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Le repitió la pregunta, sin dejar de mirarla a los ojos.

– ¿Por qué está tan interesado en lo que hizo Dave el sábado por la noche? -le preguntó.

– Pura rutina, Celeste. Hoy le hemos hecho unas cuantas preguntas a Dave porque se encontraba en el McGills a la misma hora que Katie. Mi compañero está un poco preocupado porque las respuestas no acababan de encajar. Me imagino que esa noche Dave se tomó unas cuantas copas y que es incapaz de recordar los detalles con exactitud, pero mi compañero no para de darme la tabarra. Por lo tanto, sólo quiero saber con exactitud a qué hora llegó a casa, para poder quitarme a mi compañero de encima y concentrarme en la búsqueda del asesino de Katie.

– ¿Cree que lo hizo Dave?

Sean se apartó del coche, la miró con una ligera inclinación de cabeza, y exclamó:

– ¡Yo no he dicho eso, Celeste! ¡Caramba, cómo iba a pensar yo una cosa así!

– Nunca se sabe.

– Ha sido usted quien lo ha dicho.

– ¡Qué! -exclamó Celeste-. ¿De qué estamos hablando? Estoy confundida.

Sean le dedicó la sonrisa más reconfortante que pudo y añadió:

– Cuanto antes sepa a qué hora llegó Dave a casa, antes podré convencer a mi compañero para que deje de molestarme con las incoherencias de la historia de su marido, y podremos pasar a otros asuntos.

Parecía tan abandonada y tan confusa que, por un instante, parecía que se iba a tirar bajo las ruedas de un coche; Celeste le inspiró a Sean la misma lástima que solía sentir por su marido.

A pesar de que estaba convencido de que Whitey le pondría muy mala nota en el informe final de los tres meses de prueba, si llegaba a oír lo que estaba a punto de decir, lo hizo:

– Celeste, no creo que Dave haya hecho nada. Lo juro por Dios. Sin embargo, mi compañero sí que lo cree, y él es mi superior. Él es el que decide por dónde debe ir la investigación. Si me dice a qué hora llegó Dave a casa, ya habremos acabado y Dave no tendrá que volver a preocuparse por nosotros.

– Pero han visto el coche -apuntó Celeste.

– ¿Qué?

– Antes les oí hablar. Alguien vio este coche aparcado delante del Last Drop la noche que Katie fue asesinada. Su compañero cree que Dave mató a Katie.

«¡Mierda!» Sean no podía dar crédito a lo que estaba oyendo.

– Lo único que quiere mi compañero es esclarecer unas cuantas cosas sobre Dave. No es lo mismo. Aún no tenemos ningún sospechoso, Celeste. ¿Queda claro? No tenemos ningún sospechoso. Sin embargo, la historia de Dave tiene algunas cosas que no encajan. Una vez que las hayamos aclarado, habremos terminado. Se habrán acabado las preocupaciones.

«Le atracaron -quería decir Celeste-. Regresó a casa cubierto de sangre, pero sólo porque le atracaron. Él no lo hizo. Aunque yo misma pudiera pensar que lo hizo, hay algo dentro de mí que me dice que Dave no es esa clase de persona. Hago el amor con él. Me casé con él. Nunca me habría casado con un asesino, ¿sabes, maldito poli?»

Intentó recordar lo que había planeado para no perder la calma cuando la policía llegara haciendo preguntas. Aquella noche, mientras lavaba la ropa bañada en sangre, estaba segura de que tenía un plan para afrontar esa situación. Pero en aquel momento aún no le habían dicho que Katie estaba muerta, ni que la policía la interrogaría sobre la implicación de su marido en la muerte de Katie. ¿Cómo iba ella a predecirlo? Además, ese policía tenía un pico algo chulo y encantador. No era del tipo barrigón, resacoso y entrecano que se había imaginado. Era un viejo amigo de Dave, y éste le había contado que Sean Devine también estaba en la calle con él y con Jimmy Marcus el día que lo secuestraron. Y ahora se había convertido en un hombre alto, elegante, atractivo, con una voz que uno podría pasarse la noche entera escuchándole, y con unos ojos que parecían levantarte capas y capas.

¡Santo cielo! ¿Como iba a resolver esa situación? Necesitaba tiempo. Necesitaba tiempo para pensar, para estar sola y para estudiar la situación con calma. No tenía por qué aguantar aquello: un vestido de una chica muerta mirándole desde el asiento de atrás, y un poli al otro lado del coche mirándola con ojos venenosos y seductores.

– Estaba dormida -respondió.

– ¿Qué?

– Que estaba dormida -repitió-o Cuando Dave llegó a casa el sábado por la noche, yo ya estaba en la cama.

El policía asintió con la cabeza. Volvió a apoyarse en el coche y empezó a dar golpecito s en el techo. Pareció satisfecho. Parecía que todas sus preguntas hubieran sido respondidas. Celeste recordó que él solía tener una buena mata de pelo de color castaño claro, con mechas prácticamente color caramelo en la coronilla. Recordó haber pensado que nunca tendría que preocuparse por quedarse calvo.

– Celeste -dijo con aquella voz ahun1ada y de color ámbar que le caracterizaba-. Creo que está asustada.

Celeste tuvo la sensación de que una mano sucia le apretaba el corazón.

– Creo que está asustada y que sabe algo. Quiero que entienda que estoy de su parte, y también de la de Dave. Pero más de la suya, porque, tal y como he dicho, tiene miedo.

– No tengo miedo -farfulló, y abrió la puerta del coche.

– Sí que lo tiene -insistió Sean, y se apartó del coche mientras ella entraba y se alejaba por la avenida.

19. LO QUE HABlA PLANEADO SER

Cuando Sean regresó a la casa, se encontró a Jimmy en el pasillo, hablando por un teléfono inalámbrico.

– Sí, recordaré lo de las fotografías. Gracias -dijo Jimmy antes de colgar. Después se volvió hacia Sean-. Los de la funeraria Reed han ido a la sala del médico forense para recoger el cadáver. Me han dicho que ya puedo pasar a buscar sus efectos personales -se encogió de hombros- y a ultimar los detalles de la ceremonia y todas esas cosas.

Sean hizo un gesto de asentimiento.

– ¿ Ya tienes la libreta de notas?

Sean se tocó el bolsillo y añadió: -Aquí está.

Jimmy se golpeó la entrepierna varias veces con el inalámbrico y dijo:

– Supongo que debería ir a la funeraria.

– Creo que deberías dormir un poco.

– No, estoy bien.

– De acuerdo.

Cuando Sean iba a pasar por delante de él, Jimmy le preguntó: -¿Podrías hacerme un favor?

Sean se detuvo y respondió:

– ¡Claro!

– Me imagino que Dave se marchará pronto para llevar a Michael a casa. No sé qué horario haces, pero esperaba que te pudieras quedar un rato para hacer compañía a Annabeth. Para que no se quede sola, ¿comprendes? Celeste estará de vuelta pronto, así que no será mucho rato. Val y sus hermanos se han llevado las niñas al cine, y no hay nadie en casa, y sé que Annabeth aún no quiere ir a la funeraria, así que, no sé, me he imaginado que…

– No creo que haya ningún problema -respondió Sean-. Tengo que preguntarlo al sargento, pero el horario oficial acabó hace dos horas. Deja que hable con él, ¿de acuerdo?

– Te lo agradezco.

– ¡Faltaría más! -Sean empezó a andar en dirección a la cocina, pero luego se detuvo y se quedó mirando a Jimmy-. De hecho, Jim, tengo que preguntarte algo.

– ¡Adelante! -exclamó, con esa mirada cansada de convicto que le caracterizaba.

Sean regresó por el pasillo y le dijo:

– En un par de informes se menciona que tienes problemas con el chico que mencionaste esta mañana, ese Brendan Harris.

Jimmy se encogió de hombros y replicó:

– En realidad, no tengo ningún problema con él. Sencillamente no me cae bien.

– ¿Por qué?

– No lo sé -Jimmy se metió el teléfono inalámbrico en el bolsillo de delante-. Hay gente que te cae mal desde el principio, ¿sabes?

Sean se le acercó, le puso la mano en el hombro y afirmó:

– Salía con Katie, Jim. Tenían intención de fugarse juntos.

– ¡Eso no es verdad! -exclamó Jimmy, con la mirada puesta en el suelo.

– Encontramos unos cuantos folletos de Las Vegas en la mochila de Katie, Jim. Hicimos unas cuantas llamadas y averiguamos que los dos habían hecho una reserva con la TWA. Brendan Harris nos lo confirmó.

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