecto físico era bastante similar al de Lisbeth Salander. Hacía tres años que había perdido su pasaporte. Cayó en las manos de Lisbeth por mediación de Plague, y desde hacía año y medio ella alternaba su personalidad con la de Irene Nesser en función de las circunstancias.

Lisbeth se quitó los pirsins de las cejas y de la nariz y se maquilló ante el espejo del cuarto de baño. Se vistió con unos vaqueros oscuros, un jersey marrón y amarillo sencillo pero abrigado y unas botas con algo de tacón. Todavía le quedaban en una caja unos cuantos botes de gas lacrimógeno; se llevó uno. También sacó la pistola eléctrica que llevaba más de un año sin tocar y la puso a cargar. Metió una muda en una bolsa de nailon. Dejó el piso bien entrada la tarde. Empezó el periplo por el McDonald's de Hornsgatan. Lo eligió porque allí resultaba menos probable que se cruzara con alguno de sus ex compañeros de Milton Security que en el de Slussen o en el de Medborgarplatsen. Se comió un Big Mac y se bebió una Coca-Cola grande.

Después de cenar cogió el 4, cruzó Västerbron y se bajó en Sankt Eriksplan. Caminó hasta Odenplan y poco después de la medianoche, estaba en Upplandsgatan ante el portal de la casa del difunto abogado Bjurman. No esperaba que el domicilio se hallase bajo vigilancia, pero advirtió que había luz en la ventana de un vecino de su misma planta y por eso, se dio un paseo subiendo hacia Vanadisplan. Cuando volvió, una hora más tarde, la vivienda ya estaba a oscuras.

En la penumbra de la escalera, Lisbeth subió con pies ligeros hasta el piso de Bjurman. Con la ayuda de un cúter cortó el precinto policial. Abrió la puerta silenciosamente.

Encendió la luz del vestíbulo, que sabía que no se veía desde fuera, y, acto seguido, sacó su pequeña linterna y se dirigió hacia el dormitorio. Las persianas estaban bajadas. Paseó el haz de luz por la cama aún manchada de sangre. Pensó en lo cerca que había estado de morir allí mismo y, de pronto, le invadió una sensación de profunda satisfacción al saber que, por fin, Bjurman había desaparecido para siempre de su vida.

El objetivo de visitar la escena del crimen consistía en averiguar dos cosas. En primer lugar, la conexión entre Bjurman y Zala. Estaba convencida de que tenía que existir algún vínculo, pero al analizar el contenido del ordenador de Bjurman, no pudo sacar nada en claro.

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