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Sentada ante su PowerBook, Lisbeth Salander dedicó gran parte de los siguientes días a investigar. Las indagaciones apuntaban en muchas y distintas direcciones, y no siempre tenía del todo claro qué estaba buscando.

Una parte de la compilación de datos resultaba sencilla. Con material procedente de los periódicos digitales se hizo una visión general de la historia de Svavelsjö MC. El club de motoristas apareció por primera vez en los diarios, bajo el nombre de Tälje Hog Riders, en 1991, con motivo de una redada policial realizada en la propia sede, que, por aquel entonces, estaba situada en el edificio de un antiguo colegio abandonado de las afueras de Södertälje. La intervención se produjo debido a la llamada de unos preocupados vecinos que avisaron de que había un tiroteo en el viejo colegio. Un importante dispositivo policial interrumpió una fiesta con cerveza a mansalva que había degenerado en un concurso de tiros con un AK4 que luego resultó que había sido robado a principios de los años ochenta del I 20, el antiguo regimiento de infantería de Västerbotten.

Según una investigación llevada a cabo por un periódico vespertino, Svavelsjö MC contaba con seis o siete miembros y una docena de hangarounds. En más de una ocasión, todos los miembros de pleno derecho habían sido condenados por algún delito, principalmente de poca monta, pero, a veces, de gran violencia. Dos de las personas del club destacaban sobre las demás. El líder de Svavelsjö MC era un tal Carl-Magnus Magge Lundin, cuya foto aparecía en la edición digital de Aftonbladet con motivo de una intervención policial efectuada en el club en 2001. Entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, Lundin fue condenado en cinco ocasiones. Tres de los juicios fueron por robos, receptación de artículos robados y delitos relacionados con drogas. Una de las sentencias versaba sobre un tipo de delincuencia más grave, como, entre otras cosas, un caso de malos tratos que le valió dieciocho meses de cárcel. Lundin salió de la cárcel en 1995 y poco después ascendió a presidente de los Tälje Hog Riders, que ahora se hacían llamar Svavelsjö MC.

El número dos del club era, según la unidad policial experta en bandas, un tal Sonny Nieminen, de treinta y siete años, que figuraba en el registro policial con nada más y nada menos que veintitrés antecedentes penales. Inició su carrera a la edad de dieciséis años, cuando fue condenado, por malos tratos y robo, a libertad vigilada, y se le dio asistencia de acuerdo con la ley de servicios sociales. A lo largo de la siguiente década, Sonny Nieminen fue condenado por cinco casos de robo, otro de robo grave, dos más de amenazas, dos delitos relacionados con drogas, chantaje, violencia contra un funcionario del Estado, dos casos de tenencia ilícita de armas y otro de tenencia ilícita de armas con agravantes, conducción en estado de embriaguez y no menos de seis casos de malos tratos. Había sido condenado, según un baremo incomprensible para Lisbeth Salander, a libertad vigilada, a pagar varias multas y a repetidos ingresos en prisión de uno o dos meses, hasta que en 1989 fue condenado, de repente, a diez meses de cárcel por malos tratos graves y robo. Pocos meses más tarde ya estaba en la calle y se portó bien hasta octubre de 1990 cuando, hallándose en un bar de Södertälje, participó en una pelea que terminó en un homicidio y que le valió seis años de condena. Nieminen salió de nuevo en 1995. Ahora era el amigo más íntimo de Magge Lundin.

En 1996 fue detenido como cómplice de un atraco a mano armada de un furgón blindado que transportaba dinero. No participó personalmente en el robo, pero había pertrechado a tres jóvenes con las armas necesarias para la operación. Eso le valió su segunda temporadita a la sombra. Fue condenado a cuatro años y salió en 1999. Desde entonces, Nieminen, por milagroso que pueda parecer, había evitado ser detenido por la policía. Según un artículo de prensa de 2001, donde no se lo mencionaba por su nombre, pero donde el trasfondo era tan detallado que no resultó muy difícil sacar la conclusión de a quién se refería, era sospechoso de haber participado en el asesinato de, por lo menos, un miembro de una banda de outlaws rival.

Lisbeth solicitó las fotos de pasaporte de Nieminen y Lundin. Nieminen era guapo, tenía el pelo rizado moreno y unos ojos peligrosos. Magge Lundin tenía pinta de ser un completo idiota. No le costó lo más mínimo identificar a Lundin como el hombre que se había reunido con el gigante rubio en el Blombergs Kafé y a Nieminen como el tipo que lo esperaba en el McDonald's.

Valiéndose del registro del parque automovilístico, rastreó al propietario del Volvo blanco en el que se había marchado el gigante rubio. Resultó ser de la empresa de alquiler de coches Auto-Expert de Eskilstuna. Llamó y la pusieron con un tal Refik Alba.

– Mi nombre es Gunilla Hansson. Ayer mi perro fue atropellado por una persona que se dio a la fuga. El muy sinvergüenza conducía un coche cuya matrícula revela que pertenece a Auto-Expert. Era un Volvo blanco.

Le dio la matrícula.

– Lo siento mucho.

– Quiero algo más que eso. Quiero el nombre de ese canalla para exigirle una compensación.

– ¿Lo ha denunciado a la policía?

– No, quiero llegar a un acuerdo amistoso con él.

– Lo siento, pero si no existe una denuncia policial, no puedo dar el nombre de ningún cliente.

La voz de Lisbeth Salander adquirió un tono más serio. Le preguntó si era una buena política empresarial obligarla a denunciar a los clientes en vez de darles la oportunidad de llegar a un acuerdo amistoso. Refik Alba volvió a lamentar lo ocurrido e insistió en que, desgraciadamente, no podía hacer nada. Lisbeth continuó discutiendo un par de minutos más sin conseguir el nombre del gigante rubio.

El nombre de Zala resultó ser otro callejón sin salida. Excepto las dos interrupciones que realizó para su Billys Pan Pizza, Lisbeth Salander pasó la mayor parte de las siguientes veinticuatro horas delante del ordenador. Su única compañía fue una botella de litro y medio de Coca-Cola.

Encontró centenares de personas con el nombre de Zala, desde un deportista italiano de élite hasta un compositor argentino. No dio con nada de lo que buscaba.

Lo intentó con el nombre de Zalachenko sin hallar nada que mereciera la pena.

Frustrada, entró finalmente dando tumbos en el dormitorio y durmió doce horas seguidas. Cuando se despertó eran las once de la mañana. Puso la cafetera y llenó el jacuzzi. Se llevó el café y los sándwiches al cuarto de baño, echó sales de baño en la bañera y desayunó dentro. De repente deseó que Mimmi la acompañara. Pero ni siquiera le había revelado dónde vivía.

A eso de las doce salió del jacuzzi, se secó con una toalla y se puso un albornoz. Volvió a encender el ordenador.

Los nombres de Dag Svensson y Mia Bergman dieron mejor resultado. Con la ayuda de Google pudo hacerse rápidamente con un breve resumen de lo que habían hecho durante los años precedentes. Descargó algunos de los artículos de Dag y encontró una foto suya. Sin mucha sorpresa constató que se trataba del hombre que había visto unas noches antes en el Kvarnen en compañía de Mikael Blomkvist. El nombre ya tenía una cara, y viceversa.

Encontró más textos de y sobre Mia Bergman. Unos años antes ella había llamado la atención con un informe sobre el diferente trato que reciben hombres y mujeres en los juzgados. El informe motivó no sólo una buena cantidad de editoriales sino también unas cuantas intervenciones en páginas de debate y opinión de distintas organizaciones feministas; la propia Mia Bergman contribuyó escribiendo varias de ellas. Lisbeth Salander leyó atentamente. Ciertas feministas consideraban que las conclusiones de Bergman eran importantes, mientras que otras la criticaban por «difundir ilusiones burguesas». No quedaba exactamente claro, sin embargo, en qué consistían esas ilusiones burguesas.

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