Era esa clase de novela, y no iba a salir ilesa. La protagonista divorciada de El mismo orfanato, la que da a luz poco después de que la expulsen de Exeter, se ofrece para tener otro hijo y dárselo a su amiga. Será una madre de alquiler… ¡con el esperma de su ex marido! Pero la mujer que no puede concebir rechaza el ofrecimiento y prefiere no tener hijos. En la novela, la motivación de la ex esposa para desempeñar el papel de "madre de alquiler" es sospechosa. No obstante, sorprendentemente, varias madres de alquiler pioneras atacaron el libro porque tergiversaba su situación
Jamás, ni siquiera en plena juventud, Ruth Cole puso demasiado empeño en defenderse de las críticas. "Miren, es una novela -decía-. Son mis personajes, y hacen lo que yo quiero que hagan." También se mostraba en desacuerdo con la interpretación más habitual de El mismo orfanato, a saber, que "trataba" del aborto. "Es una novela -repetía Ruth-. No "trata" de nada. Es una buena historia, una demostración de la manera en que las decisiones que toman dos mujeres afectarán al resto de sus vidas. Nuestras decisiones nos afectan, ¿no es cierto?"
Y Ruth se distanció de no pocos de sus lectores más fanáticos al admitir que ella nunca había abortado. Para algunas lectoras que habían abortado, era insultante que Ruth sólo lo hubiera "imaginado". "Desde luego, no me opongo al aborto ni a que cualquiera lo practique -afirmó-. En mi caso, nunca me he visto en la necesidad de hacerlo."
Como bien sabía Ruth, la "necesidad" de abortar se le presentó a Hannah Grant en otras dos ocasiones. Habían solicitado su admisión en las mismas universidades, sólo las mejores. Como Hannah no fue admitida en ninguna de ellas, fueron a la de Middlebury. Lo que les importaba a ambas, o por lo menos así lo decían, era permanecer juntas, aunque ello significara pasar cuatro años en Vermont
Cuando miraba hacia atrás, a Ruth le intrigaba por qué Hannah se había empeñado tanto en que estuvieran juntas, ya que se pasaba la mayor parte del tiempo en Middlebury, con un jugador de hockey que usaba dentadura postiza. El jugador la dejó embarazada en dos ocasiones, y cuando rompieron intentó salir con Ruth. Esto provocó el comentario que Ruth le hizo a Hannah a propósito de las "reglas que rigen en las relaciones"
– ¿Qué reglas? -replicó Hannah-. Sin duda no hay reglas entre los amigos
– Las reglas entre los amigos son especialmente necesarias -le explicó Ruth-. Por ejemplo, no salgo con nadie que haya salido contigo, o que se interesó primero por ti
– ¿Y viceversa? -inquirió Hannah
– Bueno… -(Decir "bueno" era un hábito que Ruth había tomado de su padre.)-. Eso depende de ti
Que Ruth supiera, Hannah nunca había puesto a prueba la regla. Por su parte, Ruth la había seguido escrupulosamente. ¡Y ahora Hannah llegaba tarde! Mientras Ruth trataba de mirar el monitor de televisión, donde Eddie O'Hare seguía bregando con su presentación, la escritora era consciente de que el tramoyista de aspecto sigiloso no apartaba los ojos de ella. Era la clase de hombre al que Hannah habría calificado de "mono", y sin duda su amiga habría coqueteado con él, pero Ruth no solía coquetear. Además, el tramoyista no era su tipo… en el supuesto de que ella se inclinase por un tipo concreto. (Tenía un tipo, desde luego, y le preocupaba más de lo que quisiera.)
Ruth consultó su reloj. Eddie estaba hablando todavía de su primera novela. Había otras dos por delante, de modo que podrían pasarse allí toda la noche. Así pensaba mientras veía que Eddie volvía a llevarse a los labios su vaso de agua. Se dijo que si estaba resfriado, ella iba a contagiarse
Se preguntó si debería atraer la atención de Eddie, pero en vez de hacer eso miró al tramoyista, quien le estaba devorando los pechos con los ojos. Si Ruth tuviera que señalar una estupidez propia de casi todos los hombres, era que no parecían saber que una mujer se daba perfecta cuenta cuando un hombre le miraba fijamente los senos
– Yo no diría que eso es lo que más me molesta de los hombres -le había dicho Hannah, cuyos senos eran más bien pequeños, por lo menos a juicio de su poseedora-. Con unas tetas como las tuyas, ¿qué otra cosa van a mirar los hombres?
No obstante, cuando estaban juntas, los hombres solían mirar primero a Hannah. Era alta, esbelta y rubia, más atractiva que ella, creía Ruth
– Es sólo mi manera de vestir, llevo una ropa más atractiva -le había dicho Hannah-. Si intentaras vestirte como una mujer, tal vez los hombres se fijarían más en ti
– Basta con que se fijen en mis tetas -replicó Ruth
Tal vez se llevaban tan bien como compañeras de habitación, y habían viajado juntas en numerosas ocasiones -lo cual plantea incluso más problemas que ser compañeras de habitación-, porque no querían, o mejor dicho, no podían, vestir de la misma manera
Haberse criado sin madre no era la causa de que Ruth Cole prefiriese vestir prendas de estilo masculino. De niña cuidó de ella Conchita Gómez, quien la vestía de la manera más convencional y la envió a Exeter con un baúl lleno de faldas y vestiditos que Ruth detestaba
Le gustaban los tejanos, o los pantalones que se ciñen tan cómodamente como los tejanos. Le gustaban las camisetas de media manga y las camisas de vestir masculinas. Entre sus preferencias no figuraban los jerseis con cuello de cisne, porque era baja y tenía poco cuello, ni tampoco los suéteres demasiado abultados porque le hacían parecer gruesa, pero no era gruesa ni podía decirse que fuera guapa. En cualquier caso, Ruth había puesto a prueba el código indumentario de Exeter y se había decantado por el estilo masculino que, desde entonces, la caracterizaba
Ahora, por supuesto, sus chaquetas, aunque fuesen masculinas, estaban hechas a medida y se ajustaban a su figura. En las grandes ocasiones, Ruth se ponía un esmoquin femenino, también adaptado a su talle. En su guardarropa no faltaba el tradicional vestido negro, pero Ruth, salvo en los días más calurosos del verano, nunca se ponía un vestido. El sustituto más frecuente del vestido era un traje pantalón azul marino listado, que solía ponerse para ir a cócteles y restaurantes lujosos. También era su uniforme para asistir a los funerales
Ruth gastaba en ropa una considerable cantidad de dinero, pero siempre eran prendas de la misma clase. Gastaba todavía más en zapatos. Puesto que le gustaba un tacón bajo y sólido, que diera a sus tobillos casi tanta seguridad como cuando se calzaba las zapatillas de squash, también sus zapatos tendían a parecerse
Ruth permitía a Hannah que le indicara dónde debía ir a cortarse el cabello, pero desoía su consejo de que se lo dejara crecer. Y aparte del brillo de labios y el lápiz de labios incoloro, nunca se pintaba ni maquillaba. Le bastaba con una buena crema hidratante y el champú y el desodorante adecuados. También permitía que Hannah le comprara la ropa interior
– ¡Cielos, no es fácil encontrar tu puñetera talla! -se quejaba Hannah-. ¡Mis dos tetas cabrían en una sola copa de tu sujetador!
Ruth se consideraba demasiado mayor para operarse del pecho, pero de adolescente le había rogado a su padre que se lo permitiera. No era sólo el tamaño, sino el peso de los pechos lo que le molestaba. Le desesperaban sus pezones (y las aréolas que los rodeaban), demasiado bajos y grandes. Su padre se mostró del todo en contra de la intervención y dijo que era absurdo que "mutilara la buena figura que Dios le había dado". (Los senos nunca eran demasiado grandes para Ted Cole.) "¡Ah, papá, papá, papá!", se dijo Ruth, enojada, mientras la mirada del obseso tramoyista seguía fija en sus senos