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"¡Que se vaya a hacer puñetas!", pensó. Mucho tiempo atrás había decidido que no buscaría a su madre. Era Marion quien la había abandonado, y a ella le correspondía volver o quedarse para siempre donde estuviera

"¿Qué clase de hombre no tiene amigos?", se preguntó Ruth. En una ocasión acusó de ello directamente a su padre.

– ¡Claro que tengo amigos! -protestó Ted

– ¡Dime los nombres de dos, dime aunque sólo sea el de uno! -le desafió Ruth

Él le sorprendió nombrando a cuatro, nombres desconocidos para ella. Le había mencionado audazmente la lista de sus adversarios actuales en el squash. Los nombres cambiaban cada año, porque los adversarios de Ted invariablemente se hacían demasiado viejos para seguir su ritmo. Sus adversarios del momento tenían la edad de Eddie o eran más jóvenes. Ruth conocía al más joven de todos

Su padre tenía la piscina que siempre había querido y la ducha al aire libre, muy similares a las que describió a Eduardo y a Eddie en el verano de 1958, la mañana siguiente a la partida de Marion. Había dos duchas en una sola casilla de madera, una al lado de la otra, "al estilo de un vestuario", decía Ted

Ruth había crecido viendo hombres desnudos, entre ellos su padre, que salían corriendo de la ducha y se lanzaban a la piscina. A pesar de su inexperiencia sexual, Ruth había visto una gran cantidad de penes. Era tal vez esa imagen, la de hombres desconocidos que se duchaban y bañaban desnudos con su padre, lo que le había impulsado a preguntarle a Hannah si "más grande" era necesariamente "mejor"

El verano anterior Ruth conoció al jugador de squash más joven entre los que contendían con su padre por aquel entonces, un abogado cercano a la cuarentena, llamado Scott. Ella había salido para colgar la toalla de baño y el bañador en el tendedero cerca de la piscina, y allí estaban su padre y su joven contrincante, desnudos después de haber jugado al squash y de ducharse

– Éste es Scott, Ruthie. Mi hija, Ruth…

Nada más verla, Scott se arrojó a la piscina

– Es abogado -añadió su padre, mientras Scott seguía bajo el agua

Entonces, aquel Scott de apellido desconocido emergió en el extremo más alejado de la piscina y se quedó allí, donde el agua no cubría. Era pelirrojo y tenía un físico parecido al de su padre. Ruth pensó que tenía la minga de tamaño mediano.

– Encantado de conocerte, Ruth -le dijo el joven abogado. Su cabello era corto y rizado, y tenía pecas

– El gusto es mío, Scott -replicó Ruth, y volvió al interior de casa

Su padre, todavía de pie al borde de la piscina, le dijo a Scott:

– No me decido a meterme. ¿Está fría? Ayer estaba muy fría.

– Está bastante fría -oyó Ruth que respondía Scott-, pero una vez dentro, te acostumbras enseguida

¡Y aquellos adversarios de su padre en el juego del squash pasaban por los únicos amigos de Ted! Ni siquiera eran buenos jugadores, pues a su padre no le gustaba perder. Normalmente, sus contrarios eran buenos atletas que sólo recientemente se habían iniciado en el juego. En los meses de invierno Ted encontraba a muchos tenistas que deseaban hacer ejercicio. Les gustaban los deportes de raqueta, pero los golpes de squash no son como los de tenis, el squash se juega con la muñeca. En verano, cuando los tenistas volvían a sus pistas, descubrían que su juego se había deteriorado: no se puede jugar al tenis con la muñeca. Entonces Ted podría tener un converso al squash en sus manos

El padre de Ruth elegía a sus adversarios de squash tan egoístamente y con tantos cálculos como elegía a sus amantes. Tal vez fuese cierto que aquellos jugadores eran sus únicos amigos masculinos. ¿Le invitaban a comer en sus casas? ¿Intentaba conquistar a sus mujeres? ¿Seguía alguna norma? A Ruth le habría gustado saberlo

Ruth se encontraba en el lado sur de la Calle 41, entre Lexington y la Tercera Avenida, esperando el pequeño autobús que la llevaría a los Hamptons. Cuando llegara a Bridgehampton, telefonearía a su padre para que fuese a recogerla

Ya había intentado comunicarse con él, pero o su padre estaba ausente, o no respondía al teléfono y había desconectado el contestador automático. Ruth tenía mucho equipaje, todas las prendas de vestir que necesitaría en Europa, y se decía que debería haber llamado a Eduardo o a Conchita Gómez, los cuales, si no estaban haciendo algún trabajo en el domicilio de su padre o un recado para él, siempre se hallaban en su casa. Así pues, las nimiedades del viaje decidido a última hora asediaban a Ruth cuando el adversario más joven de su padre en el juego de squash se le acercó por la acera de la Calle 41

– Es usted Ruth Cole, ¿verdad? -le preguntó Scott Comosellamara-. ¿Se dirige a casa?

Ruth estaba acostumbrada a que la reconocieran. Al principio le tomó por uno de sus lectores, pero entonces reparó en las pecas juveniles y el cabello corto y rizado. No conocía a muchos pelirrojos. Además, el hombre llevaba un delgado portafolio y una bolsa de deporte, y por la abertura que dejaba la cremallera abierta a medias sobresalían los mangos de dos raquetas de squash

– Ah, es el nadador -dijo Ruth, y curiosamente le agradó ver que el hombre se ruborizaba

Era un cálido y soleado día del veranillo de San Martín. Scott Comosellamara se había quitado la chaqueta, asegurándola a la correa en bandolera de la bolsa deportiva. También se había aflojado el nudo de la corbata y arremangado la camisa blanca por encima de los codos. Ruth reparó en el mayor tamaño y musculatura del brazo izquierdo, mientras le tendía la mano derecha

– Soy Scott, Scott Saunders -le recordó, estrechándole la mano

– Es usted zurdo, ¿verdad? -inquirió Ruth

Su padre era zurdo, y a Ruth no le gustaba jugar con oponentes que usaban la mano izquierda. Su mejor servicio era hacia la parte izquierda de la pista, y un zurdo podía devolver ese servicio directamente

– ¿Ha traído su raqueta? -le preguntó Scott Saunders, tras admitir que, en efecto, era zurdo. Había reparado en el equipaje de Ruth

– Traigo tres raquetas -replicó Ruth-. Están ahí metidas.

– ¿Va a quedarse algún tiempo con su padre? -le preguntó el abogado

– Sólo un par de noches. Luego viajaré a Europa.

– Ah -dijo Scott-. ¿Negocios?

– Sí…, traducciones

Ya sabía que iban a sentarse juntos en el autobús. Tal vez él tuviera un coche aparcado en Bridgehampton, y podría llevarla a ella, junto con su equipaje, a Sagaponack. Quizá su esposa iría a recibirle y no les importaría llevarla con ellos. Recordó que en la piscina su alianza matrimonial reflejaba el sol del atardecer mientras movía los pies en el agua. Pero cuando estuvieron sentados el uno al lado del otro en el autobús, observó que él no llevaba el anillo. Entre las reglas de Ruth sobre las relaciones con hombres, una de las inviolables era ésta: nada de hombres casados

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