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– Vale… ¿Y cómo he resultado elegido?

– Hacemos este tipo de estudios de mercado un par de veces al año. En la actualidad, nos estamos centrando en un grupo de hombres de su edad y con una situación laboral estable. Hemos extraído al azar unos números de identificación personal.

Al final, Gunnar Björck accedió a recibir a un colaborador de Indigo Marknadsresearch. Le explicó que estaba de baja y que se había trasladado para descansar a una casa de campo de Smådalarö. Le dio las indicaciones y quedaron para el viernes por la mañana.

– ¡YES! -exclamó Mikael al colgar. Soltó un puñetazo al aire. Malin Eriksson y Henry Cortez intercambiaron una mirada desconcertada.

Paolo Roberto aterrizó en Arlanda el jueves a las once y media de la mañana. Había dormido durante gran parte del vuelo que lo acababa de traer de Nueva York y, por primera vez en su vida, no acusaba el jet-lag.

Había pasado un mes en Estados Unidos hablando de boxeo, presenciando combates de exhibición y buscando ideas para una producción que pensaba vender a Strix Television. En su periplo constató con melancolía que había dejado su carrera profesional no sólo a causa de los intentos disuasorios de su familia, sino también porque, simple y llanamente, empezaba a ser demasiado viejo. No le quedaba más remedio que aceptarlo e intentar, por lo menos, mantenerse en forma; algo que conseguía mediante intensos entrenamientos una vez por semana. Seguía siendo toda una personalidad en el mundo del boxeo y suponía que, de una u otra manera, consagraría a ese deporte el resto de su vida.

Recogió la maleta de la cinta. En el control de aduanas lo pararon y a punto estuvieron de conducirle a las dependencias interiores para un registro. Sin embargo, uno de los policías lo reconoció.

– Hola, Paolo. Supongo que no llevarás más que los guantes de boxeo en el equipaje.

Paolo Roberto aseguró que no traía nada de contrabando y lo dejaron pasar.

Salió a la terminal de llegadas. Ya se dirigía hacia la bajada que lo conducía hasta el tren de Arlanda Express, cuando se detuvo en seco y se quedó mirando fijamente la cara de Lisbeth Salander en las portadas de los periódicos vespertinos. Al principio no dio crédito a lo que estaba viendo. Se preguntó si no sería el jet-lag… Luego volvió a leer el titular.

LA CAZA DE LISBETH SALANDER

Desplazó la mirada al otro diario.

EXTRA: PSICÓPATA BUSCADA POR TRIPLE ASESINATO

Entró dubitativamente en el Pressbyrån y compró tanto los periódicos vespertinos -la primera edición- como los matinales. Acto seguido se acercó hasta una cafetería. Su asombro crecía a medida que iba leyendo.

Cuando Mikael Blomkvist llegó a su casa de Bellmansgatan, a eso de las once de la noche del jueves, estaba cansado y algo deprimido. Tenía pensado acostarse pronto para recuperar el sueño, pero no pudo resistir la tentación de conectarse a Internet y consultar el correo.No había recibido nada relevante aunque, por si acaso, abrió la carpeta «Lisbeth Salander». Su pulso aumentó en el mismo instante en que descubrió un nuevo documento llamado «MB2». Hizo doble clic.

El fiscal E. filtra información a los medios de comunicación. Pregúntale por qué no ha filtrado el viejo informe policial.

Asombrado, Mikael reflexionó sobre el críptico mensaje. ¿Qué quería decir? ¿Qué viejo informe policial? No entendía a qué se refería. La madre que la parió. ¿Por qué tenía que formular cada mensaje como si fuese un acertijo? Al cabo de un rato creó un nuevo documento al que llamó «Críptico»:

Hola, Sally. Estoy hecho polvo, no he parado desde los asesinatos. No tengo ganas de jugar a las adivinanzas. Es posible que a ti te dé igual o que no te lo tomes en serio, pero yo quiero saber quién asesinó a mis amigos.

M.

Aguardó ante la pantalla. La respuesta «Críptico 2» llegó un minuto después.

¿Qué harías si hubiera sido yo?

El contestó con «Críptico 3».

Lisbeth:

Si te has vuelto loca de atar, sólo Peter Teleborian puede ayudarte. Pero no creo que tú hayas matado a Dag y a Mia. Espero llevar razón. Rezo por ello.

Dag y Mia iban a publicar una denuncia contra el comercio sexual. Mi hipótesis es que eso, de alguna manera, motivó los asesinatos. Pero no tengo nada en lo que apoyarme.

No sé qué salió mal entre nosotros, pero en una ocasión tú y yo hablamos de la amistad. Yo te dije que la amistad se basa en dos cosas: el respeto y la confianza. Aunque ya no me quieras, puedes seguir depositando toda tu confianza en mí. Nunca he revelado tus secretos. Ni siquiera lo que pasó con el dinero de Wennerström. Confía en mí. No soy tu enemigo.

M.

La respuesta se hizo tanto de rogar que Mikael ya había perdido las esperanzas. Casi cincuenta minutos más carde, se materializó. De repente, apareció «Críptico 4».

Me lo pensaré.

Mikael suspiró aliviado. De pronto albergó una pequeña esperanza. Sus palabras significaban literalmente lo que decían: iba a pensárselo. Desde que desapareciera sin previo aviso de su vida, era la primera vez que se dignaba a comunicarse con él. El hecho de que fuera a pensárselo significaba que, por lo menos, consideraría la posibilidad de hablar con él. Mikael contestó con «Críptico 5».

De acuerdo. Te esperaré. Pero no tardes demasiado.

El viernes por la mañana, el inspector Hans Faste recibió la llamada cuando se hallaba en Längholmsgatan, junto a Vasterbron, camino del trabajo. La policía no tenía recursos para vigilar veinticuatro horas el piso de Lundagatan, y por eso le habían pedido a un vecino -policía jubilado- que le echara un ojo a la vivienda.

– La china acaba de entrar por la puerta -le informó el vecino.

Hans Faste no podría haber estado mejor posicionado. Justo delante de Vasterbron. Hizo un giro ilegal, delante de la parada de autobuses, para enfilar por Heleneborgsgatan y atravesar Högalidsgatan hasta Lundagatan. Aparcó apenas dos minutos después de la llamada, cruzó la calle corriendo y entró por el soportal del edificio que daba al patio.

Miriam Wu seguía delante de la puerta de su casa observando incrédula la cerradura destrozada y la puerta precintada cuando escuchó unos pasos en la escalera. Se dio la vuelta y descubrió a un hombre corpulento y atlético que le lanzó una intensa mirada que a ella se le antojó hostil. Así que soltó su bolsa en el suelo dispuesta a demostrarle sus dotes de thai-boxing en el caso de que resultara necesario.

– ¿Miriam Wu? -preguntó.

Para su sorpresa el hombre le mostró una placa policial.

– Sí-contestó Mimmi-. ¿Qué pasa?

– ¿Dónde has estado metida?

– Fuera. ¿Qué ha sucedido? ¿Han entrado a robar en mi casa?

Faste la miró fijamente.

– Tengo que pedirte que me acompañes a Kungsholmen -le dijo mientras ponía una mano sobre el hombro de Mimmi Wu.

Bublanski y Modig vieron cómo una Miriam Wu bastante mosqueada era escoltada por Faste hasta la sala de interrogatorios.

– Siéntate, por favor. Soy el inspector Jan Bublanski y ésta es mi colega Sonja Modig. Lamento que nos hayamos visto obligados a traerte de esta manera, pero tenemos que hacerte unas cuantas preguntas.

– Vale. ¿Y por qué? Ese de ahí no es precisamente muy parlanchín.

Mimmi señaló con el dedo a Faste.

– Llevamos más de una semana buscándote. ¿Puedes explicarnos dónde has estado?

– Sí, puedo. Pero no me da la gana y, que yo sepa, no es asunto tuyo.

Bublanski arqueó las cejas.

– Llego a casa y me encuentro con la puerta forzada y un precinto policial. Y luego un machito atiborrado de anabolizantes me arrastra hasta aquí. ¿Me lo quieres explicar?

– ¿No te gustan los machos? -preguntó Hans Faste.

Perpleja, Miriam Wu se quedó mirándolo. Bublanski y Modig le lanzaron una dura mirada.

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