Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Zeller asintió, pensativo.

– ¿Gente peligrosa?

– No lo sé, pero usaría todas las precauciones. Podríamos decir que se trata del mundo del ocio para adultos.

Esta vez Zeller sonrió de oreja a oreja y su piel quemada se arrugó en torno a los ojos.

– Oh, cielo, no me digas que se te ha quedado enganchada.

– No, nada de eso.

– ¿Entonces qué?

– Vamos a sentarnos. Y será mejor que cojas algo para tomar notas.

En la sala de estar, Pierce le dio a Zeller toda la información que tenía de Lilly Quinlan sin mencionar de dónde la había sacado. También le pidió a Zeller que averiguara todo lo que pudiera de Entrepeneurial Concepts Unlimited y de Wentz, el hombre que lo dirigía.

– ¿Sabes el nombre?

– No, sólo Wentz. Supongo que no habrá muchos en el sector.

– ¿Afondo?

– Todo lo que puedas conseguir.

– ¿Me mantengo dentro de las líneas?

Pierce vaciló. Zeller no dejó de mirarlo a los ojos. Le estaba preguntando a Pierce si quería que se mantuviera dentro de los límites establecidos por la ley. Pierce sabía por experiencia que podía descubrirse mucho más si Zeller cruzaba la frontera y se introducía en ordenadores a los que no estaba autorizado a acceder. Y sabía que Zeller era experto en cruzar esa frontera. Ambos habían formado los Maléficos cuando estaban en segundo curso de la facultad. La piratería informática estaba empezando a ponerse de moda entre los de su generación y los miembros del grupo, en gran medida bajo la dirección de Zeller, no se quedaron atrás. Sobre todo cometieron bromas, la mejor de las cuales fue cuando accedieron a la base de datos de información del 411 de la compañía telefónica local y cambiaron el número del Domino's Pizza más cercano al campus por el número de la casa del decano del Departamento de Ciencias de la Computación.

Pero su mejor momento fue también el peor. Los seis maléficos fueron detenidos por la policía y después suspendidos. Por el lado delictivo, todos salieron en condicional y los cargos fueron eliminados al cabo de seis meses sin mayores problemas. Cada uno de los chicos tuvo también que cumplir con ciento sesenta horas de trabajo para la comunidad. Por el lado académico, todos fueron suspendidos durante un semestre. Pierce volvió después de cumplir con la condicional y la suspensión. Bajo la lupa de la policía y los administradores de la facultad, cambió de ciencias de la computación a química y nunca volvió a mirar atrás.

Zeller tampoco miró atrás. No volvió a Stanford. Lo contrató una empresa de seguridad informática con un buen sueldo. Como un atleta con cualidades que deja la facultad para pasar a profesional, Zeller no podía volver a la facultad una vez que había probado los placeres de tener dinero y hacer lo que más le gustaba en la vida.

– ¿Sabes qué te digo? -respondió finalmente Pierce-. Consigue todo lo que puedas. De hecho, creo que alguna variación de abra cadabra te permitirá entrar en Entrepeneurial Concepts. Pruébalo primero del revés.

– Gracias por el empujoncito. ¿Cuándo lo necesitas?

– Como te he dicho ayer estaría bien.

– Vale, un rápido. ¿Estás seguro de que no has metido la polla en algo sucio?

– Sí.

– ¿Nicole lo sabe?

– No, no hay ningún motivo para que lo sepa. Nicole me ha dejado, ¿recuerdas?

– Vale, vale. ¿Ésa es la razón?

– No te rindes, ¿eh? No, no tiene nada que ver con ella?

Pierce se terminó la cerveza. No le apetecía quedarse, porque quería que Zeller se pusiera a trabajar en lo que le había encargado. Pero Zeller no parecía tener prisa por empezar.

– ¿Quieres otra cerveza, comandante?

– No, paso. He de volver a mi apartamento. Tengo a mi secretaria con los chicos de los muebles. Además, vas a ponerte con esto, ¿no?

– Oh, claro, tío. Enseguida. -Hizo un gesto hacia la zona de trabajo-. Ahora mismo todas las máquinas están ocupadas. Pero me pondré esta noche. Te llamaré mañana por la noche.

– Vale, Code. Gracias.

Pierce se levantó. Ambos hombres chocaron las manos. Hermanos de sangre. Otra vez Maléficos.

11

Cuando Pierce llegó a su apartamento los transportistas ya se habían ido, pero Mónica seguía allí. Les había pedido que colocaran los muebles de una forma que resultaba aceptable. De hecho no se aprovechaba la vista del ventanal que ocupaba todo un lado de la sala de estar y el comedor, pero a Pierce no le importaba demasiado. De todos modos no iba a pasar mucho tiempo en el apartamento.

– Queda bien -dijo Pierce-. Gracias.

– De nada, espero que te guste todo. Estaba a punto de irme.

– ¿Por qué te has quedado?

Ella cogió la pila de revistas con ambas manos.

– Quería acabar de leer una revista.

Pierce no entendía por qué eso implicaba que se quedara en el apartamento, pero lo dejó estar.

– Escucha, hay una cosa que quiero preguntarte antes de que te vayas. Siéntate un momento.

Mónica pareció desconcertada con la petición. Probablemente se vio a sí misma haciéndose pasar por Lilly Quinlan en otra llamada. No obstante, se sentó en uno de los sillones de cuero que ella había encargado junto con el sofá.

– Dime.

Pierce se sentó en el sofá.

– ¿Cuál es tu categoría en Amedeo Technologies?

– ¿Qué quieres decir? Ya sabes cuál es.

– Quiero saber si tú también la conoces.

– Secretaria personal del presidente. ¿Por qué?

– Porque quiero asegurarme de que recuerdas que eres secretaria personal, no sólo secretaria.

Ella parpadeó y miró a Pierce a los ojos durante un largo momento antes de responder.

– De acuerdo, Henry, ¿qué pasa?

– Lo que pasa es que no me ha gustado que le hablaras a Charlie Condon de los problemas con mi número de teléfono y de lo que estaba tratando de hacer al respecto.

Mónica se enderezó y puso cara de aterrorizada, pero era una mala actuación.

– No lo hice.

– Eso no es lo que él dijo. Y si tú no se lo dijiste, ¿cómo es que lo sabía todo después de hablar contigo?

– Oye, vale, lo único que le conté era que te habían dado el antiguo número de esa prostituta y estabas recibiendo todo tipo de llamadas. Tuve que decirle algo porque cuando llamó no le reconocí la voz y él no reconoció la mía y dijo «¿Quién es?», y yo casi le muerdo porque pensaba que, bueno, que estaba llamando a Lilly.

– Aja.

– Y no se me ocurrió ninguna mentira en el momento. No soy tan buena como otros en mentir, o en esa ingeniería social o como sea que lo llaméis. Así que le dije la verdad.

Pierce casi mencionó que ella también acababa de mentir bastante bien al decir que no se lo había contado a Charlie, pero decidió no soliviantar los ánimos.

– ¿Y eso es todo lo que le dijiste, que me habían dado el número de esa mujer? ¿Nada más? ¿No le contaste cómo conseguiste la dirección para mí y que yo fui a su casa?

– No, no lo hice. De todos modos, ¿qué problema hay? Sois socios, ¿o no? -Se levantó-. ¿Puedo irme, por favor?

– Mónica, quédate sentada un momento más. -Señaló la silla y ella volvió a sentarse de mala gana-. El problema es que por la boca muere el pez, ¿lo entiendes?

Mónica se encogió de hombros y bajó la mirada a la pila de revistas que tenía en su regazo. En la cubierta de una de ellas había una foto de Clint Eastwood.

– Mis acciones repercuten en la compañía -dijo Pierce-. Sobre todo en este momento. Incluso lo que hago en privado. Si lo que hago se interpreta mal o se exagera, podría dañar gravemente a la empresa. Ahora mismo nuestra empresa no produce dinero, y dependemos de que los inversores apoyen la investigación para pagar el alquiler, los salarios, todo. Si los inversores nos ven poco firmes, tendremos un problema gordo. Si información sobre mí (verdadera o falsa) llega a según qué gente, podríamos tener problemas.

– No sabía que Charlie fuera según qué gente -dijo ella con voz enfurruñada.

20
{"b":"109130","o":1}