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Encontré a Mark, con sus largos brazos y largas piernas, en la esquina de las calles Fuxing y Yongfu. Impecablemente vestido, fresco, parado bajo un farol. Parecía salido de una película, flotando desde el otro lado del Pacífico. Mi amante extranjero tenía un par de hermosos y perversos ojos azules, un trasero incomparablemente bien formado y un miembro gigante. Cada vez que lo veía pensaba que estaba dispuesta a morir por él, morir debajo de él, cada vez que lo dejaba pensaba que el que debería morir era él.

Cuando él salía de mí y me levantaba para llevarme cargada con pasos tambaleantes a la bañera; cuando pasaba sus manos llenas de jabón líquido entre mis piernas, limpiando minuciosamente el esperma que él había vertido en mí y el elixir de amor que había salido de mi vagina; cuando él se excitaba de nuevo, me levantaba y me dejaba caer sobre su vientre; cuando hacíamos de nuevo el amor lubricados con jabón líquido; cuando lo veía jadear entre mis muslos bien abiertos, gritando mi nombre; cuando todo el sudor, toda el agua y todos los orgasmos al mismo tiempo fundían nuestros cuerpos, entonces yo pensaba que era ese alemán el que tenía que morir.

A ojos cerrados, la naturaleza del sexo y la de la muerte no están separadas más que por una línea muy fina. En un cuento que escribí, "La pistola del deseo", hice que el padre de la protagonista muriera cuando su hija alcanza el orgasmo haciendo el amor por primera y última vez con su amante, un oficial del ejército. Ese cuento me valió ataques despiadados de mis admiradores masculinos y de la prensa.

Nos besamos, tomados de la mano pasamos por una puerta de metal y atravesamos un jardín, envueltos por el perfume de hortensias moradas llegamos a una pequeña sala de proyección de videos. Yo me apoyé en la pared detrás de los asientos, observando de lejos a Mark departir y hablar en alemán con sus amigos rubios. Entre ellos había una mujer de cabello corto que ocasionalmente me miraba. Las extranjeras siempre ven a las amantes chinas de sus compatriotas como intrusas. En China ellas tienen muchas menos posibilidades que los hombres para elegir amante o marido, en general ellas no se fijan en los chinos, en cambio muchas mujeres chinas competimos con ellas por sus hombres occidentales.

En ocasiones yo me sentía muy avergonzada cuando estaba con Mark, temía ser confundida con una de esas mujeres fáciles que andan a la caza de un novio extranjero rico y que hacen cualquier cosa por salir de China. Por eso siempre me paraba lejos, mantenía un aire de seriedad y respondía con frialdad y enojo a las miradas afectuosas de Mark. Bastante ridícula.

Mark vino hacia mí y me dijo que después de la proyección iríamos a un café con la directora de la película.

Había mucha gente, así que estuvimos parados durante toda la película. Tengo que admitir que no comprendí muy bien las imágenes oníricas de glaciares y trenes, pero yo sentí que la directora estaba experimentando con una angustia existencial que todos los seres humanos compartimos, la angustia del desamparo. Ella había elegido una forma de expresión muy poderosa, los colores eran fascinantes, era una mezcla de violeta suave y azul que armonizaba en medio del contraste del negro y el blanco. Uno podía buscar en todas las tiendas de moda de Shangai y no encontraría una mezcla de colores tan artísticamente pura y atrayente. Admiro a una directora que pueda hacer ese tipo de películas.

Cuando la película terminó conocí a la directora. Shamir era una mujer aria, con un corte de pelo masculino, enfundada en una falda corta negra. Tenía unos ojos verdeazulados que irradiaban locura y piernas largas y bien torneadas. Mark me presentó, ella me miró de una manera especial y me dio la mano un poco reservada, yo le respondí con un abrazo, ella mostró cierta sorpresa pero le agradó.

Como Mark me había dicho anteriormente, Shamir era una auténtica lesbiana. Cuando ella me miraba había algo en sus ojos, algo que no sientes cuando te relacionas con mujeres. Nos sentamos a tomar unas copas en la planta alta del Park 97, al lado de una balaustrada de hierro forjado, en una atmósfera de luces trémulas, murales deslavados y suave música de fondo. Tony, norteamericano de origen chino y uno de los propietarios del Park, iba de un lado a otro saludando a los clientes, miró hacia arriba y al vernos nos saludó con un gesto.

– Qué tal.

Shamir tosió y tomó mi cartera de satén rojo bordado, la miró detenidamente por un momento, me sonrió y dijo:

– Muy bonita. -Yo le correspondí su sonrisa.

– Debo admitir que realmente no comprendí tu película -le dijo Mark.

– Yo tampoco -dije yo-, pero me fascinaron los colores, esos rayos luminosos chocando unos con otros y hasta atrayéndose, es difícil encontrar esa combinación de colores en otra película, ni siquiera en un local de ropa.

Ella se rió.

– Nunca pensé que pudiera existir alguna relación entre mi película y un local de ropa.

– Después de ver la película sentí como si hubiera sido un sueño que hubiera tenido antes, o un cuento que hubiera oído, es como la sensación que tuve al leer el libro de Cocó, en todo caso me encanta esa sensación… es como romper algo en pedacitos y después juntarlos de nuevo. Te vuelves sentimental. -Shamir se llevó la mano al pecho.

– ¿De verdad? -Su voz tenía un extraño tono infantil, sus gestos eran a ratos tan calmados como la superficie del agua, luego de repente explotaba. Cuando ella estaba de acuerdo con tu posición te agarraba por la muñeca con su mano y decía en un tono de gran seguridad:

– Sí, exactamente.

Era ese tipo de mujer que no se olvida fácilmente. Ella había pasado por muchas experiencias, había sacado fotos en el Polo Norte, allí escaló una enorme cascada congelada llamada "El muro de los lamentos", que parecía como si estuviera hecha de una montaña de lágrimas. En ese momento estaba trabajando para la organización alemana más grande de intercambio cultural, DAAD, donde se encargaba de la sección de cinematografía, conocía a todos los cineastas clandestinos y de vanguardia de Pekín y Shangai. Esa institución organizaba todos los años un festival en Alemania al que invitaba artistas de todo el mundo, incluidos los de China. Mucha gente la apreciaba, pero la primera impresión agradable que yo tuve de ella fue de la película que acabábamos de ver, Itinerario de vuelo.

Ella preguntó sobre mis cuentos, yo le dije que todos eran historias verdaderas, que habían ocurrido en Shangai, ese jardín florido y caótico con acento poscolonial.

– Uno de mis cuentos está traducido al alemán, si te interesa te puedo dar una copia -dije yo de manera sincera-. Lo tradujo un chico que estudiaba alemán en la Universidad Fudan, al mismo tiempo que yo, que se enamoró de mí y me lo tradujo. Era un excelente estudiante pero no se graduó porque se fue a Berlín a estudiar.

Ella me sonrió. Una sonrisa que parecía el abrir de una flor sin nombre en el viento primaveral. Me dio una tarjeta con su dirección, su correo electrónico y sus números de teléfono y de fax y me dijo:

– No la pierdas, espero que nos veamos de nuevo.

– Ah, te enamoraste de Cocó -dijo Mark en son de broma.

– So what?-dijo Shamir sonriendo -ella es una chica especial, no sólo brillante sino también muy hermosa, una baby de temer… Estoy segura de que es capaz de decir y hacer todo lo que quiere.

Sus palabras me sacudieron y me paralizaron por un instante como un electroshock. Hasta hoy no entiendo por qué sin excepción es la mujer la que entiende a la perfección a otra mujer y puede descubrirle su naturaleza más secreta, sutil e íntima.

Debido a esas palabras de reconocimiento, antes de partir, nos detuvimos en la puerta del Park y nos besamos íntimamente bajo unos árboles. Sus labios tiernos y húmedos me atraían irresistiblemente como los pistilos de una flor exótica, el placer carnal surgió intempestivo, nuestras lenguas como tiras de seda preciosa se entrelazaron tierna y peligrosamente. Yo no alcanzo a comprender por qué fui más allá de ciertos límites con esa desconocida, de la conversación al beso, del beso de despedida al beso de la pasión.

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