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– ¡Gracias, hombre!

Val le devolvió el toque y aclaró:

– No lo hice solamente porque una vez cumplieras dos años de condena por mí, Jimmy. Tampoco lo hice porque echo de menos que organices las cosas. Katie era mi sobrina, tío.

– Ya lo sé.

– Aunque no lo fuera de sangre, yo la quería.

Jimmy asintió y exclamó:

– ¡Sois los mejores tíos que ningún niño pudiera tener!

– ¡No jodas!

– En serio.

Val sorbió un poco de café, y se quedó un momento en silencio; luego, prosiguió:

– Bien, de acuerdo, esto es lo que averiguamos: parece ser que la pasma estaba en lo cierto respecto a O'Donnell y Farrow. O'Donnell estaba en la cárcel del condado. Farrow estaba en una fiesta, y hablamos con nueve tipos que nos lo confirmaron en persona.

– ¿Te pareció que decían la verdad?

– La mitad de ellos, seguro-.respondió Val-. También estuvimos husmeando por ahí y últimamente no se ha contratado a ningún asesino a sueldo. Además, Jim, ha pasado más de un año y medio desde la última vez que se contrató a alguien para que cometiera un asesinato; por lo tanto, supongo que nos habríamos enterado, ¿no crees?

Jimmy hizo un gesto de aprobación y bebió un poco más de café.

– La pasma se está tomando el caso muy en serio -apuntó Val-. Han peinado los bares, los negocios callejeros que hay alrededor del Last Drop, todos. Las prostitutas con las que he hablado habían sido interrogadas por la policía. Los camareros. Han interrogado a todo el mundo que estaba aquella noche en el McGills o en el Last Drop. Lo que quiero decir es que la policía realmente ha invadido el barrio. Está ahí fuera. Todo el mundo está haciendo un esfuerzo por recordar.

– ¿Hablasteis con alguien que recordara alguna cosa?

Val, que alzó dos dedos al tomar otro sorbo, contestó:

– Con un tal Tommy Moldanado. ¿Le conoces?

Jimmy negó con la cabeza.

– Creció en Basin, en las casas pintadas de colores. Bueno, pues afirmó haber visto a alguien vigilando el aparcamiento del Last Drop poco antes de que Katie saliera del bar. También nos contó que estaba seguro de que no era poli. Conducía un coche extranjero con una abolladura en el lado derecho de la parte delantera.

– De acuerdo.

– Lo que me pareció muy extraño es lo que me explicó Sandy Greene. ¿Te acuerdas de cuando trabajaba en el Looey?

Jimmy la recordó sentada en la clase, con unas trenzas color castaño y los dientes torcidos, siempre mascando los lápices hasta que se le partían en la boca y tenía que escupir la mina.

– Sí, ya me acuerdo. ¿A qué se dedica?

– Hace la calle -contestó Val-. Se la ve muy castigada, tío, y eso que es de nuestra edad, ¿verdad? Mi madre tenía mejor aspecto en el ataúd. Pues bien, es la prostituta que lleva más años haciendo esa zona de los alrededores del Last Drop. Me contó que había medio adoptado a un niño, un pilluelo que también está en el oficio.

– ¿Un niño?

– Sí, un niño de unos once o doce años.

– ¡Santo cielo!

– ¡La vida es dura! Bien, pues ella cree que ese niño se llama Vincent. Todo el mundo, a excepción de Sandy, le llamaba «Pequeño Vincent»; él prefería que le llamaran Vince. Pero Vincent actúa como si fuera mayor y se prostituye. Si uno intenta meterse con él, se defiende sin ningún problema; además, lleva una hoja de afeitar debajo de la correa de su Swatch. Estaba allí seis noches a la semana, hasta el sábado pasado, claro.

– ¿Qué le pasó el sábado?

– Nadie lo sabe, pero desapareció. Sandy me explicó que a veces dormía en su casa. Cuando ella regresó a su casa el domingo por la mañana todas sus cosas habían desaparecido. Se esfumó de la ciudad.

– Pues mejor para él. Tal vez pueda abandonar ese estilo de vida.

– Eso mismo le dije yo, pero Sandy replicó que el chico estaba muy metido en ese mundo y que cuando se hiciera mayor sería de armas tomar. Pero de momento es un niño y tiene que cargar con ese tipo de trabajo. Nos explicó que sólo había una cosa que podía hacerle abandonar la ciudad: el miedo. Ella está convencida de que el chico vio algo, algo que le aterrorizó, y que debería ser algo terrible, porque Vincent no se asusta con facilidad.

– ¿Habéis intentado averiguar dónde está?

– Sí, pero no es nada fácil. El negocio de los niños no está muy organizado que digamos. Viven en la calle, ganan un par de dólares cuando se les presenta la oportunidad, y se marchan de la ciudad cuando les apetece. Pero tengo a gente buscándole. Si encontrarnos a Vincent, supongo que podrá decirnos algo sobre el tipo que estaba sentado en el aparcamiento del Last Drop; tal vez viera, ya sabes, el asesinato de Katie.

– Si es que tuvo algo que ver con el tipo del coche.

– Moldanado nos contó que ese tipo emitía muy malas vibraciones. Había algo raro en él, aunque estaba oscuro y no pudo ver muy bien al tío; sólo dijo que de aquel coche salían malas vibraciones.

«Malas vibraciones -pensó Jimmy-. ¡Eso sí que nos va a servir de ayuda!»

– ¿Eso fue antes de que Katie se marchara?

– Sí, un momento antes. La policía prohibió el acceso al aparcamiento el lunes por la mañana y mandó a una unidad entera de policías para que examinaran el asfalto.

Jimmy hizo un gesto de asentimiento y dijo:

– Según parece, también ocurrió algo en ese aparcamiento.

– Sí, eso es precisamente lo que no acabo de entender. A Katie se la llevaron en la calle Sydney, y eso está a más de diez manzanas de distancia.

Jimmy apuró la taza de café y sugirió:

– ¿ y si volvió?

– ¿Qué?

– Al Last Drop. Ya sé que todo el mundo cree que llevó a Eve y a Diane a casa, subió por la calle Sydney, y entonces sucedió todo. Pero ¿qué pasaría si hubiera regresado al bar? Si lo hubiera hecho, se habría encontrado con ese tipo. Quizá la secuestrara y la obligara a conducir hasta el Pen Park, y después todo hubiera sucedido realmente como cree la policía.

Val, pasándose la taza vacía de café de una mano a otra, replicó:

– Es una posibilidad, pero ¿qué podía hacerle regresar al Last Drop?

– No lo sé. -Se encaminaron hacia el contenedor de basuras y tiraron dentro las tazas-. ¿Has averiguado alguna cosa del hijo de Ray Harris?

– He ido preguntando por ahí, y no hay ninguna duda de que es un bonachón. Nunca ha tenido problemas con nadie. Si no fuera tan atractivo, dudo mucho que nadie recordara haberle conocido. Tanto Eve como Diane nos aseguraron que la amaba, Jim. Que la amaba de verdad y para siempre. Si quieres, puedo ir a verle.

– Dejémosle estar por ahora -repuso Jimmy-. Ya le vigilaremos cuando llegue el momento. Deberíamos intentar averiguar el paradero de Vincent.

– Sí, de acuerdo.

Jimmy abrió la puerta y se dio cuenta de que Val, que le observaba por encima del techo, no se lo había contado todo.

– ¿Qué?

Val parpadeó a causa del sol, sonrió y espetó:

– ¿Cómo dices?

– Sé que quieres decirme algo. ¿De qué se trata?

Val apartó la barbilla del sol, extendió los brazos sobre el techo, y contestó:

– Esta mañana he oído algo. Justo antes de que nos fuéramos.

– ¿De verdad?

– Sí -respondió Val, volviendo la vista hacia el Dunkin Donuts por un instante-. He oído decir que esos dos policías volvían a estar en casa de Dave Boyle. Sabes a quién me refiero, ¿verdad? A Sean de la colina y a su compañero, el gordo ése.

– Sí, ya sé de quién me hablas. Dave se encontraba allí esa noche -comentó Jimmy-. Tal vez se les hubiera olvidado preguntarle algo y tuvieran que volver.

Val se volvió hacia Jimmy y, mirándole fijamente a los ojos, dijo:

– Se lo llevaron, Jim. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Le pusieron en el asiento trasero.

El jefe de policía Burden se presentó en el Departamento de Homicidios a la hora de comer, y llamó a Whitey mientras empujaba la pequeña puerta que había junto al mostrador de recepción.

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