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– Me refería a mi hermana, Isabelle.

– No lo entiendo.

– Ella murió. Hace mucho tiempo.

– Vamos, Henry, no me venga con adivinanzas. Quiero saberlo.

Pierce se encogió de hombros, y eso le causó dolor en el hombro y las costillas.

– Ella se fugó de casa cuando éramos niños. Entonces la mataron… Fue un tipo que había matado a mucha gente. Chicas que iba a buscar a Hollywood. Al final la policía lo mató y… eso fue todo.

– Un asesino en serie… ¿cuándo fue?

– En los ochenta. Lo llamaron el Fabricante de Muñecas. Los periodistas les ponían nombres a todos, ¿sabe? Al menos entonces.

Pierce vio que Langwiser revisaba su historia contemporánea.

– Recuerdo al Fabricante de Muñecas. Yo estaba en la facultad de derecho de la UCLA. Más tarde conocí al detective que le disparó. Se ha retirado este mismo año.

Los pensamientos de Langwiser parecieron vagar en el recuerdo durante unos segundos.

– De acuerdo. Entonces, ¿cómo se confundió eso con Lilly Quinlan en su conversación con el detective Renner?

– Bueno, últimamente he estado pensando mucho en mi hermana. Desde que surgió este asunto de Lilly. Creo que es la razón por la que hice lo que hice.

– ¿Quiere decir que cree que es responsable de lo que le ocurrió a su hermana? ¿Cómo es posible eso, Henry?

Pierce esperó un momento antes de hablar. Compuso la historia en su mente con sumo cuidado. No toda la historia, sólo la parte que quería contarle a la abogada. Dejó de lado la parte que nunca explicaría a un desconocido.

– Mi padrastro y yo solíamos bajar aquí. Vivíamos en el valle de San Fernando e íbamos a Hollywood a buscarla. Por la noche. A veces también de día, pero sobre todo por la noche.

Pierce fijó la mirada en la pantalla apagada de la televisión que estaba montada en la pared, al otro lado de la habitación. Habló como si estuviera viendo la historia en la pantalla y la estuviera repitiendo para ella.

– Me vestía con ropa vieja para parecer uno de ellos, uno de los chicos de la calle. Mi padrastro me enviaba a los sitios donde los chicos se escondían y dormían, donde vendían su sexo o se drogaban. El caso…

– ¿Por qué usted? ¿Por qué no entraba su padrastro?

– Entonces él me decía que era porque yo era un chico y me dejarían entrar. Si un hombre entraba en un sitio así, todo el mundo podía echar a correr. Y de esa forma la perderíamos.

Pierce se detuvo y Langwiser aguardó, pero al final tuvo que instigarle.

– Ha dicho que entonces le dijo que ésa era la razón. ¿Qué le dijo después?

Pierce negó con la cabeza. Era una buena abogada. Había captado las sutilezas de su forma de narrar la historia.

– Nada. Es sólo que… creo…, o sea, que ella se fugó por un motivo. La policía dijo que estaba metida en la droga, pero creo que eso vino después, cuando ya estaba en la calle.

– Cree que su padrastro es el motivo por el que ella huyó.

Langwiser lo dijo como una afirmación y Pierce incluso asintió de manera casi imperceptible. Pensó en lo que la madre de Lilly Quinlan había dicho acerca de lo que tenían en común su hija y la mujer que ella conocía como Robin.

– ¿ Qué le hizo su padrastro?

– No lo sé, y ahora no importa.

– Entonces ¿por qué le dijo a Renner que era culpa suya? ¿Por qué cree que lo que le sucedió a su hermana fue culpa suya?

– Porque no la encontré. Todas esas noches buscándola y nunca la encontré. Si al menos…

Pierce lo dijo sin convicción ni énfasis. Era una mentira. No iba a decirle la verdad a esa mujer que conocía desde hacía sólo una hora.

Langwiser dio la impresión de que quería ir más lejos, pero también parecía consciente de que estaba llegando a un límite personal con él.

– De acuerdo, Henry. Creo que ayuda a explicar cosas… tanto sus acciones en relación con la desaparición de Lilly Quinlan como su declaración ante Renner.

Pierce asintió.

– Siento lo de su hermana. En mi antiguo trabajo tratar con los familiares de las víctimas era la parte más difícil. Al menos usted tuvo algún cierre. El hombre que lo hizo sin duda obtuvo lo que merecía.

Pierce trató de hacer una sonrisa sarcástica, pero le dolía demasiado.

– Sí, un cierre. Hace que todo sea mejor.

– ¿Está vivo su padrastro? ¿Sus padres?

– Mi padrastro sí. Que yo sepa. Hace mucho tiempo que no hablo con él. Mi madre ya no vive con él. Sigue viviendo en el valle de San Fernando. Tampoco he hablado con ella en mucho tiempo.

– ¿Dónde está su padre?

– En Oregón. Tiene otra familia. Pero estamos en contacto. De todos ellos es el único con el que trato.

Langwiser asintió. Estudió sus notas durante un buen rato, pasando las páginas de su bloc mientras revisaba todo lo que Pierce había dicho desde el principio de la conversación. Finalmente la abogada lo miró.

– Bueno, creo que es todo mentira.

Pierce negó con la cabeza.

– No, estoy diciéndole exactamente lo que suce…

– No, me refiero a Renner. Creo que va de farol. No tiene nada. No va a acusarle de esos delitos menores. En la oficina del fiscal se iban a reír de él por lo del allanamiento. ¿Qué pretendía usted? ¿Robar? No, lo hizo para asegurarse de que ella estaba bien. No saben nada del correo que se llevó, y de todos modos no podrían probarlo porque ya no está. Y por lo de obstrucción a la justicia, sólo era una amenaza vana. La gente miente y se reserva información constantemente cuando habla con la policía. Es lo que se espera. Tratar de acusar a alguien por eso es otra cuestión. Ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que se llevó a juicio un caso por obstrucción a la justicia. Al menos no hubo ninguno que recuerde cuando yo estuve en la fiscalía.

– ¿Y la cinta? Yo estaba confundido. Él dijo que lo que yo había dicho era un reconocimiento.

– Estaba engañándole, poniéndole nervioso para ver cómo reaccionaba, estaba buscando alguna confesión más perjudicial para usted. He de escuchar la declaración para estar segura, pero suena a algo marginal, a que su explicación en relación con su hermana es ciertamente legítima y sería percibida así por un jurado. Si añadimos que estoy segura de que estaba bajo la influencia de una combinación de medicamentos y que…

– Esto nunca puede llegar a un jurado. Si llega, estoy acabado. Arruinado.

– Lo entiendo. Pero el punto de vista de un jurado sigue siendo el adecuado, porque es como lo verá la oficina del fiscal cuando considere los posibles cargos. Lo último que harían sería meterse en un caso sabiendo que un jurado no se lo va a tragar.

– No hay nada que tragar. Yo no lo hice. Sólo traté de descubrir si estaba bien. Eso es todo.

Langwiser asintió, pero no parecía especialmente interesada en sus alegatos de inocencia. Pierce siempre había oído que los buenos abogados defensores nunca estaban tan interesados en la pregunta última acerca de la culpabilidad o inocencia de sus clientes como en la estrategia de defensa. Practicaban la ley, no la justicia. A Pierce le resultó frustrante, porque quería que Langwiser reconociera su inocencia y luego saliera a defenderle.

– Para empezar -dijo ella-, sin cadáver es muy difícil construir una acusación contra nadie. No es imposible, pero sí muy difícil, sobre todo en este caso, considerando el estilo de vida y la fuente de ingresos de la víctima. Me refiero a que podría estar en cualquier parte. Y si está muerta, entonces la lista de sospechosos va a ser muy larga.

»En segundo lugar, vincular el hecho de que entrara en una casa con un posible homicidio en otra no va a funcionar. Es un salto que no creo que la oficina del fiscal esté dispuesta a dar. Recuerde que trabajé allí y la mitad del trabajo consistía en devolver a la realidad a los polis. Creo que a no ser que las cosas cambien radicalmente estará a salvo, Henry. En todos los cargos.

– ¿ Radicalmente?

– Si descubren el cadáver. Si descubren el cadáver y de algún modo lo relacionan con usted.

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