Sabía que Lisbeth no era una persona exenta de recursos; todo lo contrario: había utilizado su talento como hacker para robar una desorbitada suma de varios miles de millones de coronas. Ella ni siquiera sospechaba que él estaba al corriente de ese dato. Aparte de haberse visto obligado a explicarle a Erika -con el consentimiento de Lisbeth- sus dotes informáticas, nunca le había revelado a nadie sus secretos.
Se negaba a creer que Lisbeth Salander fuera culpable de los asesinatos. Tenía una deuda impagable con ella. No sólo le había salvado la vida cuando Martin Vanger estuvo a punto de matarlo; también había salvado su carrera periodística e incluso la revista Millennium cuando le puso en bandeja la cabeza del financiero Hans-Erik Wennerström.
Cosas así te hacían sentir en deuda. Él tenía una lealtad inviolable para con Lisbeth Salander. Fuera culpable o no, pensaba hacer todo lo que estuviera en su mano para ayudarla cuando, tarde o temprano, la detuvieran.
Pero también era consciente de que no sabía absolutamente nada sobre ella. Los extensos informes psiquiátricos, el hecho de que hubiese sido sometida a la fuerza a diversos tratamientos en una de las instituciones psiquiátricas más prestigiosas del país y que, incluso, la hubieran declarado incapacitada conformaban unos indicios bastante relevantes de que algo no iba bien. Los medios de comunicación le habían dedicado mucha atención al médico jefe de la clínica de Sankt Stefan de Uppsala, Peter Teleborian. Por respeto al secreto profesional, él no se pronunció sobre Lisbeth Salander pero, en cambio, habló del abandono generalizado de las prestaciones para los enfermos psíquicos. Teleborian no sólo era una autoridad respetada en Suecia, sino también en el ámbito internacional; se le consideraba un destacado experto en enfermedades psíquicas. Había sido muy convincente y consiguió manifestar claramente su simpatía por los afectados y sus familias, a la vez que resultaba obvio que le preocupaba el bienestar de Lisbeth.
Mikael se preguntó si debería contactar con Peter Teleborian y si éste estaría dispuesto a colaborar con él de alguna manera. Se abstuvo de hacerlo. Suponía que, más adelante, el psiquiatra tendría ocasión de acudir al auxilio de Lisbeth Salander una vez que ésta fuera capturada.
Al final fue a la cocina, se sirvió café en una taza con el logotipo del partido moderado y luego entró en el despacho de Erika Berger.
– Tengo una larga lista de puteros y chulos a los que debo entrevistar -dijo.
Preocupada, ella asintió con la cabeza.
– Seguramente me llevará una o dos semanas. Están desperdigados por todo el país, desde Strängnäs hasta Norrköping. Necesito un coche.
Ella abrió el bolso y sacó las llaves de su BMW.
– ¿No te importa?
– Claro que no. Cojo el tren de Saltsjöbanan tan a menudo como el coche. Y si hay algún problema, puedo usar el de Greger.
– Gracias.
– Ah, una condición.
– ¿Ah, sí?
– Algunos de esos tipos son unos verdaderos animales. Si vas a ir por ahí acusando a unos chuloputas de los asesinatos de Dag y Mia, quiero que cojas esto y lo lleves siempre contigo en el bolsillo de la americana.
Puso un bote de gas lacrimógeno sobre la mesa.
– ¿De dónde lo has sacado?
– Lo compré en Estados Unidos el año pasado. Una mujer ya no puede salir sola por la noche sin un arma.
– Si lo usara y me detuvieran por tenencia ilícita de armas, se montaría la de Dios.
– Prefiero eso a escribir una necrológica sobre ti. Mikael… no sé si te has dado cuenta, pero a veces me preocupas bastante.
– ¿Ah, sí?
– Corres tantos riesgos y te pones tan chulito que luego nunca eres capaz de dar marcha atrás.
Mikael sonrió y depositó el gas lacrimógeno sobre la mesa de Erika.
– Gracias, pero no lo necesito.
– Micke, insisto.
– Me parece muy bien. Pero ya estoy preparado.
Metió la mano en el bolsillo de la americana y sacó un bote. Se trataba del bote de gas lacrimógeno que había encontrado en el bolso de Lisbeth Salander y que llevaba encima desde entonces.
Bublanski llamó a la puerta del despacho de Sonja Modig y tomó asiento en la silla de visitas.
– El ordenador de Dag Svensson -dijo.
– Yo también he pensado en eso -contestó ella-. Estás al tanto de que he reconstruido las últimas veinticuatro horas de Dag y Mia. Hay algunas lagunas, pero sabemos con seguridad que Dag Svensson no estuvo ese día en la redacción de Millennium. Anduvo por la ciudad y, a eso de las cuatro de la tarde, coincidió con un antiguo compañero de estudios. Fue un encuentro casual en un café de Drottninggatan. El compañero afirma categóricamente que Dag Svensson llevaba un ordenador en la mochila. No sólo reparó en el portátil, sino que incluso le hizo un comentario al respecto.
– Y alrededor de las once de la noche, después de que tuvieran lugar los hechos, el ordenador había desaparecido de su domicilio.
– Correcto.
– ¿Y qué conclusiones podemos sacar de eso?
– Tal vez acudió a otro sitio y, por alguna razón, lo dejó u olvidó allí.
– ¿Es eso probable?
– No mucho. Pero a lo mejor lo llevó a algún servicio técnico para una reparación o una puesta a punto o algo así. También es posible que dispusiera de otro lugar de trabajo que nosotros desconocemos. En más de una ocasión alquiló un espacio de trabajo en una agencia freelance de Sankt Eriksplan, por ejemplo.
– Vale.
– Por supuesto, también debemos contemplar la posibilidad de que el asesino se llevara el ordenador consigo.
– Según Armanskij, Salander es un hacha en ordenadores.
– Cierto -asintió Sonja Modig.
– Mmm. La teoría de Blomkvist es que mataron a Dag Svensson y Mia Bergman a causa de la investigación en la que andaba metido. Una hipótesis que otorga un papel de importancia al contenido del ordenador.
– Vamos con retraso. Las tres víctimas dejan tantos cabos sueltos que no da tiempo a todo; la cuestión es que todavía está pendiente registrar a fondo el lugar de trabajo de Dag Svensson en Millennium.
– Esta mañana he hablado con Erika Berger. Dice que les sorprende mucho que aún no hayamos ido a echarle un vistazo a sus cosas.
– Nos hemos centrado en localizar cuanto antes a Lisbeth Salander y seguimos sin saber casi nada del móvil. ¿Podrías tú…?
– He quedado con Erika Berger para visitar Millennium mañana.
– Gracias.
El jueves, Mikael estaba sentado a su mesa hablando con Malin Eriksson, cuando oyó sonar un teléfono en la redacción. A través de la puerta abierta divisó a Henry Cortez, de modo que se desentendió de la llamada. Luego, en un recóndito lugar de su memoria, identificó el sonido del teléfono de la mesa de Dag Svensson. Dejó una frase a medias y salió pitando.
– ¡Quieto! ¡No toques el teléfono! -gritó.
Henry Cortez acababa de poner la mano sobre el auricular. Mikael atravesó apresuradamente la estancia. «¿Cómo diablos se llamaba?»
– Indigo Marknadsresearch, le atiende Mikael. ¿En qué puedo ayudarle?
– Eh… Hola. Mi nombre es Gunnar Björck. He recibido una carta que dice que he ganado un teléfono móvil.
– ¡Felicidades! -respondió Mikael Blomkvist-. Se trata de un Sony Ericsson último modelo.
– ¿Y no cuesta nada?
– No cuesta nada. Pero para obtener el regalo debe participar en una encuesta. Realizamos estudios de mercado para diversas empresas. Las preguntas le ocuparán alrededor de una hora. Sólo por acceder queda usted clasificado para la siguiente fase, donde tendrá la oportunidad de ganar cien mil coronas.
– Entiendo. ¿Se puede hacer por teléfono?
– Lamentablemente, parte del estudio consiste en ver distintos logotipos comerciales e identificarlos. También vamos a preguntarle qué tipo de anuncios le atraen y enseñarle diferentes propuestas. Tenemos que enviar a uno de nuestros colaboradores.