LA POLICÍA INVESTIGA
A UNA BANDA SATÁNICA DE LESBIANAS
Compró el periódico y lo hojeó hasta llegar a una doble página presidida por una instantánea de cinco chicas en sus últimos años de adolescencia vestidas de negro, con chupas de cuero de cremalleras, vaqueros rotos y camisetas muy ajustadas. Una de las chicas blandía una bandera con un pentagrama, mientras que otra hacía los cuernos con la mano. Leyó el pie de foto. «Lisbeth Salander se relacionaba con una banda de death metal que tocaba en pequeños clubes. En 1996, el grupo le rindió homenaje a la Church of Satan y tuvo un gran éxito con un tema titulado Etiquette of Evil.»
No se mencionaba el nombre de Evil Fingers y les habían tapado los ojos. Sin embargo, la gente que conociera a las integrantes del grupo de rock reconocería a las chicas sin ningún problema.La siguiente doble página estaba dedicada a Miriam Wu e iba acompañada de una foto perteneciente a un espectáculo de Berns en el que ella había participado. Aparecía desnuda de cintura para arriba y tocada con una gorra de oficial ruso. La foto había sido hecha en contrapicado. Al igual que en el caso de las Evil Fingers, sus ojos se hallaban tapados. Se referían a ella como «la mujer de treinta y un años».
La amiga de Salander escribió sobre SEXO LESBICO BDSM.
La mujer de treinta y un años es conocida en los clubes de moda de Estocolmo. No ocultaba que se dedicaba a ligar con mujeres y que quería dominar a su pareja.
El reportero también había dado con una chica llamada Sara, que afirmaba haber sido objeto de diversos intentos de ligue por parte de la susodicha. Su novio se había «mosqueado» por el incidente. El artículo concluía diciendo que se trataba de una degenerada rama feminista, turbia y elitista de la periferia del movimiento gay que, entre otras cosas, se manifestaba en un bondage workshop del Festival del Orgullo Gay. El resto se basaba en citas de un texto de Miriam Wu, de seis años atrás y de carácter tal vez provocador, procedente de un fanzine feminista, al que un periodista había conseguido echarle mano. Bublanski ojeó el texto y luego tiró el vespertino a la papelera.
Meditó un rato sobre Hans Faste y Sonja Modig, dos investigadores competentes. Pero Faste tenía un problema: ponía a la gente de los nervios. Bublanski decidió que hablaría en privado con él, aunque no le consideraba responsable de las filtraciones.
Al levantar la mirada, Bublanski descubrió que se encontraba en Lundagatan, justo ante el portal de Lisbeth Salander. Acudir hasta allí no había sido una decisión premeditada; simplemente, no podía sacarse a esa chica de la cabeza.
Subió las escaleras que conducían a la parte alta de Lundagatan y, al llegar, se detuvo un buen rato a reflexionar sobre la historia de Mikael Blomkvist y la presunta agresión sufrida por Salander. Tampoco eso los había llevado a ninguna parte. Echaba en falta una denuncia, los nombres de los agresores, o al menos una buena descripción. Blomkvist afirmaba que no había podido ver la matrícula de la furgoneta en la que desapareció el supuesto agresor.
Si es que todo aquello había sucedido. En fin, otro callejón sin salida.
Bublanski bajó la mirada y avistó el Honda color burdeos que había estado aparcado allí todo ese tiempo. De repente, descubrió a Mikael Blomkvist caminando hacia el portal.
Miriam Wu se despertó, enredada entre las sábanas, bien entrado el día. Se incorporó y recorrió la extraña habitación con la mirada.
Había utilizado la inesperada presión mediática como excusa para llamar a una amiga y preguntarle si podía pasar la noche en su casa. Pero al mismo tiempo era consciente de que, en el fondo, se trataba de una huida; temía que Lisbeth Salander llamara a su puerta.
El interrogatorio de la policía y los artículos de la prensa le habían afectado más de lo que creía. A pesar de haberse prometido no precipitarse en sus conclusiones hasta que Lisbeth tuviese la oportunidad de explicar lo ocurrido, había empezado a sospechar que era culpable.
De reojo, miró a Viktoria Viktorsson, conocida como V doble, de treinta y siete años y ciento por ciento bollera. Estaba acostada boca abajo murmurando entre sueños. Miriam Wu entró con sigilo en el cuarto de baño y se metió bajo la ducha. Luego, salió a comprar pan para desayunar. Hasta que no llegó a la caja de la tienda ubicada junto al Kafé Cinnamon de Verkstadsgatan, no reparó en las portadas de los periódicos. Regresó a la carrera al piso de V doble.
Mikael Blomkvist pasó por delante del Honda color burdeos y, al llegar al portal de Lisbeth Salander, pulsó el código y desapareció. Permaneció dos minutos fuera del campo visual de Bublanski antes de volver a salir a la calle. ¿Nadie en casa? Ostensiblemente indeciso, Blomkvist examinó la calle con la mirada. Bublanski lo contemplaba sumido en sus pensamientos.
A Bublanski le preocupaba que Blomkvist hubiera mentido sobre la agresión de Lundagatan, puesto que daría cabida a la posibilidad de que estuviera jugando a algo que, en el peor de los casos, significaría que, de una u otra manera, estaba implicado en los asesinatos. Pero si había dicho la verdad -y por el momento no tenía motivos para dudar de su palabra-, entonces existía una ecuación oculta en todo ese drama. Lo que se traducía en que había más actores que los que se encontraban en escena y que el crimen era, sin duda, mucho más complejo que el hecho de que una chica patológicamente trastornada hubiese sufrido un arrebato de locura.
Cuando Blomkvist echó a andar en dirección a Zinkensdamm, Bublanski lo llamó. Se detuvo, descubrió al policía y, acto seguido, se acercó a él. Se encontraron a los pies de la escalera.
– Hola, Blomkvist. ¿Andas buscando a Lisbeth Salander?
– La verdad es que no. Busco a Miriam Wu.
– No está en casa. Alguien ha filtrado a los medios de comunicación que ha aparecido.
– ¿Y qué puede contar ella?
Bublanski estudió inquisitivamente a Mikael Blomkvist. Kalle Blomkvist.
– Acompáñame -le sugirió Bublanski-. Necesito un café.
En silencio, dejaron atrás la iglesia de Högalid. Bublanski lo llevó al café Lillasyster de Liljeholmsbron. El pidió un doble espresso con una cucharada de leche fría y Mikael un caffè latte. Se sentaron en la zona de fumadores.
– Hacía mucho tiempo que no tenía un caso tan frustrante -se lamentó Bublanski-. ¿Hasta qué punto puedo hablar contigo sin tener que leer mañana en Expressen nada de lo que tratemos?
– Yo no trabajo en Expressen.
– Ya sabes a lo que me refiero.
– Bublanski, no creo que Lisbeth sea culpable.
– ¿Y ahora estás dedicándote a investigar por tu cuenta? ¿Por eso te llaman Kalle Blomkvist?
De repente, Mikael sonrió.
– Tengo entendido que a ti te llaman agente Burbuja.
Bublanski mostró una forzada sonrisa.
– ¿Por qué no crees que Salander sea culpable?
– Por lo que respecta a su administrador no puedo pronunciarme, pero, en cuanto a Dag y a Mia, no tenía ningún motivo para asesinarlos. Especialmente a Mia. Lisbeth detesta a los hombres que odian a las mujeres, y Mia estaba a punto de apretarle las clavijas a una serie de puteros. Lo que hacía Mia estaba totalmente en línea de lo que habría hecho Lisbeth. Ella tiene moral.
– No consigo formarme una verdadera imagen de ella. Por una parte, una retrasada mental, por otra, una hábil investigadora.
– Lisbeth es diferente. Es muy antisocial, pero a su inteligencia no le ocurre nada. Todo lo contrario, probablemente sea más inteligente que tú y yo juntos.
Bublanski suspiró. Mikael Blomkvist acababa de repetir las palabras de Miriam Wu.
– En cualquier caso, hay que detenerla. No puedo entrar en detalles, pero tenemos pruebas forenses que demuestran que estuvo en el lugar de los hechos y que se encuentra personalmente vinculada al arma homicida.