Le pregunté a Tiantian si quería acompañarme a esa reunión, se hizo el sordo. Él piensa lo peor sobre los escritores.
Pasé medio día tratando de elegir qué ponerme. En mi ropero, la ropa se divide en dos estilos, el primero es ropa unisex, holgada, de colores neutros, me la pongo y parezco una pintura medieval. El segundo estilo es ropa pequeña, ajustada, me la pongo y parezco una protagonista de alguna película de James Bond. Tiré una moneda y elegí el segundo estilo. Lápiz de labios violeta, sombra de ojos violeta y una cartera de leopardo. El look hippie occidental de los años sesenta está muy de moda en algunos círculos de Shangai.
Me mareé de tantas vueltas que dio el taxi, el chofer llevaba apenas unos días en ese trabajo, no conocía el camino y pronto regresamos al punto de partida. Además yo tampoco conocía el camino y tengo un pésimo sentido de la orientación, sólo podía gritar, los dos en la calle desquiciábamos a los demás. Miraba los números saltar rápidamente en el taxímetro y amenazaba al chofer:
– Te voy a demandar. -El chofer no contestaba.
Subí la voz:
– Violas los derechos del cliente.
– Está bien, está bien, no te voy a cobrar.
– Ey, para aquí -dije apresurada, vi por la ventana unas luces y una enorme ventana de cristal, adentro había muchas cabezas rubias moviéndose.
– Sí, aquí me bajo -cambié de idea. Ya que el chofer simplemente no podía encontrar el restaurante de la callé Xinle decidí desistir de la reunión con los escritores y buscar un poco de placer en el bar YingYang de Kenny.
El bar YingYang tenía dos pisos. Bajando unas largas escaleras, se llega a una pista de baile, un ambiente alegre, una mezcla de olores a alcohol, saliva, perfume, dinero. Un aroma de hombres sudados flotaba en el aire. Todo era al estilo de las comedias de Broadway. Vi al querido Christophe Lee, un DJ de Hong Kong, en el podio. Él también me vio y me guiñó un ojo. La música era house y hiphop, toda era música tecno que ardía enloquecida como una brasa incandescente, que rebanaba la carne como una navaja sin afilar, cuanto más bailabas más feliz estabas, cuanto más bailabas mejor te sentías, bailar hasta evaporarse, hasta que el cerebro y el cerebelo tiemblen al mismo tiempo, eso es la cima.
Alrededor había muchos extranjeros rubios, también había no pocas chinas que exhibiendo su cintura breve, con su típica cabellera negra china, como en un comercial, estaban en venta. Todas tenían en su cara una expresión de puta en autopromoción, en realidad una buena parte de ellas eran ejecutivas de varias multinacionales, eran mujeres de buenas familias que habían recibido educación universitaria. Algunas además han estudiado en el extranjero, tienen coches particulares y son gerentes generales de alguna empresa extranjera (abreviado G.G.), son la élite entre las ocho millones de shangainesas, pero cuando empiezan a bailar se calientan hasta perder la cabeza y quién sabe en qué piensan.
Claro, también hay algunas putas que hacen comercio carnal transnacional. Generalmente todas tienen el cabello largo (especialmente para hacer suspirar a los demonios extranjeros por los asombrosos cabellos de las mujeres orientales), pueden hablar inglés elemental (como "one hundred for handjob, two hundred for blowjob, three hundred for quickie, five hundred for one night"), una vez que definen su objetivo se pasan lentamente la lengua por sus dulces labios sensuales (se podría hacer una película exitosa llamada Labios chinos, que describa los encuentros eróticos de los extranjeros en los miles de bares de Shangai, encuentros que comienzan con una lengua lamiendo unos labios, todo tipo de labios, gruesos, delgados, negros, plateados, rojos, morados, labios pintados con Lancome, con CD… Si varias mujeres shangainesas actúan en la película Labios chinos, seguramente tendrá más éxito que Chinese Box con Gong Li y Jeremy Irons).
Empecé a bailar e inmediatamente comencé a alucinar totalmente, las sensaciones brotaban como de un manantial, el cuerpo liberado completamente. Sentía que debía tener una secretaria constantemente pegada a mí con un cuaderno o una computadora en la mano, especialmente a la hora de bailar en una pista con música tecno, ella debía anotar todas mis alucinaciones, que eran mil veces mejores y dos mil veces más abundantes que cuando estaba sentada frente al escritorio.
Ya no sabía dónde estaba mi cuerpo, el aire olía a marihuana (o a puro). Ese olor encontró su eco en algún lado de la parte inferior derecha de mi cerebro. Creo que con mi baile atraje la mirada de muchos hombres, bailaba como la concubina del harén de un palacio musulmán o como Medusa, la hechicera a la que le brotan serpientes de la cabeza. Los hombres anhelan hacer el amor con una hechicera que los devore después de poseerla. Hay un tipo de escorpión que siempre al terminar de aparearse es devorado por su pareja sexual.
Vi cómo el aro de plata que me colgaba del ombligo brillaba bajo la luz, parecía una flor venenosa que florecía en mi cuerpo. Una mano desde atrás abrazó mi cintura descubierta. No sabía quién era, pero tampoco me importaba. Cuando sonriente di vuelta la cabeza vi la cara de Mark. Él también estaba allí.
Bajó la cara y la pegó a la mía, su aliento tibio me llegaba al ritmo de la música, seguro que tomó un Martini llamado James Bond. A pesar de su voz baja logré oír que él me deseaba aquí y ahora. Lo miré confundida:
– ¿Aquí… a… hora?
Nos acomodamos en el sucio baño de mujeres que estaba en el segundo piso. La música se oía lejos. La temperatura de mi cuerpo poco a poco subía. Sin abrir completamente los ojos, detuve la mano de Mark.
– ¿Qué hacemos aquí? -le pregunté como en sueño.
– Hacemos el amor -usó una frase muy apropiada, en la cara no tenía nada frívolo, al contrario, sus ojos azules no eran nada indiferentes, eran cálidos como los de El cisne de Saint Saëns. Nadie podría entender cómo el puro deseo puede incitar este tipo de intimidad incluso en un baño con ese olor tan particular.
– Siento que así es horrible, es como un delito, como… un tormento -mascullaba yo.
– La policía no busca aquí, créeme, todo esto es hermoso. Hablaba como esos timadores impacientes, anhelante. Me levantó y me empujó contra la pared violeta, me subió la falda, con gran habilidad me despojó de mi bombacha Calvin Klein, la enrolló y la guardó en el bolsillo trasero de su pantalón, luego con enorme fuerza me sostuvo y sin decir una palabra me penetró con gran precisión. Yo no sentía nada más que estar sentada sobre un extinguidor peligroso y caliente.
– You bastard! -no podía contenerme de decir groserías-. Bájame, así no, parezco un espécimen clavado a la pared.
Me miró enloquecido y mudo, cambiamos de postura, él se sentó sobre de la tapa del inodoro y yo me senté encima de él, busqué que sus genitales quedaran en el lugar justo para una mujer y me apoderé del acto sexual. Alguien tocó a la puerta pero la pareja de pervertidos que estaba adentro aún no había terminado.
El orgasmo llegó en medio del miedo y la incomodidad. Aunque la postura era rara, aunque estábamos en un baño apestoso, una vez más fue un orgasmo hermoso. Se separó de mí, tiró de la cadena y junto con el agua desapareció rápidamente una sustancia inmunda.
Empecé a llorar, no podía entender nada, cada vez perdía más la confianza en mí misma, de pronto sentí que era peor que aquellas prostitutas profesionales de abajo. Ellas por lo menos tienen respeto por su profesión y lo hacen con aplomo, yo estaba en una posición muy incómoda, me daba miedo mi doble personalidad, y el hecho de que pensaba incesantemente y además escribía sobre ello hacía todo aún más espantoso. No podía ni mirar mi propia cara en el empañado espejo del baño, nuevamente algo en mí se desgarró, vacío total.
Mark me abrazó.
– Perdóname -no paraba de decir-, sorry, sorry.