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– Sí.

– ¿Les molestaría que las conversaciones que realizó por esa línea salieran a la luz cuando llamen a declarar a los de la compañía telefónica?

Annabeth miró a Jimmy y éste respondió:

– No. No tenemos ningún inconveniente.

– Así pues, se marchó a las ocho. Según tienen entendido para encontrarse con sus amigas, Eve y Diane.

– Eso es.

– ¿A esa hora aún se encontraba en la tienda, señor Marcus?

– Sí. El sábado hice el turno de día. De doce a ocho.

Whitey pasó de golpe una página de la libreta, les dedicó una sonrisa a los dos y añadió:

– Ya sé que esto les debe ele resultar duro, pero lo están haciendo muy bien.

Annabeth hizo un gesto de asentimiento, se volvió hacia su marido y dijo:

– He llamado a Kevin.

– ¿Si? ¿Has hablado con las chicas?

– He hablado con Sara y le he dicho que estaríamos de vuelta en casa muy pronto. No le he dicho nada más.

– ¿Te ha preguntado por Katie? Annabeth asintió con la cabeza.

– ¿Qué le has dicho?

– Sólo le he dicho que pronto llegaríamos a casa -respondió Annabeth.

Sean se percató de que le temblaba un poco la voz al pronunciar "pronto».

Ella y Jimmy volvieron a mirar a Whitey y éste les dedicó otra pequeña sonrisa tranquilizadora.

– Tengan la seguridad, así lo ha ordenado el máximo responsable del ayuntamiento, de que a este caso se le va a dar prioridad absoluta. Además, no cometeremos errores. Al agente Devine le han asignado el caso porque es amigo de la familia y nuestro jefe se percata de que le dedicara mucho más tiempo. No se alejará de mí ni un solo minuto y encontraremos al responsable de la muerte de su hija.

Annabeth le dirigió una mirada burlona a Sean y exclamó:

– ¡Amigo de la familia! ¡Si yo no le conozco!

Whitey frunció el entrecejo con cierto aire de abatimiento.

– Su marido y yo éramos amigos, señora Marcus -declaró Sean.

– Hace mucho tiempo -puntualizó Jimmy.

– Nuestros padres trabajaban juntos.

Annabeth hizo un gesto de asentimiento, todavía un poco confundida.

– Señor Marcus, los sábados solía pasar mucho tiempo con su hija en la tienda, ¿no es así? -preguntó Whitey.

– Sí y no -contestó Jimmy-, porque yo casi siempre estaba en la parte trasera y Katie se encargaba de las cajas registradoras de la parte de delante.

– ¿Recuerda que pasara algo fuera de lo normal? ¿Se comportaba de alguna manera extraña? ¿Estaba tensa o asustada? ¿Tuvo algún enfrentamiento con un cliente?

– Que yo viera, no. Le daré el número de teléfono del tipo que trabajaba con ella por las mañanas. Quizas sucediera algo antes de que yo llegara.

– Se lo agradezco, señor. Pero mientras usted estuvo allí…

– Se comportaba con naturalidad. Se la veía feliz, tal vez un poco…

– Un poco, ¿qué?

– No, nada.

– Señor, cualquier cosa, por nimia que sea, ahora es importante.

Annabeth se inclinó hacia delante y dijo:

– ¿Jimmy?

Jimmy les dedicó una sonrisa incómoda y añadió:

– No es nada. Sólo que… en un momento dado, alcé los ojos del mostrador y vi que estaba en la puerta. Allí estaba, de pie, sorbiendo una Coca-Cola con una pajita y mirándome.

– Mirándole.

– Sí. Y por un instante, me recordó un día en el que me miró del mismo modo: ella tenía cinco años y yo iba a dejarla sola en el coche para entrar un momento en una farmacia. Entonces, claro está, se echó a llorar porque yo acababa de salir de la cárcel y su madre hacía muy poco que había muerto, y creo que por aquel entonces pensaba que cada vez que la dejaba, aunque fuera por un segundo, no iba a volver. Bueno, pues ayer tenía esa mirada, ¿de acuerdo? Lo que quiero decir es que, al margen de que acabara llorando o no, era una mirada que parecía indicar que se estaba preparando para no volver a verme más. -Jimmy se aclaró la voz y soltó un largo suspiro que le ensanchó los ojos. Bien, no le había visto esa mirada desde hacía unos cuantos años, unos siete u ocho tal vez, pero el sábado, durante unos segundos, me miró de aquella manera.

– Como si estuviera preparándose para no volver a verle.

– Sí -Jimmy observó a Whitey mientras éste lo anotaba en la libreta de notas-. ¡Oiga, no se lo tome demasiado en serio! ¡Tan sólo era una mirada!

– No lo hago, señor Marcus, se lo prometo. Pero es información. Es a lo que me dedico: a recoger información hasta que dos o tres piezas encajan. ¿Ha dicho que estuvo en la cárcel?

– ¡Santo Dios! -exclamó Annabeth en voz baja, y luego movió la cabeza.

Jimmy se reclinó en la silla y exclamó:

– ¡A contarlo de nuevo!

– Solo es una pregunta -apuntó Whitey.

Seguramente haría lo mismo si le hubiera dicho que había trabajado para Sears hace quince años, ¿no es verdad? Cumplí condena por robo. Dos años en Deer Island. Apúnteselo en la libreta. ¿Cree que esa información va a ayudarle a coger al tipo que mató a mi hija, sargento?

– No sé, sólo es una pregunta.

Whitey lanzó una mirada en dirección a Sean.

– Jim, nadie tiene la intención de ofenderte -terció Sean-. Olvidémoslo y volvamos a lo importante.

– Lo importante -repitió Jimmy.

– Aparte de esa mirada de Katie -dijo Sean-, ¿recuerdas algo más que se saliera de lo normal?

.Jimmy pasó por alto la mirada de convicto-en-el-patio que le lanzó Whitey, bebió un poco de café, y respondió:

– No, nada. Bueno, un momento, hay un chico, Brendan Harris. Pero, no, eso ha sido esta mañana.

– ¿Qué pasa con él?

– Es sólo un chico del barrio. Esta mañana ha venido a la tienda y ha preguntado por Katie; me ha dado la sensación de que esperaba encontrarla allí. Pero apenas se conocían. Me ha parecido un poco raro, pero no creo que tenga ninguna importancia.

De todos modos, Whitey apuntó el nombre del chico en la libreta.

– ¿Crees que salía con Katie? -le preguntó Sean,

– No.

– Nunca se sabe, Jim -comentó Annabeth.

– Ya lo sé -remarcó Jimmy-. Pero nunca hubiera salido con un chico así.

– ¿Por qué no? -preguntó Sean.

– Porque no.

– ¿Qué te hace estar tan seguro?

– ¡Joder, Sean! ¡Me estás interrogando sin piedad!

– No lo estoy haciendo, Jim. Sólo te estoy preguntando por qué estas tan seguro de que tu hija no salía con el tal Brendan Harris.

.Jimmy espiró aire por la boca, miró el techo y contestó:

– Un padre sabe esas cosas, ¿de acuerdo?

Sean decidió dejar el tema de momento, Le hizo un gesto a Whitey para que captara el mensaje.

– Bien, ya que estamos hablando de eso, ¿con quién salía? -preguntó Whitey,

– En este momento no salía con nadie- respondió Annabeth. Que nosotros supiéramos.

– ¿Qué saben de los ex novios? ¿Es posible que hubiera alguno que estuviera resentido con ella? ¿Algún tipo que ella hubiera dejado o algo así?

Annabeth y Jimmy se miraron; Sean notó que sospechaban de alguien.

– Bobby O'Donnell-respondió Annabeth al cabo de un rato.

Whitey dejó el bolígrafo encima de la libreta, se les quedó mirando por encima de la mesa y les preguntó:

– ¿Estamos hablando del mismo Bobby O'Donnell?

– No lo sé -respondió Jimmy-. ¿Trapichea con coca y hace de chulo? ¿De unos veintisiete años?

– Es el mismo tipo -afirmó Whitey-. Le hemos detenido varias veces por delitos que ha cometido en el barrio durante estos dos últimos años.

– Pero aún no han podido acusarle de nada.

– Bien, señor Marcus, en primer lugar, soy policía estatal. Si este crimen no se hubiera perpetrado en Pen Park, ni siquiera estaría aquí. Casi toda la zona de East Buckingham está bajo jurisdicción municipal y, por lo tanto, no puedo hablar en nombre de la policía de esta ciudad.

– Se lo contaré a mi amiga Connie -dijo Annabeth-, Bobby y sus amigos le hicieron volar su floristería por los aires.

– ¿Por qué? -preguntó Sean.

– Porque ella se negaba a pagarles -contestó Annabeth.

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