Los hermanos Atho y Harry Ranta encarnaban el típico ejemplo. Se trataba de dos inútiles que habían llegado a tener un excesivo conocimiento del negocio. Más que otra cosa, le habría gustado rodearlos con cadenas y tirarlos a las aguas del puerto. En su lugar los llevó al ferry que iba a Estonia y esperó pacientemente hasta que embarcaron. Esas vacaciones fueron motivadas por un maldito periodista que había empezado a hurgar en sus negocios, de modo que decidieron que los Ranta desaparecieran de la escena hasta que la tormenta hubiese escampado.
Volvió a suspirar.
Y sobre todo, al gigante rubio no le agradaban las actividades paralelas como la que representaba Lisbeth Salander. En su opinión, ella carecía completamente de interés. No le reportaba ningún tipo de beneficio.
El abogado Nils Bjurman no le caía bien. El gigante no podía entender por qué habían decidido acceder a sus deseos. Pero el balón ya estaba en juego. Las órdenes ya habían sido dadas. Svavelsjö MC se había hecho con la contrata.
La situación no le gustaba nada. Tenía malos presentimientos.
Levantó la vista, miró hacia el oscuro campo y tiró la colilla a la cuneta. De repente, por el rabillo del ojo, percibió un movimiento y se quedó petrificado. Enfocó la mirada. No había más luz que la de una débil luna creciente pero, de todas maneras, pudo apreciar claramente la silueta de una figura negra que avanzaba hacia él a unos treinta metros de la carretera. La criatura se movía despacio y realizaba breves paradas.
De pronto, el gigante rubio sintió un sudor frío en la frente.
Odiaba a esa criatura del campo.
Durante más de un minuto permaneció casi paralizado, mirando hechizado el lento pero resuelto avance del misterioso ser. Cuando éste se encontró lo suficientemente cerca como para que él pudiera ver unos ojos brillando en la oscuridad, dio media vuelta y volvió corriendo al coche. Abrió la puerta de un tirón y, torpemente, intentó atinar con la llave de contacto. Sintió crecer el pánico hasta que por fin consiguió arrancar el motor y poner las largas. La criatura estaba ya en la carretera y el gigante rubio pudo finalmente apreciarla con detalle a la luz de los faros del coche. Parecía una enorme raya venenosa que avanzaba arrastrándose. Tenía un aguijón como el de un escorpión.
Una cosa estaba clara: ese ser no pertenecía a este mundo. Era un monstruo surgido del Infierno.
Consiguió meter una marcha y arrancó derrapando. Cuando el coche pasó, la criatura lo intentó atacar, pero no lo alcanzó. El gigante no dejó de temblar hasta varios kilómetros después.
Lisbeth dedicó la noche a examinar la investigación que Dag Svensson y Millennium habían llevado a cabo sobre el trafficking. Poco a poco, fue teniendo una visión general relativamente buena, si bien era cierto que basada en crípticos fragmentos que iba ensamblando, con la ayuda del contenido del correo electrónico, como piezas de un puzle.
Erika Berger le había enviado una pregunta a Mikael Blomkvist sobre cómo transcurrían las confrontaciones; él respondió brevemente que tenían problemas para localizar al agente de la Tcheka. Lisbeth lo interpretó como que una de las personas que iban a ser denunciadas en el reportaje trabajaba en la policía de seguridad. Malin Eriksson mandó a Dag Svensson -con copia a Mikael Blomkvist y Erika Berger- el resumen de una investigación paralela. Tanto Svensson como Blomkvist contestaban con comentarios y propuestas para completarla. Mikael y Dag se intercambiaban correos varias veces al día. En uno de ellos, Dag Svensson daba cuenta de una confrontación que había tenido con un periodista llamado Per-Åke Sandström.
Del correo de Dag Svensson también pudo constatar que se comunicaba con una persona que atendía al nombre de Gulbrandsen en una dirección de Yahoo. Le llevó un rato entender que Gulbrandsen era un policía y que la comunicación se desarrollaba off the record, a través de una dirección personal en lugar de la oficial. Por lo tanto, Gulbrandsen constituía una fuente.
La carpeta llamada «Zala» era frustrantemente breve y sólo contenía tres documentos en Word. El más largo, 128 kb, se denominaba «Irina P.» y contenía una descripción fragmentada de la vida de una prostituta. Quedaba claro que estaba muerta. Lisbeth leyó con atención el resumen efectuado por Dag Svensson sobre el acta de la autopsia.
Por lo que Lisbeth pudo entender, Irina P. había sido objeto de una violencia tan brutal que tres de los daños infligidos resultaron, cada uno por separado, mortales.
Lisbeth reconoció una frase del texto que se correspondía con una cita literal de la tesis de Mia Bergman. En la investigación se mencionaba a una mujer llamada Tamara. Lisbeth dio por descontado que Irina P. y Tamara eran la misma persona y leyó con gran interés la parte dedicada a la entrevista.
El segundo documento, considerablemente más corto, llevaba por nombre «Sandström». Contenía el mismo resumen que el que Dag Svensson había enviado a Blomkvist, y revelaba que un periodista llamado Per-Åke Sandström era uno de los puteros que se había aprovechado de una chica de los países bálticos, así como que también había realizado gestiones para la mafia sexual y que se le retribuía con drogas o sexo. A Lisbeth le fascinaba que Sandström, además de dedicarse a editar revistas de empresas, también hubiera escrito varios artículos como freelance en un periódico donde, indignado, condenaba el comercio sexual y, entre otras cosas, revelaba que un hombre de negocios sueco, cuya identidad no era facilitada, había visitado un burdel de Tallin.
El nombre de Zala no se mencionaba ni en el documento «Sandström» ni en el de «Irina P.», pero Lisbeth extrajo la conclusión de que, como los dos documentos estaban en la misma carpeta llamada «Zala», debería de existir una conexión. El tercer y último documento de la carpeta, sin embargo, había sido bautizado como «Zala». Era breve y se encontraba ordenado por puntos.
Según Dag Svensson, el nombre de Zala había figurado -desde mediados de los años noventa- vinculado a drogas, armas o prostitución en nueve ocasiones. Nadie parecía saber quién era, pero distintas fuentes lo habían descrito como yugoslavo, polaco o, posiblemente, checo. Todos los datos eran de segunda mano. Ninguna de las personas con las que había hablado Dag Svensson parecía haber visto con sus propios ojos a Zala.
Dag Svensson había tratado con detalle el tema de Zala con la fuente G (¿Gulbrandsen?) y lanzado la teoría de que Zala podía ser responsable del asesinato de Irina P. No se podía deducir qué pensaba la fuente G respecto a esa teoría; lo que sí quedaba claro, en cambio, era que Zala, un año antes, había constituido un punto en el orden del día de una reunión con «la unidad especial del crimen organizado». El nombre aparecía tantas veces que la policía empezó a hacer preguntas intentando formarse una opinión sobre si Zala existía o no.
Por lo que Dag Svensson pudo averiguar, el nombre de Zala había aparecido por primera vez en 1996 relacionado con el robo de un furgón blindado en Örkelljunga. Los atracadores se apoderaron de tres millones trescientas mil coronas, pero fueron tan patosos que la policía pudo identificar y detener a la banda apenas transcurridas veinticuatro horas. Un día después se arrestó a otra persona más. Se trataba del delincuente profesional Sonny Nieminen, miembro de Svavelsjö MC, quien, según informaciones recibidas, les proporcionó las armas utilizadas en el robo; un hecho que, algo más tarde, le valdría una condena de cárcel de cuatro años.
Aún no había transcurrido una semana desde que se produjera el robo del furgón blindado en 1996, cuando tres tipos más fueron detenidos por participar en el atraco. Con eso, ocho personas estaban metidas en el ajo, siete de las cuales se negaron obstinadamente a hablar con la policía. El octavo, un chico de tan sólo diecinueve años llamado Birger Nordman, se derrumbó y largó de lo lindo en los interrogatorios. El juicio fue pan comido para el fiscal, lo cual (sospechó la fuente policial de Dag Svensson) provocó el hecho de que Birger Nordman, dos años después, fuera encontrado enterrado en una arenera de Varmland tras haberse escapado cuando estaba de permiso.