Había algo en la carroza que hizo que Sean se estremeciera: quizá fuera porque el guante de béisbol parecía envolver a los niños por completo, en vez de protegerles, y los niños, inconscientes de lo que pasaba sonreían como locos.
Salvo uno. Parecía deprimido y observaba las ruedas de la carroza.
Sean le reconoció de inmediato. Era el hijo de Dave.
– ¡Michael! -Celeste le saludó con la mano, pero él ni siquiera se volvió a mirarla. Continuó mirando hacia abajo a pesar de que Celeste le llamó de nuevo-. ¡Michael, cariño! ¡Amor mío, mÍrame! ¡Michael!
La carroza siguió avanzando, Celeste no paró de llamarle, y su hijo se negó a mirarla. Sean identificó a Dave en los hombros de Michael y en la inclinación de su barbilla, en su belleza casi delicada.
– ¡Michael! -gritó Celeste.
Volvió a estirarse los dedos y bajó de la acera.
La carroza se alejó, pero Celeste la siguió, avanzando entre la multitud, agitando los brazos, llamando a su hijo.
Sean sintió cómo Lauren le acariciaba el brazo con suavidad, y miró a Jimmy al otro lado de la calle. Aunque tardara la vida entera, iba a arrestarle. ¿Me ves, Jimmy? ¡Venga! ¡Mírame otra vez! Jimmy volvió la cabeza y le sonrió.
Sean alzó la mano, con el dedo índice hacia fuera, y el pulgar ladeado como el percutor de una pistola; a continuación dejó caer el pulgar y disparó.
La sonrisa de Jimmy se ensanchó.
– ¿Quién era esa mujer? -preguntó Lauren.
Sean contempló cómo Celeste trotaba a lo largo de la hilera de gente que presenciaba el desfile, haciéndose cada vez más pequeña mientras la carroza seguía avanzando avenida arriba, el abrigo ondeando tras ella.
– Alguien que ha perdido a su marido -respondió.
Y le vino a la cabeza Dave Boyle, y deseó haberle invitado a una cerveza, tal y como le había prometido el segundo día de la investigación. Deseó haber sido más amable con él cuando eran niños, que su padre no les hubiera abandonado, que su madre no se hubiera vuelto loca y que no le hubieran sucedido tantas cosas malas. Allí de pie, junto al desfile con su mujer y su hija, deseó un montón de cosas para Dave Boyle. Pero, principalmente, paz. Más que nada en el mundo, esperaba que Dave, dondequiera que se encontrara, consiguiera un poco de paz.
AGRADECIMIENTOS
Quiero dar las gracias, como siempre, al sargento Michael Lawn, del Departamento de Policía de Watertown; a Brian Honan, concejal de la ciudad de Bastan; a David Meier, jefe de la Sección de Homicidios de los Fiscales de Distrito del condado de Suffolk; a Teresa Leonard y a Ann Guden por detectar mis errores, y a Tom Murphy, de la funeraria James A. Murphy e Hijo de Dorchester.
Deseo expresar mi reconocimiento de forma especial al agente de policía Robert Manning, del Cuerpo de Policía de Massachusetts, por su cooperación y por responder a todas mis preguntas, por muy estúpidas que fueran, sin reírse.
Mis más encarecidas gracias a una agente fabulosa, Ann Rittenberg, y a una editora estupenda, Claire Wachtel, por orientarme a lo largo del libro.
***