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De repente, Sonja Modig sintió un intenso malestar. Se abrió la cazadora y desenfundó su arma reglamentaria, algo que no había hecho casi nunca.

Le quitó el seguro, se acercó al salón con el cañón apuntando al suelo y se asomó. No observó nada anormal, pero su sensación de malestar aumentó. Retrocedió y, por el rabillo del ojo, miró en la cocina. Vacía. Entró en un pequeño vestíbulo interior y, con el pie, abrió la puerta del dormitorio.

El abogado Nils Bjurman yacía tumbado boca abajo sobre la cama, pero con las rodillas apoyadas en el suelo. Era como si se hubiese arrodillado para rezar sus oraciones. Estaba desnudo.

Lo vio de lado. Ya desde la puerta, Sonja Modig pudo constatar que no estaba vivo. Le habían pegado un tiro en la nuca que le había volado la mitad de la frente.

Sonja Modig retrocedió y salió del piso. Seguía empuñando su arma reglamentaria cuando abrió el móvil en el mismo rellano de la escalera y llamó al inspector Bublanski. No consiguió contactar con él. Telefoneó al fiscal Ekström. Anotó mentalmente la hora. Eran las cuatro y dieciocho.

Hans Faste contempló la puerta de la casa de Lundagatan donde Lisbeth Salander estaba empadronada y donde, por consiguiente, se suponía que residía. Miró de reojo a Curt Svensson y luego consultó su reloj: las cuatro y diez.

Después de haberse hecho con el código del portal, gracias a la empresa de mantenimiento del edificio, entraron y se quedaron escuchando junto a la puerta en cuya placa se leía «Salander-Wu». No pudieron percibir ruido alguno en el interior y nadie abrió cuando llamaron al timbre. Regresaron al vehículo y se apostaron frente al portal, vigilandolo en todo momento.

Desde el coche se enteraron, por teléfono, de que la persona de Estocolmo que acababa de ser incluida en el contrato del piso de Lundagatan era una tal Miriam Wu, nacida en 1974 y anteriormente domiciliada en Tomtebogatan, por Sankt Eriksplan.

Tenían una foto de pasaporte de Lisbeth Salander pegada con celo sobre la radio del coche. Chabacano, como siempre, Faste comentó que parecía una urraca.

– Joder, las putas tienen una pinta cada vez más asquerosa. Hay que estar bastante desesperado para irse con ésta.

Curt Svensson no dijo nada.

A las cuatro y veinte los llamó Bublanski, quien les comunicó que acababa de hablar con Armanskij y que en esos momentos se dirigía a Millennium. Les pidió que se quedaran en Lundagatan. A Lisbeth Salander había que llevarla a comisaría para interrogarla, pero el fiscal pensaba que aún no podían vincularla de manera concluyeme a los asesinatos de Enskede.

– Vaya -dijo Faste-, ahora resulta que, según el Burbuja, el fiscal quiere una confesión antes de detener a alguien.

Curt Svensson no dijo nada. Contemplaron ociosamente a la gente que se movía por los alrededores.

A las cinco menos veinte, el fiscal Ekström llamó al móvil de Hans Faste.

– Hay novedades. Hemos encontrado al abogado Bjurman muerto a tiros en su piso. Llevará sin vida al menos veinticuatro horas.

Hans Faste se incorporó en el asiento del coche.

– De acuerdo. ¿Qué hacemos?

– He dictado una orden de busca y captura de Lisbeth Salander. Queda detenida in absentia como sospechosa de tres asesinatos. Vamos a alertar a todas las unidades de la provincia. Hay que detenerla. Hemos de considerarla peligrosa; posiblemente vaya armada.

– Recibido.

– Voy a enviar una unidad de intervención a Lundagatan. Ellos entrarán en el piso.

– Recibido.

– ¿Os habéis puesto en contacto con Bublanski?

– Está en Millennium.

– Y por lo visto tiene el móvil apagado. Intentad llamarlo e informarle de esto.

Faste y Svensson se miraron.

– Bueno, entonces la pregunta es qué hacemos si ella aparece -dijo Curt Svensson.

– Si está sola y la cosa pinta bien, la cogemos nosotros. Si le da tiempo a entrar en el piso, deberá hacerlo la unidad de intervención. Esta tía está loca de atar y, por lo visto, se encuentra en plena furia asesina. Puede que tenga el apartamento lleno de armas.

Mikael Blomkvist depositó el manuscrito sobre la mesa de Erika Berger y se dejó caer pesadamente en la silla de visitas, junto a la ventana que daba a Götgatan. Estaba hecho polvo. Había pasado la tarde intentando decidir lo que iba a hacer con el libro inacabado de Dag Svensson.

El tema resultaba delicado: Dag Svensson tan sólo llevaba unas horas muerto y su jefe ya estaba pensando en cómo gestionar su herencia periodística. Mikael era consciente de que podría considerarse algo cínico y despiadado. Pero él no lo veía así. Se sentía como si se encontrara en estado de ingravidez, un síndrome especial que cualquier periodista que cubría las noticias de actualidad conocía y que se activaba en momentos de crisis.

Cuando el resto del mundo está de luto, ese periodista resulta sumamente eficaz. Y a pesar del demoledor shock que sufrieron los miembros de la redacción de Millennium la mañana del jueves de Pascua, la profesionalidad asumió el control y canalizaron la energía trabajando duro.

Para Mikael era algo evidente. Dag Svensson estaba hecho de la misma pasta y habría hecho exactamente lo mismo si los papeles se hubiesen invertido; se habría preguntado qué podría hacer él por Mikael. Dag Svensson había dejado una herencia en forma de manuscrito de un libro con un contenido explosivo. Dag Svensson llevaba años reuniendo el material y organizando la información, una tarea en la que había puesto toda su alma y que ahora no tendría ocasión de llevar a término.

Y además, había trabajado en Millennium.

Los asesinatos de Dag Svensson y Mia Bergman no constituían un drama nacional como el asesinato de Olof Palme; nadie iba a declarar ningún día de luto nacional. Pero para los colaboradores de Millennium, el shock era mucho mayor -les afectaba personalmente- y Dag Svensson contaba con una amplia red de contactos dentro de la profesión que iban a exigir una respuesta.

Ahora era responsabilidad de Mikael y Erika no sólo terminar el trabajo de Dag Svensson y publicar el libro, sino también contestar a las preguntas de quién y por qué.

– Puedo reconstruir el texto -dijo Mikael-. Malin y yo debemos repasar el libro línea a línea y completarlo con las investigaciones para poder hacer frente a las preguntas. En general sólo hemos de seguir las notas de Dag, pero hay un problema con los capítulos cuatro y cinco, que están principalmente basados en las entrevistas de Mia. Ignoramos, por lo tanto, de qué fuentes se trata, aunque con algunas excepciones, creo que vamos a poder usar las referencias de su tesis como fuente primordial.

– Nos falta el último capítulo.

– Cierto. Pero tengo el borrador de Dag y lo tratamos tantas veces que sé exactamente lo que quería decir. Propongo que simplemente hagamos un resumen y lo convirtamos en un epílogo en el que también se expliquen sus razonamientos.

– De acuerdo. Quiero verlo antes de aprobar nada. No podemos poner en su boca cosas que no dijo.

– No te preocupes. Redactaré el capítulo como una reflexión personal y lo firmaré yo. Quedará clarísimo que el que escribe soy yo y no él. Hablaré de cómo surgió la idea de hacer el libro y del tipo de persona que era. Y terminaré con lo que dijo en, seguramente, una docena de conversaciones durante los últimos meses. Hay muchas cosas en el borrador que yo podría citar. Creo que el resultado será muy digno.

– Joder… tengo unas ganas locas de publicar el libro -dijo Erika.

Mikael asintió. Entendía exactamente lo que quería decir.

– ¿Te has enterado de alguna novedad? -preguntó Mikael.

Erika Berger dejó sus gafas de lectura sobre la mesa y negó con la cabeza. Se levantó, sirvió dos cafés del termo y se sentó frente a Mikael.

– Christer y yo tenemos ya un borrador del próximo número. Hemos cogido dos artículos que estaban pensados para el número siguiente y hemos encargado unos textos a algunos freelance. Pero va a ser un número bastante disperso, sin una verdadera cohesión.

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