Por un momento, Mikael Blomkvist pareció la viva imagen de un signo de interrogación. Bublanski reparó en que Erika Berger le lanzó una incisiva mirada a Mikael.
– ¿Cómo dice?
– ¿Conoce a Lisbeth Salander?
– Sí, conozco a Lisbeth Salander.
– ¿De qué?
– ¿Por qué lo pregunta?
Irritado, Bublanski hizo un gesto con la mano.
– Como acabo de decirle, queremos tomarle declaración en relación con los asesinatos. ¿De qué la conoce?
– Pero… esto es absurdo. Lisbeth Salander no tiene ninguna relación con Dag Svensson ni con Mia Bergman.
– Nos toca a nosotros intentar establecerla -contestó Bublanski, haciendo gala de una gran paciencia-. Pero insisto, ¿de qué conoce a Lisbeth Salander?
Mikael se pasó la mano por la barba y se frotó los ojos mientras los pensamientos le daban vueltas en la cabeza. Al final miró directamente a Bublanski.
– Contraté a Lisbeth Salander hace dos años para realizar una investigación.
– ¿De qué se trataba?
– Lo siento, pero aquí entramos en cuestiones constitucionales: la protección de las fuentes y todo eso. Créame si le digo que no tiene nada que ver con Dag Svensson ni con Mia Bergman. Es un asunto completamente distinto que ya está zanjado.
Bublanski sopesó las palabras de Mikael. No le gustaba que alguien le dijera que había secretos que ni siquiera podían revelarse en la investigación de un asesinato, pero, de momento, optó por no insistir más en el tema.
– ¿Cuándo vio a Lisbeth Salander por última vez?
Mikael meditó la respuesta.
– Verá, la historia es la siguiente: hace dos años, en otoño, mantuve cierta relación con Lisbeth Salander. Terminó ese mismo año, en torno a Navidad. Luego ella desapareció de la ciudad. Me he tirado más de un año sin verle el pelo, hasta hace una semana.
Erika Berger arqueó las cejas. Bublanski supuso que eso era una noticia para ella.
– Hábleme de ese encuentro.
Mikael inspiró hondo y luego describió, con brevedad, el altercado ocurrido ante el portal de Lundagatan. Bublanski lo escuchó con creciente asombro. Intentó determinar si Blomkvist decía la verdad o si se lo estaba inventando.
– ¿Así que no llegó a hablar con ella?
– No, desapareció entre los edificios de la parte alta de Lundagatan. Estuve esperando un largo rato pero no volvió a aparecer. Le he escrito una carta pidiéndole que se ponga en contacto conmigo.
– ¿Y no se le ocurre qué tipo de conexión puede existir entre ella y la pareja de Enskede?
– No.
– De acuerdo… ¿sería capaz de describir a la persona que cree que la atacó?
– No es que lo crea. Él la atacó y ella se defendió. Luego huyó. Lo vi a una distancia de unos cuarenta o cuarenta y cinco metros. Sucedió en plena noche y estaba oscuro.
– ¿Había bebido?
– Yo iba un poco achispado pero no estaba borracho. El tipo era rubio y llevaba una coleta. Vestía una cazadora oscura. Tenía una tripa cervecera. Cuando subí las escaleras de Lundagatan lo vi sólo por detrás, pero se dio la vuelta cuando me pegó. Me parece recordar que su cara era delgada y que tenía los ojos claros y muy juntos.
– ¿Por qué no me lo habías contado? -le reprendió Erika Berger.
Mikael Blomkvist se encogió de hombros.
– Había un fin de semana por medio y tú te fuiste a Gotemburgo para participar en ese maldito programa de debates. El lunes no estabas y el martes sólo te vi un momento. Se me pasó.
– Pero teniendo en cuenta lo sucedido en Enskede… ¿no se lo ha dicho a la policía? -constató Bublanski.
– ¿Por qué iba a hacerlo? Por esa regla de tres también debería haberles contado que pillé in fraganti a un carterista que me intentó robar en el metro de T-Centralen hace un mes. No hay ninguna relación entre Lundagatan y lo que ocurrió en Enskede.
– ¿Y no puso ninguna denuncia?
– No. -Mikael dudó un breve instante-. Lisbeth Salander es una persona muy celosa de su intimidad. Estuve considerando la posibilidad de acudir a la policía, pero decidí que eso era asunto suyo. De todos modos, primero quería hablar con ella.
– Algo que no ha hecho.
– La última vez que lo hice fue en las Navidades de hace más de un año.
– ¿Por qué acabó su… relación, si se la puede llamar así?
La mirada de Mikael se oscureció. Meditó sus palabras un poco antes de contestar.
– No lo sé. De la noche a la mañana ella interrumpió su contacto conmigo.
– ¿Pasó algo?
– No, si se refiere a una pelea o a algo similar. Por aquel entonces nos llevábamos muy bien. Y un día, de pronto, no me cogió el teléfono. Luego desapareció de mi vida.
Bublanski reflexionó sobre la explicación de Mikael. Parecía sincera y se confirmaba por el hecho de que Dragan Armanskij hubiera descrito la desaparición de Lisbeth en términos semejantes. Evidentemente, algo le sucedió a Lisbeth Salander durante aquel invierno. Se dirigió a Erika Berger.
– ¿También conoce a Lisbeth Salander?
– Sólo la he visto en una ocasión. ¿Me puede explicar qué tiene que ver Lisbeth Salander con lo ocurrido en Enskede? -preguntó Erika Berger.
Bublanski negó con la cabeza.
– Hay una prueba que la vincula al lugar del crimen. Eso es todo lo que puedo decir. No obstante, debo reconocer que cuanto más sé de ella, más desconcierto me produce. ¿Cómo es?
– ¿En qué sentido? -preguntó Mikael.
– ¿Cómo la describiría?
– Profesionalmente, como una de las mejores investigadoras que he visto jamás.
Erika Berger miró de reojo a Mikael Blomkvist y se mordió el labio. Bublanski estaba convencido de que faltaba alguna pieza en el puzle y de que sabían algo que no deseaban contar.
– ¿Y como persona?
Mikael permaneció callado un buen rato.
– Es una persona muy solitaria y muy diferente a las demás. Introvertida. No le gusta hablar de sí misma. Al mismo tiempo posee una voluntad muy fuerte. Tiene un gran sentido de la moral.
– ¿De la moral?
– Sí. Una moral absolutamente propia. No puedes engañarla para que haga algo en contra de su voluntad. En su mundo las cosas son, por decirlo de alguna manera, o «correctas» o «incorrectas».
Bublanski reparó en el hecho de que Mikael Blomkvist hablaba de ella en los mismos términos en que lo había hecho Dragan Armanskij. Dos de los hombres que la conocían la habían descrito exactamente igual.
– ¿Conoce a Dragan Armanskij? -preguntó Bublanski.
– Nos hemos visto un par de veces. El año pasado estuve tomando una caña con él cuando intenté averiguar dónde se había metido Lisbeth.
– ¿Y dice que era una investigadora competente? -insistió Bublanski.
– La mejor que he conocido -respondió Mikael.
Bublanski tamborileó un instante con los dedos mientras, de reojo, miraba por la ventana el flujo de gente que pasaba por Götgatan. Aquello no encajaba para nada. La documentación psiquiátrica que Hans Faste había obtenido de la comisión de tutelaje afirmaba que Lisbeth Salander era una persona con un profundo trastorno psicológico, propensa a la violencia y prácticamente retrasada. Las respuestas que tanto Armanskij como Blomkvist le habían dado divergían considerablemente de la imagen que los expertos en psiquiatría se habían hecho de ella tras varios años de estudios clínicos. Ambos la describían como una chica diferente, pero a los dos también se les intuía un deje de admiración en la voz.
Blomkvist, además, había dicho que «mantuvo cierta relación» con ella durante un período, cosa que insinuaba algún tipo de relación sexual. Bublanski se preguntó qué reglas se les aplicaría a las personas declaradas incapacitadas. ¿Podría Blomkvist haber cometido algún tipo de infracción por haberse aprovechado de una persona en situación de dependencia?
– ¿Y qué opinión le merece su incapacidad social? -preguntó.
– ¿Incapacidad social? -se sorprendió Mikael.
– El tema de su administración y sus problemas psíquicos.
– ¿Su administración? -repitió Mikael.