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Permanecieron callados durante un rato.

– ¿Has oído las noticias? -preguntó Erika.

Mikael meneó con la cabeza.

– No. Ya sé lo que van a decir.

– Los asesinatos encabezan los noticiarios de todos los medios. La segunda noticia es un comunicado del partido de centro.

– Lo que quiere decir que no ha ocurrido nada más en el país.

– La policía sigue sin dar los nombres de Dag y Mia. Se refieren a ellos como «una pareja normal». Y aún no se ha mencionado que fueras tú quien los encontró.

– Me imagino que la policía tratará de ocultarlo de todas las maneras posibles. Eso juega a nuestro favor.

– ¿Y por qué razón querrían ocultarlo?

– Porque a la policía, por principio, no le gusta el circo mediático. Y yo tengo cierto interés mediático y, por consiguiente, a ellos les parecerá estupendo que nadie sepa que fui yo quien los encontró. Yo diría que filtrará entre esta noche y mañana por la mañana.

– Tan joven y ya tan cínico.

– Ya no somos tan jóvenes, Ricky. En eso mismo pensé anoche cuando esa policía me tomó declaración. Tenía pinta de estar todavía en el instituto.

Erika se rió ligeramente. Había podido dormir un par de horas durante la noche, pero también ella empezaba a acusar el cansancio. Dentro de poco iba a ser la redactora jefe de uno de los periódicos más grandes del país. «No, no es el momento de soltarle la noticia a Mikael.»

– Henry Cortez ha llamado hace un rato. El fiscal que lleva la instrucción del sumario, un tal Ekström, ofreció una especie de rueda de prensa a las tres -dijo Erika.

– ¿Richard Ekström?

– Sí. ¿Lo conoces?

– Un tipejo metido en política. Circo mediático garantizado. No son dos tenderos inmigrantes de Rinkeby los que han sido asesinados. Esto tendrá mucha repercusión.

– Bueno, de todas maneras, él afirma que la policía está siguiendo ciertas pistas y que tienen la esperanza de resolver este caso muy rápidamente. Pero la verdad es que, en conjunto, no ha dicho nada. Sin embargo, la sala de prensa se encontraba abarrotada de periodistas.

Mikael se encogió de hombros. Se frotó los ojos.

– No consigo borrarme de la retina la imagen del cuerpo de Mia. ¡Joder, acababa de conocerlos!

Apesadumbrada, Erika meneó la cabeza.

– Tenemos que esperar a ver qué pasa. Seguro que algún maldito loco…

– No lo sé. Llevo todo el día dándole vueltas.

– ¿Qué quieres decir?

– A Mia le pegaron el tiro de costado. Vi el agujero de entrada en un lado del cuello y el de salida en la sien. A Dag le dispararon por delante; la bala impactó en toda la frente y le salió por la parte posterior de la cabeza. Por lo que pude ver, efectuaron un solo disparo a cada uno. No me da la sensación de que se trate de la obra de un loco.

Erika contemplò pensativamente a su compañero.

– ¿Qué intentas decirme?

– Si no se trata de un acto de locura, tiene que haber un móvil. Y cuanto más pienso en ello, más me parece que este manuscrito es un móvil cojonudo.

Mikael señaló el montón de papeles que se hallaba sobre la mesa de Erika. Ella siguió su mirada. Luego sus ojos se encontraron.

– No tiene por qué estar necesariamente relacionado con el propio libro. Quizá metieran demasiado las narices y consiguieran… no sé. Alguien se habrá sentido amenazado.

– Y contrató a un hitman. Micke, eso ocurre en las películas norteamericanas. El libro va de puteros. Nombra a policías, políticos, periodistas… ¿Hemos de suponer, entonces, que ha sido uno de ellos quien ha matado a Dag y a Mia?

– No lo sé, Ricky. Pero dentro de tres semanas íbamos a llevar a imprenta el reportaje más duro sobre trafficking que jamás se haya publicado en Suecia.

En ese momento, Malin Eriksson asomó la cabeza por la puerta y comunicó que un inspector llamado Jan Bublanski quería hablar con Mikael Blomkvist.

Bublanski estrechó la mano de Erika Berger y Mikael Blomkvist y se sentó en la tercera silla de la mesa que había junto a la ventana. Examinó a Mikael Blomkvist y vio a una persona con ojeras y barba de dos días.

– ¿Hay novedades? -preguntó Mikael Blomkvist.

– Tal vez. Tengo entendido que fue usted el que encontró anoche a la pareja de Enskede y avisó a la policía.

Cansado, Mikael asintió.

– Sé que ya se lo ha contado todo a la inspectora de la policía criminal que se hallaba de guardia anoche, pero me preguntaba si podría aclararme algunos detalles.

– ¿Qué quiere saber?

– ¿Cómo es que fue a ver a Svensson y Bergman tan tarde?

– Eso no es un detalle sino una novela entera -dijo Mikael con una fatigada sonrisa-. Estuve cenando en casa de mi hermana. Vive en Stäket, ese gueto de nuevos ricos. Dag Svensson me llamó al móvil. Habíamos quedado en que el jueves (es decir, hoy) se pasaría por la redacción para dejarle unas fotografías a Christer Malm, pero me comentó que al final no podría. Mia y él habían decidido ir a ver a los padres de ella durante las fiestas y querían salir por la mañana temprano. Él me preguntó si podía pasarse por mi casa esa misma mañana. Le contesté que, como yo me hallaba cerca de Enskede, podría acercarme a recoger las fotos, algo más tarde, de camino a casa.

– ¿Así que fue hasta allí sólo para ir a buscar las fotos?

Mikael asintió.

– ¿Se le ocurre que alguien pudiera tener algún motivo para asesinarlos?

Mikael y Erika se miraron de reojo. Los dos guardaron silencio.

– ¿Y bien? -preguntó Bublanski.

– Bueno, llevamos todo el día hablando del tema, por supuesto, pero no nos ponemos de acuerdo. O en realidad no es que no nos pongamos de acuerdo, sino que estamos inseguros. No queremos especular.

– Cuénteme.

Mikael habló del contenido del futuro libro de Dag Svensson y de cómo Erika y él habían reflexionado sobre si tendría algo que ver con los asesinatos o no. Bublanski permaneció callado un rato, asimilando la información.

– Así que Dag Svensson estaba a punto de denunciar a varios policías.

No le gustó nada el giro que había adquirido la conversación y se imaginó que, en un futuro próximo, una «pista policial» iba a pasearse por los medios de comunicación alimentando todo tipo de teorías conspirativas.

– No -contestó Mikael-. Dag Svensson estaba a punto de dar los nombres de varios delincuentes, de los cuales unos cuantos resultaron ser policías. Otros pertenecen a mi gremio. Son periodistas.

– ¿Y piensan publicar toda esa información?

Mikael miró a Erika de soslayo.

– No -contestó Erika Berger-. Hemos dedicado el día a detener el próximo número. Lo más probable es que publiquemos el libro de Dag Svensson, pero no se hará hasta que sepamos qué ha ocurrido, y, dadas las circunstancias, el libro ha de ser ligeramente modificado. No vamos a sabotear la investigación policial del asesinato de dos amigos, si es eso lo que le preocupa.

– Tengo que echar un vistazo a la mesa de Dag Svensson, y, ya que se trata de la redacción de una revista, puede ser un tema delicado realizar un registro.

– Encontrará todo el material en el portátil de Dag -dijo Erika.

– Vale -contestó Bublanski.

– He registrado la mesa de Dag Svensson -dijo Mikael-. He quitado algunas notas que identifican directamente a fuentes que desean permanecer anónimas. Todo lo demás está a tu disposición. Sobre la mesa he dejado un papel que dice que no se puede mover ni tocar nada. El problema, sin embargo, es que el contenido del libro es secreto hasta que se imprima. Por lo tanto, no queremos que el manuscrito llegue a manos de la policía, especialmente si vamos a denunciar a algunos de sus agentes.

«Mierda -pensó Bublanski-. ¿Por qué no mandé a nadie hasta aquí esta mañana?» Luego hizo un gesto de asentimiento y no le dio más vueltas.

– De acuerdo. Hemos identificado a una persona a la que queremos interrogar en relación con los asesinatos. Tengo razones para creer que la conoce. Me gustaría que me informara de lo que sabe sobre una mujer llamada Lisbeth Salander.

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