Había roto sus propias reglas y la había llevado al laboratorio para mostrarle qué era lo que la había separado de ella tantas veces. Pero ni siquiera enseñarle el descubrimiento había servido para detener el impulso destructivo que los había devorado. Menos de un mes después, Nicole rompió la relación.
Pierce, como Goddard, echaba de menos a Nicole en ese momento, pero por razones diferentes. Permaneció en silencio durante el resto de la comida. Sirvieron el café y retiraron las tazas. Se llevaron los platos y cubiertos y sólo quedó la superficie pulida de la mesa y el reflejo de sus imágenes fantasmagóricas.
Los camareros se retiraron y llegó el momento de volver a los negocios.
– Háblenos de la patente -dijo Bechy, cruzando los brazos e inclinándose sobre la mesa.
Pierce señaló a Kaz con la cabeza y éste se hizo cargo de la pregunta.
– De hecho es una patente por pasos. Hay nueve partes, que cubren todos los procesos relacionados con lo que han visto hoy. Creemos que lo hemos cubierto todo a conciencia. Pensamos que resistirá a cualquier desafío, ahora o en el futuro.
– ¿Y cuándo la presentarán?
– El lunes por la mañana. Voy a viajar a Washington mañana o el sábado. El plan es entregar personalmente la solicitud en la oficina de patentes y marcas comerciales el lunes a las nueve.
Puesto que Goddard estaba sentado a su lado, a Pierce le resultaba más fácil y natural observar a Bechy. La mujer parecía sorprendida por la velocidad a la que avanzaban. Una buena señal. Pierce y Condon querían forzar la máquina, obligar a Goddard a que tomara la decisión en el momento si no quería arriesgarse a perder la oportunidad.
– Como saben es una ciencia muy competitiva -dijo Pierce-. Queremos asegurarnos de que registramos la fórmula los primeros. Brandon y yo también hemos completado un trabajo de investigación que enviaremos mañana.
Pierce levantó la muñeca y miró el reloj. Eran casi las dos.
– De hecho -dijo-, ahora he de dejarles para volver al trabajo. Si surge algo más que Charlie no pueda responder, pueden encontrarme en mi despacho o en el laboratorio. Si no contestamos es porque estamos usando una de las estaciones y tenemos el teléfono desconectado.
Retiró la silla y ya estaba levantándose cuando Goddard lo sujetó por el brazo para que se detuviera.
– Un momento, Henry, si no le importa.
Pierce se sentó de nuevo. Goddard lo miró y a continuación, pausadamente, fue fijando su mirada en cada uno de los rostros de la sala. Pierce sabía lo que iba a ocurrir. Sintió la tensión en el pecho.
– Sólo quiero decirle mientras estamos todos juntos que deseo invertir en su empresa. Quiero formar parte de esta gran obra que están llevando a cabo.
Se produjo una estentórea ovación. Pierce tendió la mano y Goddard se la estrechó vigorosamente, después le estrechó la mano a Condon por encima de la mesa.
– Que nadie se mueva-dijo Condon.
Se levantó y se acercó al teléfono instalado en una mesita de la esquina. Marcó un número de tres cifras -una llamada interna- y murmuró algo en el auricular. A continuación regresó a su sitio y al cabo de unos minutos Mónica Purl y la secretaria personal de Condon, una mujer llamada Holly Kannheiser, entraron en la sala de juntas con dos botellas de Dom Pérignon y una bandeja de copas de champán.
Condon abrió las botellas y sirvió. Pidieron a las secretarias que se quedaran y tomaran una copa, pero ambas llevaban también cámaras de un solo uso y tenían que sacar fotos entre sorbo y sorbo.
Condon hizo el primer brindis.
– Por Maurice Goddard. Estamos encantados de tenerlo a bordo en este viaje mágico.
Entonces fue el turno de Goddard. Alzó la copa y simplemente dijo:
– ¡Por el futuro!
Miró a Pierce al decirlo. Pierce asintió y alzó su copa casi vacía. Observó cada una de las caras de la sala, incluida la de Mónica, antes de decir:
– Nuestros edificios os parecerán sumamente pequeños, pero para nosotros que no somos grandes son maravillosamente amplios.
Apuró la copa y miró a los demás. Nadie parecía haberlo captado.
– Es de un libro infantil -explicó- del doctor Seuss. Habla de creer en las posibilidades de otros mundos. Mundos del tamaño de una mota de polvo.
– Vaya, vaya -dijo Condon, alzando de nuevo su copa.
Pierce empezó a moverse por la sala, estrechando manos y compartiendo palabras de agradecimiento y de ánimo. Cuando llegó a Mónica, ésta perdió su sonrisa y pareció tratarle con frialdad.
– Gracias por quedarte, Mónica. ¿Ya has hablado con Charlie de tu traslado?
– Todavía no, pero lo haré.
– De acuerdo.
– ¿Ha llamado el señor Renner?
A conciencia evitó utilizar la palabra detective por si alguien de la sala estaba escuchando la conversación.
– Todavía no.
Pierce asintió. No se le ocurría nada más que decir.
– Tienes algunos mensajes en el escritorio -le informó-. Uno de ellos de la abogada, dijo que era importante, pero le dije que no podía interrumpirte durante la presentación.
– Muy bien, gracias.
Con la máxima calma posible, Pierce volvió a acercarse a Goddard y le dijo que los dejaba en manos de Condon para pulir el acuerdo de inversión. Volvió a estrecharle la mano y salió de la sala de juntas en dirección a su despacho. Tenía ganas de correr, pero mantuvo un paso constante.
30
– Luces.
Pierce se deslizó tras su escritorio y cogió las tres notas de mensajes que le había dejado Mónica. Dos eran de Janis Langwiser y estaban marcadas como urgentes. En ambos casos el mensaje era: «Por favor, llame lo antes posible.» El otro mensaje era de Cody Zeller.
Pierce dejó los mensajes en la mesa y pensó en ellos. No se le ocurría que la llamada de Janis Langwiser pudiera ser otra cosa que malas noticias. Pasar de le excitación de la sala de juntas al temor fue casi mareante. Empezó a tener calor, a sentir claustrofobia. Se acercó a la ventana y la abrió.
Decidió llamar primero a Zeller, pensando que tal vez su amigo había obtenido algo nuevo. Su llamada al busca de Zeller fue contestada en menos de un minuto.
– Lo siento, colega -dijo Zeller a modo de saludo-. No he podido hacer nada.
– ¿Qué quieres decir?
– Con Lucy LaPorte. No he podido encontrarla. Ni rastro, tío. Esta chiquilla ni siquiera tiene cable.
– Vaya.
– ¿Estás seguro de que ése es su nombre legal?
– Es el que me dijo.
– ¿Es una de las chicas de la Web?
– Sí.
– Mierda, tendrías que habérmelo dicho, colega. No usan sus nombres verdaderos.
– Lilly Quinlan sí.
– Venga ya, ¿Lucy LaPorte? Suena como el nombre que se le ha ocurrido a alguien después de ver Un tranvía llamado deseo. Tío, fíjate en lo que hace. Las posibilidades de que te dijera la verdad en algo, incluso su nombre son de una entre…
– Era la verdad. Fue en un momento de intimidad y me dijo la verdad. Lo sé.
– Un momento de intimidad. Pensaba que me habías dicho que no…
– No lo hice. Fue por teléfono cuando me lo dijo.
– Oh, vaya, sexo telefónico, eso sí que es otra cosa.
– Es igual, Cody. He de irme.
– Eh, espera un momento. ¿Cómo te ha ido con el millonetis hoy?
– Ha ido bien. Charlie está cerrando el trato ahora mismo.
– Genial.
– He de colgar, Cody. Gracias por intentarlo.
– No te preocupes, te lo voy a facturar.
Pierce colgó y cogió uno de los mensajes de Langwiser. Marcó el número. Contestó una secretaria y le pasaron de inmediato con la abogada.
– ¿Dónde ha estado? -empezó ella-. Le he pedido a su secretaria que le pasara el mensaje enseguida.
– Ella hizo lo que se supone que tiene que hacer. No me gusta que me interrumpan en el laboratorio. ¿Qué ocurre?
– Bueno, basta decir que su abogada está bien conectada. Todavía tengo mis fuentes en el departamento de policía.