– Pero tuvo que ser interesante, ¿eh? Tratar con policías, reunir pruebas de casos importantes. Lo bastante interesante para que se quedara después de cumplir con sus horas.
– Me quedé porque me ofrecieron un trabajo y Stanford es caro. Y no me dieron los casos importantes. La mayoría de los casos me llegaban por courier. Yo hacía el trabajo y enviaba el paquete de vuelta. No era gran cosa. De hecho era bastante aburrido.
Renner continuó sin transición.
– Su detención por suplantar a un agente de policía también sucedió un año después de que su nombre apareciera en un informe criminal aquí en Los Ángeles. Está en el ordenador.
Pierce empezó a negar con la cabeza.
– No. Nunca me han detenido por nada aquí. Sólo esa vez en Stanford.
– No he dicho que lo detuvieran. He dicho que su nombre aparece en un informe criminal. Ahora todo está en el ordenador. Usted es hacker, ya lo sabe. Uno pone un nombre y a veces es sorprendente lo que descubre.
– Yo no soy hacker. Ya no tengo ni idea de eso. Y sea cual sea el informe del que está hablando tiene que ser otro Henry Pierce. No recuer…
– No lo creo. ¿Kester Avenue en Sherman Oaks? ¿Tenía una hermana llamada Isabelle Pierce?
Pierce se quedó de piedra. Estaba sorprendido de que Renner hubiera establecido la conexión.
– La víctima de un homicidio, mayo de mil novecientos ochenta y ocho.
Pierce no pudo hacer otra cosa que asentir. Era como un secreto que salía a la luz o una venda arrancada de una herida abierta.
– Se cree que fue víctima de un asesino conocido como el Fabricante de Muñecas, más tarde identificado como Norman Church. Caso cerrado con la muerte de Church, el nueve de septiembre de mil novecientos noventa.
Caso cerrado, pensó Pierce. Como si Isabelle fuera simplemente un expediente que pudiera cerrarse, guardarse en un cajón y olvidarse. Como si un asesinato pudiera resolverse de verdad.
Salió de sus pensamientos y miró a Renner.
– Sí, mi hermana. ¿Qué ocurre? ¿Qué tiene que ver con esto?
Renner dudó y luego lentamente su rostro de cansancio estalló en una leve sonrisa.
– Supongo que tiene todo y nada que ver.
– Eso no tiene sentido.
– Claro que sí. Era mayor que usted, ¿no?
– Algunos años.
– Se había fugado de casa. Usted iba a buscarla, ¿no?
Lo dice en el ordenador, así que será verdad, ¿no? Por la noche. Con su padre. Él…
– Padrastro.
– Padrastro, entonces. Él lo enviaba a los edificios abandonados a mirar porque usted era un niño y los niños de esos squats no huyen de otros niños. Eso es lo que pone el informe. Dice que nunca la encontró. Nadie lo hizo hasta que fue demasiado tarde.
Pierce cruzó los brazos y los apoyó en la mesa.
– Oiga, ¿adonde quiere ir a parar? Porque de verdad que quiero salir de aquí, si no le importa.
– La cuestión es que antes ya había buscado a la chica perdida, señor Pierce. Me pregunto si no quiere arreglar algo con esta chica Lilly. ¿Sabe a qué me refiero?
– No -dijo Pierce con una voz que le sonó muy débil incluso para sí mismo.
Renner asintió.
– De acuerdo, señor Pierce, puede irse. Por ahora. Pero deje que le diga, para que conste,! que no creo ni remotamente que me haya dicho toda la verdad. Mi trabajo consiste en saber cuándo la gente está mintiendo y creo que está mintiendo o está omitiendo información, o las dos cosas. Pero, sabe, no me siento mal por eso, porque tarde o temprano me enteraré. Puede que avance despacio, señor Pierce. Seguro, le he tenido aquí esperando demasiado. A un ciudadano destacado y respetable como usted. Pero eso es porque soy concienzudo y soy bastante bueno en lo que hago. Pronto tendré toda la información. Se lo garantizo. Y si descubro que ha cruzado alguna línea, será un placer para mí, no sé si sabe qué quiero decir. -Renner se levantó-. Estaré en contacto por lo del polígrafo. Y si yo fuera usted, pensaría en volver a ese bonito apartamento de Ocean Way y me quedaría allí, lejos de todo este asunto, señor Pierce.
Pierce se levantó y rodeó con torpeza la mesa y a Renner para llegar a la puerta. Pensó en algo antes de salir.
– ¿Dónde está mi coche?
– ¿Su coche? Supongo que está donde lo dejó. Vaya al mostrador de la entrada. Le pedirán un taxi.
– Muchas gracias.
– Buenas noches, señor Pierce. Estaré en contacto.
Mientras caminaba por la desierta sala de la brigada hacia el pasillo que conducía al mostrador y la salida, Pierce miró el reloj. Eran las doce y media. Sabía que tenía que llegar a Robin antes de que lo hiciera Renner, pero su número estaba en la mochila, en el coche.
Y cuando se acercaba al mostrador cayó en la cuenta de que no tenía dinero para un taxi. Le había dado hasta el último dólar a Robin. Dudó un momento.
– ¿Puedo ayudarle, señor?
Era el policía de detrás del mostrador. Pierce se dio cuenta de que lo estaba mirando a él.
– No, estoy bien.
Se volvió y salió de la comisaría. En Venice Boulevard echó a correr hacia la playa.
16
Cuando Pierce recorrió el callejón hasta su coche vio que el apartamento de Lilly Quinlan seguía siendo un nido de actividad policial. Varios coches bloqueaban el paso y se había instalado un generador para iluminar la parte delantera del apartamento.
Se fijó en que Renner estaba de pie, conversando con su compañero, un detective cuyo nombre Pierce no recordaba. Eso significaba que probablemente Renner había pasado al lado de Pierce en su regreso a la escena del crimen y no se había fijado en él, o bien había decidido intencionadamente no ofrecerse a llevarlo. Incluso de noche, un policía habría reparado en un hombre de traje corriendo por la calle. Renner había pasado a su lado a propósito.
De pie al lado de su coche, o tal vez escondiéndose mientras se recuperaba de la carrera, Pierce observó unos momentos la situación. Renner y su compañero no tardaron en volver a entrar en el apartamento. Finalmente Pierce utilizó el control remoto para abrir la puerta del BMW.
Entró en el vehículo y cerró la puerta con suavidad. Se peleó con la llave, tratando de encontrar el contacto y se dio cuenta de que la bombilla del techo estaba apagada. Pensó que se habría fundido, porque estaba preparada para encenderse cuando se abría la puerta. Se levantó y pulsó el botón de todos modos. No ocurrió nada. Volvió a hacerlo y la luz se encendió.
Se sentó allí mirando la bombilla durante un largo momento y pensando en ello. El dispositivo tenía un ciclo de tres posiciones que se controlaba pulsando el botón situado en el techo, al lado de la bombilla. En la primera posición, la luz se encendía cuando se abría la puerta y se apagaba al cabo de quince segundos de que se cerrara o en cuanto se ponía en marcha el motor. En la segunda posición la luz quedaba encendida de manera permanente, incluso con la puerta cerrada. En la tercera posición la luz permanecía siempre apagada, aunque se abrieran las puertas.
Pierce siempre mantenía la luz en la primera posición para que el interior se iluminara al abrir la puerta. Eso no había ocurrido cuando había entrado en el coche. La luz tenía que haber estado en la tercera posición del ciclo. Entonces había pulsado el botón una vez -a la posición uno- y la luz no se había encendido porque la puerta ya estaba cerrada. La había pulsado una segunda vez y la luz había entrado en la posición dos.
Abriendo y cerrando la puerta, repasó el ciclo hasta que confirmó su teoría. Su conclusión fue que alguien había estado en su coche y había tocado las luces.
De repente sintió pánico al darse cuenta, se estiró entre los dos asientos delanteros hasta que su mano palpó la mochila que estaba en el suelo. Tiró de ella e hizo una rápida revisión de su contenido. Sus libretas seguían allí. No parecía que faltara nada.