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Lisbeth encontró uno de los textos más desconcertantes en la edición digital de un periódico de provincias del centro de Suecia. Lo leyó tres veces antes de apagar el ordenador y encender un cigarrillo. Se sentó en el alféizar de la ventana sobre un cojín de Ikea y, resignada, se entregó a la contemplación de la iluminación nocturna.

«ES BISEXUAL»,

DICE UNA AMIGA DE LA INFANCIA

La mujer de veintiséis años, a la que se busca por tres asesinatos, es descrita como una persona excéntrica e introvertida que tuvo grandes dificultades de adaptación escolar. A pesar de los muchos intentos realizados por los compañeros para integrarla, ella siempre se mantuvo al margen.

«Tenía problemas evidentes de identidad sexual», recuerda Johanna, una de sus pocas amigas íntimas del colegio.

«Pronto quedó claro que era diferente y que era bisexual. Estábamos preocupados por ella.»

El reportaje continuaba con la descripción de una serie de episodios evocados por Johanna. Lisbeth arqueó las cejas; ni se acordaba de esos capítulos de su vida ni de haber tenido una amiga llamada Johanna. De hecho, ni siquiera recordaba la existencia de una persona a la que pudiera considerar amiga íntima y que hubiese intentado integrarla socialmente durante sus años de escuela.

El texto no precisaba cuándo se suponía que habían tenido lugar aquellos sucesos, porque lo cierto era que Lisbeth abandonó el colegio con doce años. Eso significaba que su preocupada amiga de infancia debería haber descubierto su bisexualidad ya en quinto o sexto curso.

A pesar de la impetuosa avalancha de textos absurdos que se produjo durante toda la semana, la entrevista con Johanna fue la que más la afectó. Resultaba demasiado evidente que no era real; o el reportero se había encontrado con una mitómana, o se había inventado la historia. Memorizó el nombre del periodista y lo incluyó en la lista de futuros objetos de estudio.

Ni siquiera los reportajes atenuantes, particularmente críticos con la sociedad, con títulos como «La sociedad ha fallado» o «Nunca recibió la ayuda que necesitaba» pudieron mitigar la fama de enemiga pública número uno que había adquirido: una asesina múltiple que, en un arrebato de locura, había ejecutado a tres honrados ciudadanos.

Lisbeth leyó las interpretaciones de su vida con cierta fascinación y advirtió una manifiesta laguna en lo que la opinión pública sabía acerca de ella. A pesar de disponer, al parecer, de un acceso ilimitado a los detalles más íntimos y más secretos de su vida, los medios habían omitido completamente Todo Lo Malo, que ocurrió poco antes de cumplir los trece. Los conocimientos que sobre su vida poseían iban desde preescolar hasta los once años y se retomaban cuando, con quince, fue dada de alta de la clínica de psiquiatría infantil y alojada en una familia de acogida.

Daba la impresión de que la persona del equipo de investigación policial que había proporcionado la información a los medios de comunicación hubiera decidido ocultar el episodio de Todo Lo Malo, por motivos que a Lisbeth Salander le resultaban incomprensibles. Era una maniobra que la desconcertaba. Si la policía deseara resaltar su tendencia a usar la fuerza bruta, aquella investigación constituía, sin parangón, el lastre de más peso de su currículo -mucho más que todas aquellas menudencias del patio de la escuela- y el motivo directo de su traslado a Uppsala y su ingreso en Sankt Stefan.

El domingo de Pascua, Lisbeth empezó a estudiar la investigación policial al detalle. A través de las informaciones de los medios de comunicación se formó una sólida idea de los integrantes del equipo. Apuntó que el fiscal Richard Ekström era el instructor del sumario, así como el que normalmente llevaba la voz cantante en las ruedas de prensa. La investigación propiamente dicha estaba bajo el mando del inspector Jan Bublanski, un hombre con cierto sobrepeso, que se embutía en una americana que le sentaba mal, y que solía flanquear a Ekström en las ruedas de prensa.

Unos días después, identificó a Sonja Modig como la única mujer policía y como la persona que encontró al abogado Bjurman. Reparó en los nombres de Hans Faste y Curt Svensson, pero no así en el de Jerker Holmberg quien, al no aparecer en ningún reportaje, pasó completamente desapercibido. Creó un archivo para cada uno de ellos en su ordenador y empezó a introducir datos.

La información sobre el avance de la investigación se hallaban, como era natural, en los ordenadores del equipo policial, cuya base de datos se iba archivando en el servidor de la jefatura de policía. Lisbeth Salander sabía que piratear la red interna de la policía resultaba extremadamente complicado pero no imposible. En absoluto. No era la primera vez.

Cuatro años antes, a raíz de un trabajo para Dragan Armanskij, estudió la estructura de la red policial y sopesó las posibilidades que tenía de entrar en el registro criminal para realizar búsquedas personales. Su intento de intrusión fue un fracaso estrepitoso; el cortafuegos de la policía era demasiado sofisticado y estaba minado de trampas que la podrían llevar a llamar la atención de modo indeseado.

La red interna de la policía estaba configurada con sus propios cables, de manera que quedaba aislada de toda conexión externa e Internet. En otras palabras, o bien necesitaba un oficial de carne y hueso con permiso para acceder a la red que trabajara para ella, o bien engañaba a la red interna de la policía para que pensara que Lisbeth era una persona autorizada. Por fortuna, los expertos en seguridad de las fuerzas del orden habían dejado abierta una gigantesca brecha para conseguir esto último. Una gran cantidad de comisarías del país se hallaba conectada a la red interna, muchas eran pequeñas unidades locales que no disponían de personal nocturno y carecían de alarma antirrobo o de cualquier tipo de vigilancia. La comisaría local de Långvik, en las afueras de Vasterås, era una de ésas. Con cerca de ciento treinta metros cuadrados, estaba ubicada en el mismo edificio que la biblioteca local y que la oficina de la seguridad social, y durante el día contaba con tres agentes.

En aquella ocasión, Lisbeth Salander no logró adentrarse en la red, pero decidió que podía merecer la pena, para futuras investigaciones, dedicarle un poco de tiempo y energía a hacerse con el access. Calibró sus posibilidades y luego solicitó un trabajo temporal de verano como limpiadora, en la biblioteca de Långvik. Dejando al margen todo aquel ajetreo de fregonas y cubos, le bastaron poco más de diez minutos en la oficina de urbanismo para formarse una idea clara y detallada de la comisaría. Tenía las llaves del edificio, pero no las de las dependencias de la policía. Sin embargo, descubrió que podría entrar, sin mayor dificultad, trepando por una ventana del cuarto de baño de la segunda planta, que dejaban entreabierta a causa del calor. La única vigilancia de la comisaría consistía en un guardia jurado de Securitas que solía darse un par de vueltas por allí en su ronda nocturna. Ridículo.

Tardó unos cinco minutos en dar con el código de usuario y con la contraseña -que estaban bajo el cartapacio de la mesa de trabajo del oficial local al mando-, y alrededor de una noche en entender la estructura de la red e identificar qué access tenía y qué access le estaba vetado, por seguridad, a esa comisaría. Como bonificación también se hizo con los códigos de usuario y las contraseñas de los dos agentes locales. Una era Maria Ottosson, de treinta y dos años, en cuyo ordenador Lisbeth encontró información que revelaba que no sólo había solicitado un puesto en la Brigada de Fraudes de la policía de Estocolmo, sino también que se lo habían concedido. Lisbeth hizo pleno con Ottosson, quien había dejado su Dell PC portátil en un cajón de su mesa al que no le había echado la llave. Maria Ottosson era una policía con un portátil particular que usaba en el trabajo. Brillante. Lisbeth encendió el ordenador y metió un Cd suyo que contenía el Asphyx 1.0, la primera versión de su programa espía. Instaló el software en dos sitios: en el Microsoft Explorer y -como backup- en la agenda de direcciones de Ottosson. Lisbeth contaba con que Ottosson -en el caso de que se comprara un ordenador nuevo- transportaría la agenda; además, también cabía la posibilidad de que también la instalara en el ordenador de su nuevo destino de trabajo en la Brigada de Fraudes de Estocolmo en cuanto ocupara su nuevo puesto, unas cuantas semanas más tarde.

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