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En un principio, encontrar al abogado Bjurman no presentaba mayor problema; su dirección constaba en Hacienda, en el registro de armas y en el departamento de Tráfico. Además, venía, sin ningún tipo de restricción, en la guía telefónica. Bublanski y Modig se desplazaron hasta Odenplan y consiguieron entrar en el inmueble de Upplandsgatan justo cuando un hombre joven salía por el portal.

Luego la cosa se complicó. Al llamar a la puerta, nadie abrió. Por eso se dirigieron al bufete de Bjurman, en Sankt Eriksplan, y repitieron el proceso, con el mismo desmoralizante resultado.

– Quizá esté en los juzgados -aventuró la inspectora Sonja Modig.

– Quizá haya huido a Brasil después de haber cometido un doble asesinato -replicó Bublanski.

Sonja Modig asintió y miró de reojo a su colega. Estaba a gusto en su compañía. No le habría importado tirarle los tejos si no fuera porque era madre de dos niños y tanto ella como él se hallaban, cada uno por su lado, felizmente casados. De reojo dirigió la mirada a las placas de latón que lucían las otras puertas de la planta y constató que los vecinos más cercanos eran un dentista llamado Norman, una empresa denominada N-Consulting y un abogado que atendía al nombre de Rune Håkansson.

Llamaron a la puerta de Håkansson.

– Buenos días, me llamo Modig y éste es el inspector Bublanski. Somos de la policía y estamos buscando a su vecino, el abogado Bjurman. ¿No sabrá usted, por casualidad, dónde podríamos localizarlo?

Håkansson negó con la cabeza.

– De un tiempo a esta parte lo veo poco. Cayó gravemente enfermo hace dos años y prácticamente ha abandonado sus actividades. La placa permanece en la puerta, pero no pasa por aquí más que una vez cada dos meses.

– ¿Está gravemente enfermo? -preguntó Bublanski.

– No lo sé a ciencia cierta. Siempre estaba trabajando a toda máquina y luego enfermó. Cáncer o algo así, supongo. No tengo mucho trato con él.

– ¿Cree que tuvo cáncer o lo sabe con certeza? -preguntó Sonja Modig.

– Bueno… no lo sé. Tenía una secretaria, Britt Karlsson o Nilsson, o algo así; una mujer mayor. La despidió. Fue ella quien me comentó que se había puesto enfermo, pero no sé de qué. Eso sucedió en la primavera de 2003. No lo volví a ver hasta finales de ese mismo año y entonces me dio la sensación de que tenía diez años más; estaba demacrado y, de repente, le habían salido canas. Saqué mis conclusiones. ¿Porqué? ¿Ha hecho algo?

– Que nosotros sepamos, no -contestó Bublanski-. Sin embargo, lo estamos buscando por un asunto de cierta urgencia.

Volvieron al piso de Odenplan y llamaron de nuevo a la puerta del piso de Bjurman. Siguieron sin obtener respuesta. Al final, Bublanski sacó su móvil y marcó el número del de Bjurman. Le salió el consabido mensaje: «En estos momentos el abonado no se encuentra disponible. Por favor, vuelva a intentarlo pasados unos minutos».

Probó con el fijo. Desde la escalera oyeron unas lejanas llamadas que sonaron al otro lado de la puerta, hasta que se puso en marcha un contestador que pidió al que llamaba que dejara un mensaje. Se miraron y se encogieron de hombros.

Era la una del mediodía.

– ¿Café?

– Mejor una hamburguesa.

Se fueron paseando hasta el Burger King de Odenplan. Sonja Modig se comió una Whopper y Bublanski una hamburguesa vegetariana antes de regresar a Kungs-holmen.

El fiscal Ekström convocó una reunión en su despacho para las dos de la tarde. Bublanski y Modig se sentaron, uno junto al otro, al lado de la ventana. Curt Svensson llegó dos minutos después y se sentó enfrente. Jerker Holmberg entró con una bandeja de cafés en vasos de papel. Acababa de hacer una breve visita a Enskede y tenía la intención de volver más tarde, cuando los técnicos hubiesen terminado.

– ¿Dónde está Faste? -preguntó Ekström.

– En la comisión de servicios sociales. Ha llamado hace cinco minutos y ha dicho que llegaría con un poco de retraso -contestó Curt Svensson.

– De acuerdo. Empecemos de todos modos. ¿Qué tenemos? -inquirió Ekström sin más preámbulos. Señaló a Bublanski en primer lugar.

– Hemos buscado al abogado Nils Bjurman. No está en casa y tampoco en su despacho. Según un vecino suyo, abogado, enfermó hace dos años y en la práctica ha abandonado todas sus actividades.

Sonja Modig continuó:

– Bjurman tiene cincuenta y seis años de edad, carece de antecedentes penales. Es, principalmente, abogado de empresas. No me ha dado tiempo a averiguar más.

– Pero ¿es el propietario del arma que se usó en Enskede?

– Afirmativo. Tiene licencia y es miembro del club de tiro de la policía -añadió Bublanski-. He hablado con Gunnarsson, de la brigada de armas; como ya sabéis, es presidente del club y conoce muy bien a Bjurman. Nuestro hombre entró en el club en 1978 y ejerció de tesorero de la junta directiva entre 1984 y 1992. Gunnarsson lo describe como un excelente tirador, tranquilo, sensato y sin ninguna rareza.

– ¿Le interesan las armas?

– Gunnarsson me ha dicho que veía a Bjurman interesado más bien en la vida social del club que en el propio tiro. Le gusta competir pero no parece ser un fetichista de las armas. En 1983 participó en los Campeonatos de Suecia y quedó en decimotercera posición. Durante los últimos diez años ha reducido sus visitas al club de tiro y sólo se ha dejado ver en juntas anuales y cosas por el estilo.

– ¿Tiene más armas?

– Desde que se afilió al club ha tenido licencia para cuatro armas cortas. Aparte del Colt, una Beretta, una Smith & Wesson y una pistola de competición de la marca Rapid. Estas tres las vendió hace diez años en el club y las licencias pasaron a otros miembros. Ahí no hay nada raro.

– Desconocemos, sin embargo, su paradero actual.

– Correcto. Pero sólo llevamos buscándolo desde las diez de esta mañana, así que puede que esté paseando por Djurgården, o ingresado en un hospital o qué sé yo…

En ese momento entró Hans Faste. Parecía jadear.

– Perdóname por el retraso. ¿Puedo comentar una cosa directamente?

Ekström lo invitó a hacerlo con un gesto de la mano.

– Lisbeth Salander es un nombre realmente interesante. Me he pasado toda la mañana con los servicios sociales y con la comisión de tutelaje.

Se quitó la cazadora de cuero y la colgó en el respaldo de la silla antes de sentarse y abrir un cuaderno.

– ¿Comisión de tutelaje? -preguntó Ekström, arqueando las cejas.

– Se trata de una tía verdaderamente sonada -dijo Hans Faste-. La declararon incapacitada y está bajo la tutela de un administrador. Adivina quién -hizo unapausa teatral-: el abogado Nils Bjurman. Esto es, el propietario del arma empleada en Enskede.

Todos los presentes arquearon las cejas.

A Hans Faste le llevó quince minutos dar toda la información que le habían facilitado sobre Lisbeth Salander.

– Resumiendo -dijo Ekström una vez que Faste concluyó-, tenemos huellas dactilares en el arma homicida procedentes de una mujer que pasó su adolescencia entrando y saliendo del psiquiátrico, que supuestamente se gana la vida prostituyéndose y que fue declarada incapacitada por el Tribunal de Primera Instancia; además, está documentado que posee un carácter violento. ¿Qué diablos hace en la calle una tía así?

– Presenta tendencia a la violencia desde la escuela primaria -añadió Faste-. Está para que la encierren.

– Pero aún no tenemos nada que la vincule a la pareja de Enskede. -Ekström tamborileó con las yemas de los dedos sobre la mesa-. Bueno, a lo mejor resulta que este doble asesinato no es tan difícil de resolver. ¿Tenemos alguna dirección de Salander?

– Está empadronada en Lundagatan, en Södermalm. Hacienda indica que ha estado empleada periódicamente en Milton Security, la empresa de seguridad.

– ¿Y qué diablos habrá hecho para ellos?

– No lo sé. Pero obtuvo unos ingresos anuales bastante modestos durante un par de años. Tal vez trabajara de limpiadora o algo así.

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